Los Ángeles pelea el reciclaje a los pobres

A sus 60 años, Blanca Castelán tiene que sacar fuerzas de quién sabe dónde para inclinar pesados botes de basura. Lo hace infinidad de veces al día. Al vencer los recipientes, introduce medio cuerpo y remueve los desechos sin más protección que los callos de sus manos.

Es difícil el trabajo de los pepenadores de basura pero la necesidad impera.

Es difícil el trabajo de los pepenadores de basura pero la necesidad impera. Crédito: Aurelia Ventura / La Opinión

A sus 60 años, Blanca Castelán tiene que sacar fuerzas de quién sabe dónde para inclinar pesados botes de basura. Lo hace infinidad de veces al día. Al vencer los recipientes, introduce medio cuerpo y remueve los desechos sin más protección que los callos de sus manos.

Esta fría mañana la anciana ha tenido suerte. Lleva dos horas caminando por las calles del vecindario de Watts, uno de los más pobres y peligrosos de Los Ángeles, y casi ha llenado un carrito de supermercado con los botes de aluminio y plástico que sacó de los contenedores.

Le volvió a ganar al camión recolector de basura y a cientos de pepenadores que recorren la zona.

Desde hace mucho tiempo, la anciana y su esposo, de 67 años, se dedican a recoger materiales reciclables (vidrio, cartón, plástico y metales). Apenas si les alcanza para cubrir un alquiler mensual de 240 dólares por un “cuartito” y para comprar alimentos, pero no tienen otra opción.

“Siempre hemos sido pobres”, dice Castelán, quien empuja el carrito por la calle, sin tener precaución por los autos que pasan cerca de ella. La anciana no tiene el ojo derecho, lo perdió en su natal Puebla.

“Caminamos mucho todos los días, pero ya estamos impuestos”, comenta la mujer de cabello gris y figura encorvada. “Aquí andamos, aunque sea poco nos ayudamos para comer”, expresa con voz débil.

Del fondo de la calle aparece otro recolector. Avanza a toda prisa y abre las tapas de los botes de basura con gran agilidad. No se detiene tanto, apenas si hurga en la superficie de los desechos. Es Juan Carlos Tapia, cuyo aspecto desaliñado no corresponde al de un trabajador de la construcción que llegó a ganar 3,500 dólares por semana.

Hace siete meses, cansado de esperar a ser contratado afuera de una tienda Home Depot, este hombre decidió guardar la vergüenza en un cajón de su casa. “Me da pena andar reciclando, pero no hay trabajo y tengo una familia qué mantener”, explicó.

En esta actividad no hay lugar para los olfatos sensibles, ni las manos delicadas. Tapia, de 40 años, se ha cortado en múltiples ocasiones revolviendo los residuos y ha dejado de sorprenderse cada vez que encuentra un animal en estado de putrefacción. Lo aparta y continúa la búsqueda.

A él apenas si lo defiende un viejo guante. “Uno está arriesgando su salud”, reconoce el michoacano, que ha podido sobrevivir con el dinero que obtuvo de una propiedad que vendió en México.

Tapia sabe que cada vez que abre un recipiente comete un delito menor, pero justifica que los policías sólo se le han acercado para pedirle que no arroje la basura en la calle.

Pero esto podría cambiar en unos meses. Preocupado por la pérdida de entre 600,000 y un millón de dólares cada año, el gobierno de Los Ángeles prepara un plan “más agresivo”, que dejará de tolerar esta actividad e impondrá sanciones de hasta seis meses de cárcel y multas de 500 dólares a los infractores.

“Sabemos que es la forma de subsistir de muchas personas, pero para nosotros es un problema”, dijo Enrique Zaldívar, director de la Oficina de Saneamiento del Ayuntamiento.

En sólo cinco años esta práctica, conocida en inglés como “scavenging”, se ha extendido por toda la ciudad. Como consecuencia, un ingreso de 4 a 5 millones de dólares asignado anualmente al fondo general del municipio por reciclaje ahora está en riesgo.

También ha minado su responsabilidad legal de reusar al menos el 50% de toda la basura recolectada en esta metrópoli. No cumplir este requisito le valdría una sanción de 10,000 dólares al día.

Cifras del Departamento estatal de Recursos Reciclables (Cal Recycle) confirman el auge que ha experimentado esa industria desde que se duplicó el valor de los materiales en 2007.

El 2010 ha sido el período en que más se recicló aluminio (94%) y vidrio (85%) de la última década, aunque sus ventas cayeron ligeramente respecto a un año anterior. El interés por el plástico bajó 2%.

El plan del Ayuntamiento de Los Ángeles consiste en lanzar primero una campaña informativa con el apoyo de grupos comunitarios y oficinas de gobierno, para después para aplicar la ley con apoyo del Departamento de Policía (LAPD).

Hace poco la ciudad de Newport Beach autorizó a su Policía arrestar a los recolectores ilegales, argumentando que han sido descubiertos hurtando bicicletas y otros objetos de las cocheras, incluso información personal que podría derivar en el robo de identidad. Antes sólo extendían multas.

Otra medida para desalentarlos ha sido distribuir botes con cerraduras, que abren cuando el brazo mecánico de los camiones los giran para vertir los residuos. La idea, que viene de Alaska, donde los osos suelen derribar los contenedores en busca de alimento, ya se está implementando en Santa Ana y Pasadena, mientras se analiza en Costa Mesa y San Bernardino.

“Mediante el uso de botes cerrados los residentes pueden protegerse de recolectores ilegales, reducir la cantidad de carritos de supermercado robados, evitar el posible robo de identidad y contribuir a la protección de nuestros vecindarios”, indica en un comunicado la ciudad de Pasadena, que ofrece los nuevos tambos por un cargo adicional de 1.34 dólares al mes.

Hace unos días un policía de Los Ángeles detuvo al señor Tapia para pedirle una explicación por las bolsas repletas de botes de plástico y aluminio que llevaba. “Tengo una deuda de 40 dólares, tengo hijos y no tengo dinero”, le dijo Tapia. “Está bien, échale ganas”, respondió el agente.

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