“La Mara es mi padre”

Ex-pandilleros cuentan cómo las ‘gangas' seducen a adolescentes en Nueva York

La MS13 de Long Island.

La MS13 de Long Island. Crédito: EDLP

NUEVA YORK – “No tengo Dios ni diablo, tengo Mara. La Mara controla. La Mara es mi padre”, dijo Fausto con furia. Es el tercer hijo de una madre soltera. Nació en Suffolk, Long Island, dos años después de que su familia dejara Santa Bárbara, Honduras, en 1992.

Lejos de la agresiva imagen de la Mara Salvatrucha centroamericana –rapados, tatuajes en el rostro y el cuerpo– la MS13 de Long Island pasa desapercibida. Sólo el “vacil” (tres puntos) tatuado entre los dedos de la mano, o a un costado del ojo izquierdo puede identificarlos.

“La cárcel, la calle o la muerte. Es lo que significa [los tres puntos]. No hay otro destino. Cuando entras a la Mara, no sales de ella ni muerto. Tu alma tam- bién le pertenece”, sentenció Fausto.

De 16 años, Fausto acostumbra reunirse con otros pandilleros de la MS13 en el patio de una secundaria de Central Islip, un vecindario con una gran población salvadoreña y hondureña. Los jóvenes llegan en autos acompañados por ‘mareros’ mayores, de entre 21 y 25 años.

“Los más viejos nos dicen qué hacer. Nos mandan a comprar armas y vender drogas. No podemos consumirla. Esa es la regla y se respeta”.

Marihuana hidropónica (una libra vale más de $4,000), crack, o medicamentos recetados (una píldora se vende por $10), forman parte del menú de drogas que ofrecen los pandilleros.

La MS13 usa las escuelas de Long Island como centros de reclutamiento, explicó el adolescente. “La policía puede encerrar a cinco de nosotros, pero nosotros metemos a 20 más. La Mara no conoce fin”, dijo.

Antes de ser marero, Fausto enfrentó acoso y abandono. “Mamá no estuvo ahí”, expresó con la mandíbula tensa. Cuando era un estudiante, hace apenas un año, ‘gangueros’ mexicanos le pedían dinero al salir de la escuela. “El día que no tuve me hicieron pagar. La Mara me protegió. Desde entonces no tengo más padre que la Mara”, explicó el muchacho.

Sergio Argueta, fundador de la organización STRONG en Hempstead, Nassau, atribuyó las decisiones de jóvenes como Fausto a una compleja y poco conocida dinámica social entre jóvenes pobres hispanos.

“Los niños que crecieron solos en sus países y que luego migran para reunirse con sus padres, son sumamente vulnerables”, acotó el experto. “Se integran a ‘gangas’ buscando protección del acoso”, agregó.

Considerado uno de los principales expertos en violencia juvenil en el noreste del país, Argueta ha estudiado cómo familias disfuncionales y conflictos raciales fortalecen a las pandillas.

“Existe una batalla permanente entre latinos inmigrantes e hispanos nacidos en el país. La lucha por el poder se libra dentro de la misma comunidad latina”, dijo Argueta.

Las pandillas no son un problema exclusivo de Long Island. En las calles de la ciudad Nueva York la violencia se encuba en círculos de prostitución y tráfico de drogas.

Osvaldo, un expandillero de 20 años, vivió para contarlo luego de ser apuñalado siete veces.

El puertorriqueño dijo haber pertenecido desde los 12 hasta los 18 años a una de las pandillas más sangrientas y expandidas del área triestatal, cuyo nombre no se atreve a revelar.

Osvaldo, el mayor de los ocho hijos de una ex adicta, nació y creció en East New York, Brooklyn. La pobreza, el abuso y el abandono son los recuerdos de su infancia.

Como Fausto, Osvaldo dijo haber convertido a ‘la ganga’ en la familia que no tenía. “A los nuevos nos mandaban a robar. Teníamos que llevar dinero, droga o mujeres para no recibir golpes. Un pandillero viejo, como de 25 años, era el que daba las órdenes”, explicó.

Cansado de ver la muerte cara a cara todos los días, reunió el valor para dejar la pandilla. No antes de haber sido apuñalado varias veces y golpeado por unos 20 individuos. “Me creyeron muerto”, recordó.

Patricia Haversham-Brown, directora de servicios residenciales de The Fortune Society, dijo que Osvaldo es un ejemplo exitoso de ex pandilleros que buscan reivindicarse y tener una segunda oportunidad.

Haversham-Brown calificó como alarmante que pandilleros adultos tomen el control de las vidas de niños y adolecentes.

Si el mundo de las calles es difícil para un chico, para una mujer es aún peor. Una joven puertorriqueña de 19 años apodada “Huérfana”, miembro de una célula de la pandilla Trinitarios, en el sur de El Bronx, reveló que las niñas son “estrenadas” por los integrantes de las pandillas. “Lo peor es cuando te embarazas, porque tu hijo nace y crece en la ganga”, dijo.

Huérfana ha participado en programas antipandillas de la Policía; pero no deja las deja porque otros pandilleros la amenazan con golpizas para que no lo haga.

Según Huérfana, las chicas que crecen sin padre, buscan a quién querer. “Pandilleros viejos se acuestan con niñas de 14 años. Ellas los ven como sus machos y protectores. Las prostituyen”.

Relató que en algunos vecindarios de El Bronx es más fácil conseguir un arma que una computadora. “Puedes tener una pistola por $100. No importa tu edad, sólo que puedas pagarla”.

Para la chica, los tiroteos frecuentes en lugares como Soundview son “normales” y parte de la vida en las calles.

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