‘Acá no nos quieren, pero nos necesitan’

Los campesinos hispanos aún esperan que se les haga justicia

PRIMERA PARTE

DUDLEY, Carolina del Norte.- Con la piel curtida por el sol y las manos marchitas por la cosecha de tomates y camotes o por las hojas del tabaco, los trabajadores migrantes en Carolina del Norte esperan, sin muchas ilusiones, que el Congreso los libere del miedo en el que viven atrapados.

Un recorrido por algunos de los campamentos en el área de Dudley, en el condado Wayne, constata las condiciones de trabajo y vivienda que afrontan los campesinos: son más propias de un país pobre que de la nación más poderosa del planeta.

Algunos de los campesinos, la mayoría de México, aseguran que no han venido a EEUU “a pedir limosna ni a ser una carga”, sino en busca de una vida digna.

“Acá no nos quieren pero nos necesitan, y viven diciendo que los latinos le quitamos trabajo a los americanos. Quiero verlos madrugando, haga frío o haga calor, y pasar todo el día como nosotros”, dijo Sergio Juárez, al concluir nueve horas de recoger camotes o batatas para la empresa Carson Barns.

“¿Quién quiere venir a ganar 40 centavos por cubeta de camotes? Llenamos 7,600 cubetas en un día entre 20 trabajadores. Son nueve horas bien duras, para luego venir a esto”, agregó Juárez, señalando hacia un campamento de vivienda, donde el aire acondicionado es maná del cielo.

Allí, los migrantes comparten una cocina comunal y baños que, aunque separados por género, no ofrecen privacidad alguna: hay hileras de inodoros sin nada que cubra o proteja el pudor de las personas, tuberías oxidadas y losetas amarillentas y cubiertas de gruesas capas de moho.

En varias viviendas, unas sábanas dividen unos camastros de metal, y uno que otro cuadro con imágenes de Jesús acompañan la soledad de estos migrantes.

“Que les den una tarjeta rosada, azul, del color que quieran, pero que les den algo para trabajar legalmente”, dijo Juárez, quien tiene sus papeles en regla pero “siento el dolor de mis paisanos”.

A su lado, su hermano Efraín, que transporta la cosecha en camión hasta una planta procesadora, asintió: “Vamos donde haya trabajo, recogiendo tomates en Virginia, luego venimos al tabaco y los camotes acá, y seguimos para Florida. Nunca paramos”.

Si la cosecha de camotes es dura, la del tabaco es peor: para no mojarse con el rocío, los campesinos improvisan mantas para cubrirse con bolsas de basura por encima de la ropa, pero eso agrava la deshidratación.

Para estos campesinos, las hojas del tabaco son un “monstruo verde”, por la nociva absorción de nicotina y alquitrán a través de la piel, que produce mareos, vómitos, dolores de cabeza y otros síntomas.

El Sindicato de Trabajadores Campesinos (FLOC) y el Consejo Sindical para el Avance del Trabajador Latinoamericano (LCLAA) coordinaron el acceso a los campesinos, cuyas historias son tan diversas como sus cultivos.

FLOC, que en septiembre pasado divulgó junto con la organización Oxfam America un informe sobre los abusos en la industria tabacalera, señaló que Carolina del Norte lidera a EEUU en muertes por insolación, especialmente en julio y agosto, cuando la humedad y el calor oprimen.

“Mientras las corporaciones no cambien su cadena de suministros y producción, las cosas no van a cambiar”, dijo Baldemar Velásquez, presidente de FLOC, quien echó raíces en el campo desde que comenzó a trabajar la tierra en Estados Unidos a los 6 años de edad.

Velásquez subraya, además, el contraste entre la opulencia de los accionistas de la tabacalera RJ Reynolds y la precariedad de los campesinos que cultivan el tabaco.

Pero escapar de este mundo no es una opción porque la mayoría no tiene transporte propio para irse a centros urbanos, y escasean los empleos en otros sectores golpeados por la crisis.

Pese a los logros de grupos como FLOC, poco ha mejorado en el campo desde que el célebre periodista estadounidense Edward Murrow realizase el documental Harvest of Shame en 1960, señaló Velásquez, al prometer que la lucha sigue porque “tenemos una llama que no se puede extinguir”.

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