¡Arriba el Santo Padre!

En emotivo discurso, el Papa afirma que rezará por todos los mexicanos que sufren por la violencia

Desde el aeropuerto y escoltado por la primera dama y el presidente Felipe Calderón, el Sumo Pontífice le habló con cariño a los miles de fieles que le dieron la bienvenida.

Desde el aeropuerto y escoltado por la primera dama y el presidente Felipe Calderón, el Sumo Pontífice le habló con cariño a los miles de fieles que le dieron la bienvenida. Crédito: EFE

SILAO, Guanajuato.- Miles de fieles católicos mexicanos, que recibieron al papa Benedicto XVI en el Aeropuerto Internacional de Guanajuato y en las calles de esta ciudad y León, impusieron la porra que abrió un nuevo capítulo de la relación de los mexicanos con el sucesor del adorado Juan Pablo II.

“Benedicto, hermano, ya eres mexicano”, corearon desde que el Sumo Pontífice puso un pie en suelo mexicano.

El padre abrió los brazos ante la luz que golpeó su rostro a las 4:20 de la tarde, sonrió, caminó lento para subir al templete y enviar un emotivo discurso centrado en los tres principios de la fe cristiana: fe, esperanza y caridad; la apertura religiosa de su Iglesia, la nueva evangelización y la violencia que acosa al país.

“Pediré al señor por este pueblo y muy particularmente por quienes sufren por antiguas y nuevas realidades, resentimientos y formas de violencia”, prometió entre muchos rezos de bendiciones en los que incluyó a los migrantes.

“Por los mexicanos que viven fuera de su patria natal, pero que nunca la olvidan y desean verla en la concordia y por un desarrollo integral”.

El presidente Felipe Calderón marcó la bienvenida del máximo jerarca católico con un golpe de la realidad que es una llaga en su sexenio con más de 50 mil muertes derivadas del combate frontal al crimen organizado y agradeció el “gesto de solidaridad” de su primera visita.

“Lo recibe un país que sufre”, arrojó con un matiz que vino poco después de estas palabras: “A pesar de todo México está de pie porque somos un pueblo fuerte”.

A esa resistencia, el Papa lo llamó “raigambre”, ese conjunto de virtudes históricas que dan estabilidad a una Nación a la que asegura respetar desde una Iglesia que no entra “en competencia con otras iniciativas públicas o privadas” en referencia a otras religiones.

“Tampoco pretende otra cosa que hacer, de manera desinteresada y a quien le haga falta, una auténtica muestra de amor”, dijo en honor al eslogan con el que llegó a México.

El Mensajero de la Esperanza bajó del podio tranquilo, con el paso de sus 85 años, antes de tomar el Papamóvil que lo llevaría al Colegio Miraflores, donde se hospedará los tres días de la visita a la región más católica y centro geográfico de México que tanto quiso visitar Karol Wojtila, según dijo.

Fue directo a acariciar los cachetes de los niños, abrazar a unos cuantos. Muchachos de todos los grupos sociales, discapacitados en sillas de ruedas, indígenas de diversas etnias como los tzeltales que mostraron coloridos sombreros de colores.

El mariachi cantaba y el grupo folclórico de la universidad local que bailó música del estado de Jalisco se colocó de fondo como un telar fotográfico, frente al avión de Alitalia que trajo desde Roma al Sumo Pontífice.

Unas 70 mil personas lo esperaban al borde de la carretera que une al municipio de Silao con León a 38 kilómetros de distancia.

Una valla humana formada por jóvenes en su mayoría y un porcentaje menor de adultos que vigilará en periodos intermitentes los diversos recorridos del Papamóvil que desde ayer marcó la velocidad de 20 kilómetros por hora.

Fue el rostro de la población en las calles, el más cercano al Sumo Pontífice en su primer viaje a México, después de asumir el poder en 2005.

Han sido los participantes más activos desde los primeros minutos de la mañana de ayer que se les vio en un ir y venir a través del Boulevard Adolfo López Mateos, que cruza esta ciudad de 1.5 millones de habitantes.

Se uniformaron con camisa blanca y letras doradas con la fecha e imagen de la “histórica visita” al estado mas católico del país por su número de devotos declarado: 94% de su población frente a 83.9% del nacional.

Ahí estaba Karla Méndez, quien hace tiempo imploró a Dios y al Papa para que su hermanita de 3 años sobreviviera a las quemaduras provocadas por una cazuela de manteca hirviendo.

“Estoy muy agradecida porque la niña ahora está perfecta, casi sin cicatrices”, susurraba la adolescente, mientras agitaba los banderines en medio de unos 200 alumnos del Colegio Pío XVI: ninguno mayor de 18 años.

Se dijeron alegres entusiastas y “muy, muy creyentes” pues al menos van a misa una vez por semana y forman parte de apostolados.

Estuvieron 12 horas bajo el sol de 35 grados Centígrados sin humedad y apenas una corta en espera para ver pasar al Santo Padre. Bailaron, gritaron porras y casi se declaraban exhaustos cuando saltó a la vista.

“Ahí está, ¡qué bonito está!”, exclamó Jaqueline Morales, de 16 años, y miembro de la organización evangelizadora Arcoiris en la parroquia Santa Rosa de Lima en Guanajuato.

Los “vallistas” -como ellos mismos se llaman- se movilizaron con una organización impecable, en grupos de aproximadamente una centena, procedentes de barrios, capillas o colegios tanto públicos como particulares de León y la misma ciudad de Guanajuato.

Tuvieron una preparación previa que incluyó la enseñanza sobre la doctrina y la vida del Santo Padre y consejos para acondicionamiento físico.

Los peregrinos procedentes de los alrededores estaban más relajados y aprovecharon para hacer turismo desde por la mañana: la ocupación hotelera estaba al 70%.

Se les veía en las calles, admirando la catedral de cantera rosa de la ciudad de León, los edificios coloniales. En uno de los callejones del centro, Josefina Martínez, una ama de casa de 72 años que viajó tres horas desde Ajijic, Jalisco, aclaró que vino para “volverse a encariñar del nuevo papa”.

Cuando Benedicto XVI ingresó al Colegio Miraflores, donde pernoctará y ofrecerá una misa privada antes de viajar a Guanajuato para recibir las llaves de la ciudad y encontrarse con el Presidente Calderón, Josefina regresó a su pueblo, como muchos otros fieles de los alrededores, sin aspavientos ni folclóricas expresiones, pero convencida: “¡me gusta!”, concluyó la mujer horas después cuando supo que el Papa “dio gracias a Dios” por permitirle realizar el deseo “guardado en su corazón desde hace mucho tiempo” de venir a México.

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