Epílogo de la circomanía

Como para no creerlo. Donald Trump desistió ser moderador de una de los debates de los candidatos del Partido Republicano.

Sólo eso faltaba. La estocada final a un proceso político que se ha estado distinguiendo por anécdotas extravagantes, controversias, de candidatos que se inflan e inmediatamente se desinflan. Fue el epílogo de la circomanía política.

No vamos a ver a la melena encopetada, pelirroja, probablemente implantada, del protagonista fanfarrón del programa virtual The Apprentice.

No vamos a escuchar el sarcasmo de su voz aguda e intolerante.

No vamos a ver sus labios rojizos que, cada vez que emiten una palabra, se entrompan y hacen relucir sus dientes tallados y emblanquecidos por el agua bendita de un dentista.

No vamos a ser testigos de su impaciencia, de su egomanía y de su narcisismo insoportable que sólo es comparable con la vanidad ilimitable de una estrella postiza de Hollywood.

Ni vamos a ser protagonistas de un debate que seguramente hubiera llenado los cofines de billetes verdes de todas las personas que se prestaron organizar el circo político. Los ‘rating’ televisivos, quiérase o no, hubiesen estado por las nubes.

Donald Trump, característico a su presunción ególatra, nunca admitió su fracaso. “…como no hay conflicto de interés dentro del Partido Republicano, he decidido no ser el moderador del debate organizado por Newsmax”, dijo a través de un comunicado. Luego insistió que le gustaría participar en las elecciones. “No doy por terminada la posibilidad de participar en las elecciones presidenciales como candidato independiente”, aseveró.

Al final, a Trump le faltó talla para persuadir a la mayoría de los candidatos republicanos. Sólo Newt Gingrich y Rick Santorum se anotaron a la cita.

El primero dijo que sí porque existe, entre él y Trump, una amistad añeja. Aparte de que a Gingrich, como demostró durante sus años en la presidencia de la Cámara Baja del Congreso, le gusta jugar el papel de protagonista.

El senador Santorum, por otra parte, no tenía nada que perder. Por el contrario, como lo hizo Caín y ahora Gingrich, un debate electrizante tal vez le hubiera llevado a la cima de la plataforma política de los republicanos.

Los demás candidatos simplemente dijeron que no. Rick Perry, al tiempo de disculparse con Trump, sostuvo que ya había hecho otros planes.

Mitt Romney argumentó que su horario estaba bastante saturado y que prefería, antes de ir a otro debate, saludar personalmente a los votantes de su partido en Iowa, New Hampshire y Florida.

Ron Paul fue el único que se expresó sin pelos en la lengua. Su portavoz sostuvo que un debate dirigido por Trump hubiese llevado al país a un show virtual y poner a un lado temas importantes de la economía que son muy importantes para cada uno de los habitantes de la nación. “Se hubiese formado una especie de atmósfera circense”, dijo.

La política norteamericano no debe ser la plataforma de los fanfarrones. Si Trump quiere participar en un debate, lo mejor es que se registre como candidato.

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