Papeles: Caderas en rebelión

Para recibir el año, cumplo con la obra de misericordia de advertir sobre el peligro que representa para la estética urbana la proliferación de caderas pluscuamperfectas.

Han empezado a formar parte del paisaje traseros salidos de toda lógica. Estamos ante algo así como la rebelión de las nalgas. Si Quevedo viviera habría escrito: “Érase una hembra a una cadera pegada” (no “un hombre a una nariz pegado”).

Pocos presas femeninas tienen tan buena prensa como el trasero. Hay nalgas que sacan el pecho, la cara, los talones, la aorta, por ellas.

Uno se pregunta cuántas horas tardan las caderonas para pasarse a vivir dentro de unos bluyines que redondean el atentado contra la belleza femenina.

Las caderotas que decoran el “sur” de muchas féminas causan estupefacción mezclada con ira e intenso dolor. Fueron infladas arbitrariamente en la sala de cirugía. Preocupa que sus dueñas tengan el sentido de la armonía tan embolatado que piensen que con semejante tsunami de carne atrás, pueden alborotar la libido del “homo cibernéticus”.

Lo primero que aparece en muchas de ellas es su cadera. Así vengan de frente. Cuando trastornan una esquina, las últimas que dicen coqueto adiós son las llamadas cuatro letras que piden permiso para abandonar la escena.

La dueña cree que con su audaz prótesis que debió costarle un ojo de la cara hizo hoyo en uno. No se imaginan que está haciendo el ridículo y dejando un reguero de sonrisas sarcásticas a su paso.

Deseos dan de convocar una recolecta para financiar el regreso de esos glúteos a sus justas proporciones iniciales.

¿Los médicos que realizan estas operaciones entienden que están atentando contra la ética-estética y la salud de sus proveedoras de espléndidos saldos bancarios?

Viendo estos despropósitos dan ganas de gritar a la rosa de los vientos: ¡Abajo las caderas que empiezan en cualquier parte y no terminan en ninguna! Las gordas del pintor Fernando Botero las aventaja en sexapil.

Por inercia, si las caderas son echadas pa’trás, las puchecas deben ser echadas pa’delante. Por eso sus dueñas proceden a inflarlas. Es su forma de ratificar que con tetas sí hay paraíso.

No estoy en el mercado, pero si el reverendo azar me deparara alguna escaramuza de alcoba, no me dejaría tentar por “derrières” que son un guiño a la disfunción eréctil. O “defunción eréctil”, como dice un colega de la mesa de los jubilados donde rumiamos nostalgias con el sol a la espalda.

Me tomo por asalto la vocería del varón domado para decirles a ellas que las preferimos tal como las hicieron papá y mamá. Los machos alfa (?¡) no estamos contra la coquetería y su ventrílocua, la vanidad. Es más, “autorizamos” que se apliquen toda clase de menjurjes, que hagan de su rostro un hermoso óleo.

Pero los gustos son como las caderas: divididos. Esta vez cabe decir, torciéndole el pescuezo al adagio: entre gustos sí hay disgustos.

Creo haber dejado claro de qué lado del espectro me encuentro. Ahí estoy y ahí me quedo. No me sacan de mi punto de vista ni con el Ejército.

Espero que esta cruzada que lanzo para devolverle la sensatez al eterno femenino, no me genere carterazos. Ojalá las aludidas no me retiren el saludo ni la mirada, como hacen los indígenas con sus maltratadores.

Año nuevo con caderas viejas. Lo que natura no da, que no lo intente el bisturí.

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