Viviendas encierran terror y dolor en El Salvador

Pandillas usan las 'destroyer' para secuestrar, torturar o como tumbas.

Un agente de la PNC revisa una 'casa destroyer' en la colonia Las Margaritas, en Soyapango.

Un agente de la PNC revisa una 'casa destroyer' en la colonia Las Margaritas, en Soyapango. Crédito: Yurina Melara / La Opinión

Segunda parte de una serie

SAN SALVADOR, El Salvador.- Parecen viviendas comunes y corrientes en una de las muchas colonias que abundan en esta capital centroamericana. Vistas desde afuera son un puñado más en ese enjambre de propiedades en la colonia Las Margaritas, catalogada como una de las más peligrosas de la municipalidad de Soyapango.

Sin embargo, la realidad es otra. Sus paredes sostienen historias de muerte, terror y violencia, son las llamadas casas ‘destroyer’.

Son viviendas cuyos dueños o habitantes han sido obligados por los pandilleros a abandonarlas y ahora son utilizadas como centros de operaciones donde las pandillas cometen sus fechorías.

Algunas son tomadas como residencia por los pandilleros, otras son utilizadas para torturar, violar o asesinar a sus víctimas. Incluso, en los registros de Fiscalía, una vivienda de la colonia Las Margaritas está fichada por haber servido como cementerio clandestino.

Escoltados por dos agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) que vestían chalecos antibala y que tienen experiencia en entrar a estas comunidades, La Opinión recorrió el pasaje número 34 de Las Margaritas, en Soyapango. En esta comunidad junto a otras como La Campanera, abundan viviendas “destroyer’.

Estas empezaron a surgir hace unos 20 años cuando la criminalidad comenzó a azotar los centros habitacionales de la capital y las familias, asustadas por las acciones de las pandillas, comenzaron a entregar sus casas al Fondo Social para la Vivivienda (FVS).

De acuerdo con el FVS, el área metropolitana de San Salvador (AMSS) es la más afectada, pues el 63% de las viviendas devueltas entre 2007 al 2011 estaban ubicadas en alguno de los 14 municipios que conforman la zona.

Las casas “destroyer” en Las Margaritas son el mudo testigo de múltiples historias de terror relacionadas con el fenómeno que ahora azota a los salvadoreños: los nuevos desaparecidos.

“Si quiere entrar a una de estas casas vamos a entrar. Quédese cerca de mí y haga lo que yo le diga”, expresó el policía Homero (nombre ficticio) que nos acompañó en el recorrido y que pidió mantener su verdadera identidad en el anonimato.

Fue así como se abrieron las puertas a una subcultura que atemoriza a los salvadoreños.

Los policías se movilizaban en motocicletas, y La Opinión los seguía en automóvil. Las reglas estaban muy claras: seguir al pie de la letra sus instrucciones y tener cuidado. La primera orden vino justo al arribar a la colonia. El estacionamiento…justo donde Homero indicó.

Al salir del vehículo, tres jóvenes se acercaron rápidamente a inspeccionarlo. Homero y el otro policía que lo acompañaba, se lanzaron hacia ellos ordenando que se alejaran. “Es prensa internacional y está trabajando un reportaje especial’, les dijo.

Se alejaron, pero minutos después esperaban en una tiendita a la salida del pasaje, la misma donde Xavier Geovanni Mejía Soto, un joven de 20 años, desapareció el 6 agosto del 2010, cuando su madre Blanca le había pedido que saliera a compra algunos comestibles.

Tras el asesinato, su madre salió abandonó la casa pero emprendió si propia lucha para hacerle justicia a su hijo, Los pandilleros han puesto una recompensa por ella: viva o muerta.

El pasaje (la zona comunitaria) era largo, con muchas casas con bolsas plásticas negras en lugar de cortinas y el ritmo pegajoso del reggaetón se estuchaba a todo volumen por el área, pero ni la música ayudaba a aligerar el tenso ambiente que allí reinaba.

Ciertos jóvenes que, al ver rostros desconocidos en la comunidad salían a la puerta de su casa, lanzaban las miradas fijas y desconfiadas.

Las casas abandonadas se identificaban fácilmente por la falta del medidor de energía eléctrica.

En medio del recorrido, Homero haló un cordón de frente de una de las residencias y la puerta de una de éstas se abrió.

Adentro el recibimiento fue un fuerte olor a desechos humanos. La casa era pequeña, de dos habitaciones, con basura por todas partes y el inodoro en plena sala.

En la habitación del fondo una mujer yacía sobre un colchón. El policía se acercó a preguntarle si estaba bien, pero la mujer no dijo nada, ni siquiera se movió.

“¡Buenas! ¿Cómo estamos?”, le preguntó a un hombre mayor que se encontraba en el patio. Su hermana, una vecina de la colonia, le había dicho que la casa estaba abandonada y que podía quedarse ahí, según contó a los dos agentes de policía que acompañaban a La Opinión.

Ninguno de los dos policías continuó preguntado.

Afuera, una mujer con una niña pequeña salió a asomarse mientras otros curiosos jóvenes, de entre 13 y 15 años que habían abierto sus puertas, las cerraban rápidamente.

Esa casa, contaron los policías a La Opinión fue abandonada por la mejor amiga de la mamá de Xavier. Ella salió huyendo cuando las pandillas la amenazaron de muerte por no darles información sobre Blanca.

Ahora esa casa también es “destroyer”, y es una de miles que ahogan a la zona metropolitana de El Salvador y donde se esconden miles de historias de violencia, dolor y muerte que han convertido a El Salvador en uno de los lugares más violentos de América Latina.

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