La democracia del Tea Party

Los valores de la Convención en Tampa traiciona la tradición democrática

Cuando el político francés y filósofo moral Alexis de Tocqueville publicó el primer volumen de su libro La democracia en América en 1835, lo hizo porque pensaba que Francia se encontraba en grandes problemas y podría aprender mucho de los Estados Unidos. Así que uno sólo puede preguntarse qué hubiese pensado Tocqueville sobre la Convención Nacional Republicana en Tampa, Florida.

Para Tocqueville, la toma del poder centralizado por parte de los monarcas borbones absolutistas, seguida por la Revolución Francesa y el Imperio de Napoleón, destruyó lo bueno y lo malo en el orden neofeudal de Francia. Décadas más tarde, el nuevo orden todavía estaba en proceso de cambio.

Por lo menos en la imaginación de Tocqueville, los súbditos del viejo orden estaban ansiosos por proteger sus libertades específicas y estaban celosos de sus esferas de independencia. Ellos entendían que estaban incrustados en una red de obligaciones, atribuciones, responsabilidades y privilegios que era tan grande como la propia Francia. Entre los franceses de 1835, sin embargo, “la doctrina del interés propio” había producido “egotismo… que no era menos ciego”. Después de haber “destruido una aristocracia”, los franceses estaban “dispuestos a examinar sus ruinas con complacencia”.

Frente a la Francia “enferma” de 1835, Tocqueville contrapuso a un EEUU saludable, un país donde el apego a la idea de que todas las personas deben perseguir su propio interés no era menos fuerte, pero era diferente. La diferencia, pensó Tocqueville, era que los estadounidenses comprendían que no podían prosperar a menos que sus vecinos también prosperasen. Por lo tanto, los estadounidenses perseguían su interés propio, pero de una manera que era “comprendida de manera correcta”.

Tocqueville señaló que “a los estadounidenses les gusta explicar… [cómo] el respeto por sí mismos los lleva constantemente a ayudarse unos a otros, y los inclina a sacrificar voluntariamente una parte de su tiempo y de sus bienes por el bienestar general”. Los franceses, en cambio, ante un futuro en el que “es difícil pronosticar a qué tono de estúpidos excesos su egotismo puede llevarlos”, y “en qué desgracia y miseria se sumergirán para no tener que sacrificar algo de su propio bienestar por la prosperidad de sus semejantes”.

Para Tocqueville, la enfermedad de Francia en 1835 provenía de su herencia borbónica, de un Gobierno que comanda y controla de arriba hacia abajo, mientras que la salud de los Estados Unidos consistía en su Gobierno de abajo hacia arriba con una democracia que proviene de las bases. Tocqueville creía que si se daba a la comunidad local suficiente control sobre sus propios asuntos, uno “vería a golpe de vista… el estrecho vínculo que une al interés privado con el interés general”. En su opinión, “la libertad local que conduce a un gran número de ciudadanos a valorar el afecto de sus vecinos y de sus parientes es lo que perpetuamente une a los hombres, y los obliga a ayudarse unos a otros, a pesar de las inclinaciones que los separa”.

Han pasado casi dos siglos desde que Tocqueville escribió su obra maestra. La conexión entre el interés general y el interés privado que cada estadounidense tiene, en todo caso, se ha tornado mucho más fuerte, aún si su interés privado se encuentra vinculado a un apartado postal en las Islas Caimán. De hecho, durante la última generación no existe fortuna de capital privado que se hubiese logrado sin que se hubiese invertido en o comerciado con el próspero núcleo industrial de la economía mundial ubicado en el Atlántico del Norte.

Pero los mecanismos que las personas pueden usar para unirse con sus vecinos inmediatos en la acción política que marca una diferencia en sus vidas se ha tornado mucho más débil. Si, por ejemplo, el 25% de los mil hogares en las 30 manzanas del “vecindario de fibra óptica” de Brookside en Kansas City, Missouri, se preinscribe, Google proporcionará a la totalidad de los mil hogares con la oportunidad de acceder muy pronto a un servicio de Internet muy barato y muy rápido. Pero esta es la excepción proverbial que confirma la regla.

Y los republicanos se reunieron en Tampa para celebrar la regla -para decir que los Estados Unidos que Tocqueville vio ya no existe: los estadounidenses ya no creen que la riqueza de los ricos se base en la prosperidad de los demás. Por el contrario, los ricos deben su riqueza únicamente a su propia suerte y esfuerzo. Los ricos -y sólo los ricos- “construyen” lo que tienen. La disposición a sacrificar una parte de su interés privado para apoyar el interés público daña las almas y los portafolios del 1% de la población.

Tal vez la ola moral e intelectual se invertirá, y Estados Unidos continuará siendo excepcional por las razones que Tocqueville identificó dos siglos atrás. De lo contrario, con seguridad Tocqueville diría de los estadounidenses de hoy en día lo que dijo de los franceses en aquel entonces. La principal diferencia es que se ha tornado demasiado fácil “pronosticar a qué tono de estúpidos excesos su egotismo puede llevarlos” y “en qué desgracia y miseria se sumergirán”.

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