Albergue para los veteranos
La residencia para 390 personas ofrece todo tipo de comodidades
Entre las varias fotografías que decoran el cuarto de Amelia Díaz hay una que guarda con especial cariño. La tiene en lo más alto de su escritorio y cuando la sostiene en la mano no puede evitar hablarle a quien en 1968 posaba junto a su mascota antes de morir meses después en la guerra de Vietnam.
“Tenía 19 años. Esta foto es de la última vez que vino a casa”, dijo Díaz intentado no romper en lágrimas al recordar el “buen muchacho” que era su hijo Rudy Taylor.
El cuarto en el que vive, decorado a su antojo en la residencia para veteranos en el Oeste de Los Ángeles, atesora los recuerdos de esta veterana que trabajó para la Fuerza Naval en San Diego como enfermera durante la Segura Guerra Mundial.
A sus 87 años, decidió salir de la casa de su sobrina para irse a residir a este centro que la oficina de veteranos de California abrió en octubre pasado y que hasta el momento es hogar para 56 personas de las 391 plazas disponibles. “Yo ya estoy mayor. Si algo me pasa, no quiero que mi sobrina se tenga que hacer responsable ni que me tenga que estar cuidando las 24 horas”, dijo la veterana.
Hasta la semana pasada, Díaz era la única mujer en una residencia habitada en su gran mayoría por hombres. Miguel González fue uno de los primeros en obtener un cuarto después de haber vivido en otras cinco residencias para veteranos.
En su habitación no faltan las estampas familiares, diplomas y certificados que reconocen su labor como militar durante la guerra de Vietnam, aunque lo que cobra protagonismo es la computadora que tiene, donde pasa buena parte del día antes de distraerse fumando un cigarro en la calle.
“Aquí vivimos como lo haríamos en cualquier otra casa que fuera nuestra”, dijo este veterano, quien resalta la seguridad que proporcina el centro. “Cuando salimos debemos firmar y también lo mismo al regresar, para que así sepan las personas que están dentro en caso de cualquier emergencia”.
La residencia cuenta con todas las comodidades dignas de cualquier hotel de lujo: desde recamareras hasta lavandería, barbería, centro comunitario, cafetería, cuarto para ejercicios, y zonas de recreo. Se ofrecen incluso clases de yoga y escritura. Lo único que Díaz echa de menos es tener un auto para poder desplazarse, pero hasta eso está incluido en los servicios que se ofrecen. “Me llevan a las citas con los doctores y me dan mis medicinas”, indicó. “Aquí nos dan todo lo que necesitamos, todo lo que no te dan en otro lugar. Es como un hotel maravilloso”.
Aunque la residencia está principalmente destinada a veteranos mayores de 55 años o menores de esa edad que sufran de alguna discapacidad, cada caso se evalúa individualmente para determinar quién obtiene un cuarto. En promedio, cada semana llegan entre tres y cinco inquilinos nuevos. Para el año próximo, los administradores del centro esperan que todas las habitaciones ya estén ocupadas.
Los residentes tan solo deben pagar 55% de su ingreso mensual. Para Díaz supone una renta de 675 dólares, que le da derecho no solo a su cuarto, en el que no falta un televisor de plasma, baño y amplios armarios, sino también a las comidas diarias, medicinas y transporte. “Yo no podría encontrar en Los Ángeles un cuarto por ese precio que me incluya todas las comodidades”, dijo Díaz. “Nunca pensé que en mi vida iba a llegar a un lugar tan precioso”.
“Para mí es una bendición tener un lugar como este y comprobar que después de haber servido al país, el país ahora me está sirviendo a mí”.