La ética de la piratería en Internet

El año pasado comenté a una colega que incluiría el tema de la ética de Internet en un curso que estaba dictando. Me sugirió que leyese una antología recientemente publicada sobre ética informática, y adjuntó el libro completo en su mensaje de correo electrónico.

¿Tendría que haberme rehusado a leer un libro pirateado? ¿Estaba recibiendo bienes robados, como proponen quienes favorecen leyes más estrictas contra la piratería en Internet?

Si robo un libro a la vieja usanza, me lo quedo y su dueño original ya no lo tiene. Yo estoy mejor, y esa persona, peor. Cuando la gente usa libros pirateados, la editorial y el autor a menudo pierden: no perciben las ganancias por la venta del libro.

Pero, si mi colega no me lo hubiese enviado, hubiera retirado el libro de la biblioteca de mi universidad. Me ahorré ese el tiempo, y parece que nadie perdió por ello. (Curiosamente, dada la temática del libro, no está a la venta en formato digital). De hecho, otras personas también se beneficiaron por mi elección: el libro siguió estando disponible en la biblioteca para otros usuarios.

Por otro lado, si el libro no hubiese estado disponible y esos otros usuarios lo hubieran solicitado al personal de la biblioteca para retirarlo o reservarlo, su demanda podría haber sido notada y tal vez se hubiese solicitado una segunda copia. Pero la probabilidad de que mi uso del libro hubiese persuadido a la biblioteca de comprar otro es reducida. Y, en todo caso, esta situación dista mucho del caso de robo estándar.

Pregunté a los 300 alumnos de mi clase de ética quiénes de ellos no habían descargado algo de Internet, a sabiendas, o sospechando, que infringían derechos de autor. Solo cinco o seis levantaron sus manos. Muchos de los restantes pensaban que lo que habían hecho estaba mal, pero dijeron que “todos lo hacen”. Otros comentaron que no hubiesen comprado la música o el libro de todas maneras, por lo que no estaban dañando a nadie. No pareció que ninguno de ellos estuviese preparado para dejar de hacerlo.

La justificación para poner en vigor las leyes de “copyright” o de derechos de autor fue fortalecida por los detalles que surgieron luego del arresto de en Nueva Zelanda de Kim Dotcom (cuyo nombre original es Kim Schmitz): fundador del sitio Megaupload (cerrado por el FBI). Megaupload permitía a sus 180 millones de usuarios registrados subir y descargar películas, series televisivas y música, y parte del dinero ganado por Dotcom (en concepto de publicidad y membresías) podía verse en su mansión cerca de Auckland, donde guardaba su Rolls-Royce y otros automóviles exóticos.

El abogado de Dotcom alega que Megaupload simplemente proporcionaba almacenamiento para los archivos de sus suscriptores y que no tenía control sobre lo que ellos almacenaban. Pero Megaupload ofrecía recompensas en efectivo a los usuarios que cargaran archivos populares entre los demás.

El mes pasado, los Estados Unidos contemplaron implementar legislación orientada a detener la piratería en Internet. Los proyectos de ley fueron escritos a pedido de los estudios de Hollywood y las industrias editorial y de la música, que afirman que las violaciones a los derechos de autor en Internet cuestan a los EEUU 100,000 empleos. Sus opositores dijeron que la ley propuesta iría mucho más allá de sitios como Megaupload y convertiría a sitios como Google y YouTube en responsables de infracciones a derechos de autor. Además permitiría al gobierno bloquear (sin autorización de un juez) el acceso a los sitios web que considerase que favorecen esas infracciones.

Por el momento, los activistas de Internet, junto con Google, Facebook y otros pesos pesados de la Red, lograron sobrellevar la situación, persuadiendo al congreso estadounidense de archivar su legislación antipiratería. Pero la lucha continuará: el mes pasado, la Unión Europea y 22 estados miembro firmaron el Acuerdo Comercial Antifalsificación, que establece normas internacionales y una nueva organización para poner en vigor los derechos de propiedad intelectual. El acuerdo ha sido firmado por Australia, Canadá, Japón, Marruecos, Nueva Zelanda, Singapur, y EEUU. Ahora debe ser ratificado por, entre otros, el Parlamento Europeo.

Además de lector, soy autor. Una de las maravillas de Internet es que algunos de mis antiguos trabajos, agotados desde hace tiempo, son ahora mucho más fáciles de encontrar que antes… en versiones pirata. Por supuesto, soy mucho más afortunado que otros autores o artistas creativos, porque mi salario académico significa que no dependo de los derechos de autor para alimentar a mi familia. No obstante, no es difícil encontrar mejores propósitos para mis ingresos por ese concepto que la forma de vida de Kim Dotcom y su impacto ambiental. Necesitamos encontrar una forma de maximizar el sorprendente potencial de Internet y recompensar adecuadamente los creadores.

Australia, Canadá, Israel, Nueva Zelanda y muchos países europeos ahora cuentan con un derecho de remuneración por préstamo público, diseñado para compensar a los autores y editoriales por la pérdida de ventas causada por la presencia de sus libros en bibliotecas públicas. Necesitamos algo semejante para Internet. Una tarifa por usuario podría solventarlo y, si el costo fuese lo suficientemente bajo, el incentivo a usar copias pirateadas disminuiría. Si eso se combina con la coerción contra los sitios web superabusivos, el problema puede tener solución. De otro modo, las personas más creativas deberán ganarse la vida de otra manera, y todos saldremos perdiendo.

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