Tenis para legos

Hice un cursillo acelerado para entender algo del tenis que brindaron en Medellín esta semana que ya no existe las hermanotas Venus y Serena Williams. Conclusiones:

Al más alto nivel lo juegan atletas que tienen asegurada casa, carro y champaña hasta la quinta reencarnación. En los baños turcos hablan de negocios con yupis de Wall Street que les manejan las finanzas.

En la vida social se tutean con los más despampanantes churros de la pasarela. Revistas de farándula, deportes y economía, se pelean por darles portada.

Algunos tenistas van acompañados de su complejo de Edipo, la mamá, quien hace las veces de talismán. Completan el comité de aplausos la novia o esposa, la manicurista, la tía estrella, algún pariente pobre.

Antes del partido, el jugador y su entrenador perfeccionan un alfabeto morse de señales que solo ellos entienden. En una mirada, equis malacara, un suspiro, el movimiento de una pestaña, hay toneladas de información. Para la siguiente partida las señales serán diferentes para curarse en salud.

Al principio, los contendientes intercambian zanahorias bolas para calentar. Nada de servirle pelotas incómodas al otro. Todas son fáciles como una mujer difícil.

La burocracia tenística incluye a los estoicos recogebolas que han hecho entrenamiento para robots. Tienen prohibida la alegría y el asombro. Ven el partido como quien ve pasar una retroexcavadora. También les toca entregarles la toalla a los gladiadores para que sequen el sudor y los mocos. Y pierdan algo de tiempo cuando necesitan recuperarse.

Desde su olimpo, el todopoderoso juez de silla terminará la velada con “mico” (tortícolis) de tanto mover el pescuezo de un lado pa’l otro. Y con nuevos madrazos en su hoja de vida cuando se equivoca.

De pronto aparece un sujeto al que le faltó ternura de mujer. Actúa cuando al tenista le dan ganas de ir al baño en plena faena. Este notario dará fe de que su vigilado no habló con ningún espíritu santo terrestre, ni se empacó pepa alguna para mejorar el rendimiento.

La transmisión de tv es un atractivo adicional. Las sofisticadas cámaras suelen pillar maridos infieles en la gradería en compañía de “la otra”. Cuando repiten jugadas claves, las cámaras permiten apreciar el desgaste que sufre el esternocleidomastoideo del atleta.

Los hay que cuando pierden un punto decisivo se golpean tan duro la cabeza que uno mira instintivamente al piso para indagar donde cayó el ojo. Otros reaccionan gritándose toda clase de improperios para darse ánimos mientras papá y mamá lo encomiendan a todos los santos desde sus lugares de privilegio.

Son de enmarcar los gestos que se dirigen entre ellos al final de algún punto importante. Muchas veces el perdedor mira a su rival con ganas de engullírselo en bisté, con apetito de caníbal.

Quién lo creyera pero el tenis es un deporte “sangriento”. Pierdes una partida y te vas a las duchas. Salvo en el master de Londres que termina este domingo. Allí existe la opción humana de perder sin tener que regresar automáticamente a casita.

Al final, los rivales se dan la mano con el mismo fervor con que el inminente electrocutado saluda al operador de la silla eléctrica.

En millonésimas de segundo, el derrotado, abatido, embutirá sus pertenencias en sus bolsos y saldrá raudo hacia el olvido, mientras el otro recibe los aplausos del respetable. En reciprocidad, regalará prendas personales que arroja a la gradería con desparpajo de estriptisero.

Concluida la lucha, el ganador besa y muerde el trofeo. También hace cabriolas para no dejar caer el ofensivo cheque. El ritual ha terminado.

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