Cambio y politiquería

La palabra “cambio” es mágica en la política, la de aquí, la de México, de Francia o de cualquier otro país.

Aquí se usó cuando estábamos hartos y saturados de Bush “W” y se usa hoy por los republicanos al hablar de Obama.

Ahora que Romney tiene prácticamente amarrada la candidatura republicana es tiempo de saber cuál es su verdadero ideario político y, de llegar a la Casa Blanca, cuál sería su plan de trabajo y compararlo con el de Obama para un segundo término.

Romney, quien actúo como moderado cuando fue gobernador de Massachusetts, ahora pretende ser radical… pero radical en contra de mucho y a favor de muy poco.

El tener, como único propósito destruir a Obama, es demagogia; en política se destruye construyendo.

Es claro que los republicanos quieran substituir a Obama por uno de ellos, como esta claro que los demócratas no solo quieren que Obama continúe sino que, además, tenga un Congreso que, si no lo apoya en todo, deje de ser una caja de resonancia de una mayoría republicana temerosa de su propia minoría: la del Tea Party.

Nuestra gobernabilidad está atascada en el lodo de la demagogia. Ese es el problema de fondo.

El volver a la decencia política abierta de tiempos atrás y erradicar la influencia del gran dinero, sería la mejor de las acciones.

Quien afirme que no existen compromisos de los políticos con los grandes contribuidores, y que ese multimillonario cabildeo no compra ventajas, comete el error de considerarnos débiles mentales.

Ponerle un freno a esa carrera millonaria sería un paso hacia la honestidad y una motivación para votar por algo distinto a lo que nos quieren vender.

¿Cómo hacerlo? Es problemático porque los que tendrían que legislar reciben parte de ese dinero.

Es seguro que cada uno de nosotros tenga, o crea tener, problemas especiales y diferentes recetas para solucionarlos.

Es por ello difícil que los políticos puedan resolverlos todos, pero suponiendo que pudiéramos interesarles, podrían atacar aquellos que padezca la mayoría. En el remoto caso de que tuvieran ese interés podríamos votar por algo que nos importe. Podríamos exigir que dejen actuar a quien gane, que los perdedores hagan una oposición razonada y que no solo se dediquen a paralizar las acciones de los que nuestros votos llevaron al poder.

La llevada y traída crisis económica mundial se agravó en los Estados Unidos por el costo de la absurda guerra de Irak que no solo cobró más de cuatro mil vidas de nuestros soldados y de civiles, dejó lesionados a miles de los nuestros, sino que acabó hundiéndonos más en nuestro déficit.

Una guerra así, nunca más.

Actualmente estamos tanto en una crisis económica, como en una peligrosa crisis política.

Tenemos un Poder Ejecutivo que no puede actuar; un Congreso que no quiere que el Ejecutivo actúe y que se da el lujo de ni siquiera sacar a votación al piso iniciativas, buenas o malas, como la reforma migratoria o los urgentes nombramientos de jueces federales; y una Suprema Corte politizada que abrió las puertas a la dolarización de las elecciones convirtiendo esa acción cívica en un comercio.

¿Es esa la cara de nuestra democracia?

Pues necesita una lavada…

Y es aquí donde entra la demanda de un cambio, pero cambio de fondo, no de forma; algo que nos saque del marasmo político.

Cualquiera que sea el resultado de las futuras elecciones, una vez pasadas estas, hay que dejar la politiquería a un lado… y trabajar por el país, cosa difícil para muchos políticos.