Zona de Juego: Perdí a mi mejor amiga

Perdí a mi confidente que, hasta el último minuto de su existencia, guardó todos los secreteos que compartimos

Abraham Nudelstejer

Abraham Nudelstejer Crédito: Archivo / La Opinion

Perdí a la amiga que por 11 años me acompañó por doquier.

Perdí a mi confidente que, hasta el último minuto de su existencia, guardó todos los secreteos que compartimos.

Perdí esa voz que me hacía recordar las frases importantes que necesitaba escuchar para salir adelante.

Ella siempre estuvo conmigo en los momentos más importantes de mi carrera como periodista deportivo.

¿Cómo olvidar el día en que me acompañó a cubrir el retiro de Tony Gwynn, después de que el jardinero derecho jugara 20 años con los Padres de San Diego?

También estuvo a mi lado en entrevistas con grandes personalidades de talla internacional como Hugo Sánchez, Serena Williams y Julio César Chávez.

Compartimos juntos la oportunidad de hablar con leyendas históricas del beisbol de las Grandes Ligas como Beto Ávila, Hank Aaron y Ted Williams.

En los momentos que más la necesitaba, la volteaba a ver con ojos de angustia.

Era imperante que una y otra vez me repitiera las palabras que requería escuchar para que aflorara en mi la inspiración requerida para escribir.

Cuando, por alguna circunstancia especial, no podía acompañarme a mi trabajo, me sentía perdido, nervioso, ansioso.

Afortunadamente fueron pocas, muy pocas, las veces en las que ella no estuvo a mi lado.

Cómo olvidar su apoyo durante las largas jornadas para cubrir los juegos de los Cargadores de San Diego.

O aquella Copa de Oro del 2001, en donde juntos disfrutamos las historias que nos contó Manolo Lapuente, en ese entonces entrenador de la selección mexicana de futbol.

Imposible olvidar su solidaridad en la cobertura de la semana previa al Súper Tazón XXXVII que se jugó en San Diego, y en donde trabajamos juntos jornadas de hasta 17 horas diarias.

Era incansable, servicial, y siempre estaba dispuesta a todo.

Su aspecto sencillo y de bajo perfil la hacían pasar inadvertida para todos, excepto para mí.

A lo largo de los años, conocí otras que eran más bellas y más sofisticadas que mi inseparable compañera.

Debo de reconocer que aquellas que eran más jóvenes, bellas y sofisticadas despertaron en mí la tentación de buscar algo nuevo en mi vida, pero nunca lo hice, y me alegro de no haberlo hecho.

A mi musa inseparable la conocí en el verano de 1999, y desde entonces me convertí en dependiente total de sus bondades y atenciones.

Cuando necesitaba escuchar palabras que me abrieran la mente y el corazón para escribir, recostaba mi oído sobre ella para escucharla sin cesar.

Ella se fue, pero los recuerdos quedan.

Por accidente, la semana pasada la dejé caer de mis manos y se hizo pedazos.

Adiós, amiga mía.

Adiós, grabadora mía.

(Feliz Día de los Inocentes).

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