La indolencia humana

Las llantas del camión pasaron sobre el frágil cuerpo de Wang Yue, una niña de dos años que deambulaba por una calle comercial y minutos después otro carro la aplastó por segunda vez. Esto ocurrió el jueves 13 de octubre en la provincia de Cantón en China.

Las impresionantes imágenes, que circulan en YouTube, no me dejaron conciliar el sueño por varias noches, pero lo que más me causó insomnio y náuseas es la cantidad de vecinos que circularon impasibles al lado del cuerpo moribundo y bañado en sangre de la chiquilla, sin ningún tipo de consideración humana más que una mirada morbosa.

Sorprende esta indiferencia social entre los chinos que por naturaleza son curiosos, pero lamentablemente es un fenómeno que se multiplica en todo el mundo: la indolencia social, un síntoma que muestra a una humanidad enferma.

La insensibilidad se ve en todos los ámbitos. La macabra imagen de Muammar Gadafi, el dictador de Libia ajusticiado el jueves 20 de octubre, no me impactó tanto como ver la foto de los rebeldes y curiosos tomándole gráficas y vídeos como si estuvieran en una fiesta de disfraces.

Estos individuos, ávidos de morbosidad, tal vez con el fin de guardar un recuerdo de tan “magno evento”, se excedieron. En otras imágenes se ve cómo manipulan el cuerpo sin vida del terrorista y se acomodan para abrazarlo. Lo que asusta de esta historia es que se les está entregando el poder de Libia a otros bárbaros.No se trata de pedir respeto especial para un criminal, pero sí se debe tener un grado de compasión y sensibilidad con un muerto.

Estas realidades atroces, comprueban que los seres humanos nos hemos vuelto crueles e indiferentes quizás porque la violencia, la destrucción y la guerra, la vemos pasar frente a los ojos, como una película, en noticieros de televisión y la Internet.

En Latinoamérica, en el caso de ser testigos oculares de accidentes, crímenes callejeros o delitos de cualquier índole, muchos ciudadanos usan como pretexto no involucrarse para no tener que ir a declarar ante una corte o correr el riesgo de ser objetivo de los bandidos.

Es deprimente ver cómo frente al dolor humano, pocas veces la gente reacciona para auxiliar a quien lo necesita.

En Miami, por ejemplo, en las zonas donde viven los hispanos, se ha perdido el respeto por las personas mayores y los niños, pero en cambio, hay una exagerada obsesión por socorrer a las mascotas, como los perros y gatos. Si uno se atreve en su carro a ceder el paso a un anciano en una calle, tiene que soportar el insulto de otros choferes que creen ser perjudicados por la obligación que todos tenemos de ayudar al prójimo.

La decisión de no querer meterse en problemas, tal vez llevó a la muerte a Cristina Siekavizza, una joven madre guatemalteca que fue asesinada por su esposo frente a sus hijos. Segundos antes, ella salió a un balcón a pedir ayudar con su cabeza ensangrentada, pero los vecinos del barrio ignoraron los gritos desesperados.

Es indispensable que la sociedad reaccione y reflexione sobre esta indolencia humana que parece contagiosa y nos está llevando a vivir en un mundo de soledad, donde si nos pasa algo quizás nadie nos voltee a ver.

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