Hondureños entre águilas y serpientes

La ruta de Centroamérica a Estados Unidos es un camino salvaje que alcanza en México su episodio más espinoso, según relatos de migrantes de Honduras

TIJUANA/MEXICALI.-Camionetas y granadas. Margarita tiene un secreto. Un silencio con el cual intenta olvidar lo que sucedió en un remoto pueblo de Chiapas, en el sureste de México.

Enmudece, por el miedo. Por su instinto natural de protección. Porque al hablar siente que corre peligro su vida, y la de su familia en Honduras. A la grabadora habla el temor: “Es el crimen organizado. Conocen mi país como la palma de mi mano y la mera verdad son gente que tiene influencia en la policía. El narcotráfico está vinculado, desde la Migración, con el cártel. Si tú das información de ellos, siempre hay gente adentro de ellos que trabajan para ellos, entonces no está bien hablar de ellos”.

Margarita, menor de 20 años, sabe lo que es ocultar datos a un reportero: el nombre de un lugar en Chiapas, donde vivió su experiencia más traumática.

Aun a salvo en el albergue para mujeres migrantes Centro Madre Assunta, en Tijuana, a más de 4,000 kilómetros de Chiapas, de frontera norte a frontera sur, prefiere resguardar en la memoria los detalles más precisos.

En su relato, viajan ella, su tío, una amiga y otro joven rumbo a Estados Unidos, cuando son interceptados por varias camionetas último modelo en un modesto pueblo. Descienden de las naves hombres con armas de alto calibre, chalecos antibalas, “hasta fajas con granadas”. De un instante a otro viajan a bordo de los vehículos con los ojos cubiertos, a oscuras, con rumbo desconocido.

“Cuando uno le pide mucho a dios, dios mueve montañas y pues salimos de ahí con bien. No me tocaron ni el roce de una uña, pero sí estuvimos secuestrados, pero no nos hicieron nada”, dice.

Tal vez nadie más sepa qué le ocurrió exactamente. En el final de su historia ya no incluye a sus compañeros de viaje. Ella logra alcanzar una carretera y una familia cristiana le da un aventón desde Chiapas hasta la frontera norte.

Margarita es de cuerpo joven, mulato y caribeño. En distintos tiempos de su historia destaca el acoso sexual de policías, agentes de migración, narcos…

En su silencio, solo ella conoce la verdad.

El agreste y escabroso paisaje mexicano mostró sus más feroces dientes a Holvan Renieri y su grupo en Mazatlán, Sinaloa, el puerto ubicado 1,420 kilómetros al sur de Tijuana.

A la altura de este famoso puerto costeño del noroeste de México, él y otros dos compañeros son los 25 viajeros que sobreviven montados en “la Bestia”, los trenes de carga que usan los migrantes para recorrer la geografía mexicana.

Cuando se descolgaron del tren en Mazatlán, el personal de seguridad privada les cerró el paso. Como ratones en un laberinto, el único camino libre los llevó a un callejón donde los esperaban sujetos con armas de fuego y machetes. Los despojaron de todo lo que traían encima, dejándolos solo con los bóxers puestos, desnudos y descalzos.

Holvan tiene 23 años. Bebe café y espera a que se enfríe una caliente sopa instantánea que le proporciona el módulo fronterizo del Albergue del Desierto, en la línea Mexicali-Estados Unidos. Hace apenas una hora fueron deportados por la patrulla fronteriza estadounidense.

Holvan es el único que toma la palabra: “Nos desnudaron, nos quitaron todo: los zapatos, el dinero, y todavía lo golpean con unos machetes, con lo ancho le dan en el lomo a uno”, lo dice con ropa ajena que alguien le regaló en su camino al norte.

Cualquier uniformado es una amenaza. Sobre todo en el sur de México, según explican. “Uno le corre a la policía, no por miedo a que lo agarren, sino por miedo a que le quiten el dinero a uno, ellos lo asaltan a uno… todos los policías, pues, así es… de Mazatlán, Sinaloa, para allá, es así”.

Para ellos no terminan las humillaciones. Holvan asegura que en México reciben otro trato, por ser extranjeros. Se cuidan de la policía y hasta el personal de algunos albergues para migrantes: “Tú ves cómo a todos les dan buena comida, y a uno le dan pan con lechuga y mayonesa”, describe, harto y con la piel reseca por tantos rayos ultravioleta.

A sus 17 años, la aventura hacia el norte se ha vuelto para Ramón uno de esos viajes iniciáticos donde el adolescente termina por convertirse en hombre.

En esta carrera contra la pobreza económica de su madre que lo despidió en Honduras, Ramón ha visto y hecho lo que nunca imaginó. Escapó de los Maras, los Zetas, la policía mexicana. Lleva cuatro meses en su intento de cruzar a Estados Unidos.

Mientras recupera los ánimos para cruzar la frontera es empleado en una carpintería cercana al Albergue del Desierto, en Mexicali, un oficio nuevo que tal vez no encaje con su anatomía: cuerpo largo, esbelto, piel tostada, cabello rizado y ojos verdosos, como uno de esos chicos que pueden ser imaginados bajando cocos en alguna playa tropical.

¿Qué es México para este joven hondureño? “Peligro”, responde sin dudarlo.

Desde que montó “la Bestia”, junto con un par de amigos hondureños y otros dos salvadoreños que conocieron en esta aventura ya casi mítica para los centroamericanos, sorteó los peligros de la Mara Salvatrucha, cuando en Chiapas bajaron a montones del tren.

Luego, en Tierra Blanca, Veracruz, desmontaron el vagón a toda prisa, pues a balazos, personas que se identificaron como los Zetas detuvieron el ferrocarril y bajaron a los migrantes para despojarlos o secuestrarlos.

“Nosotros ya no vimos qué pasó, si los mataron o se los llevaron. Íbamos hasta atrás del tren y pues nos bajamos rápido y corrimos”.

Los caminos de México son para los migrantes centroamericanos como una moneda lanzada al aire, con el águila y el sol como único designio. La vida y la muerte en manos de alguien más. Alguien que porta un arma de fuego para gestar una realidad mexicana cada vez más violenta.

El descubrimiento de 72 cadáveres pertenecientes a migrantes en un terreno baldío de Tamaulipas, en agosto de 2010, encendió la alarma de la nueva cotidianidad: secuestrar migrantes, integrarlos al crimen organizado y, si no, matarlos.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos en México (CNDH) difundió en 2010 un estudio que documenta 214 secuestros masivos en los estados de Veracruz, Tabasco Tamaulipas, San Luis Potosí, Chiapas y Oaxaca, tan solo de abril a septiembre del año pasado.

En total, en 2010 fueron secuestrados unos 20,000 migrantes en México, según la CNDH.

Este 2011, México aprobó una ley para proteger a los migrantes. Mientras, el juez Baltasar Garzón ha mencionado que existe en el vecino país del sur una profunda crisis humanitaria.

Cálculos de distintas organizaciones señalan que unos 300,000 migrantes centroamericanos penetran el territorio mexicano en la búsqueda del llamado sueño americano.

México aprobó a mediados de este 2011 una nueva Ley de Migración, con un reglamento al que le falta dar seguimiento, pero sobre todo, poner en práctica.

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