Mudarse y adquirir otra cultura puede ser un proceso difícil para los inmigrantes porque no todas las personas son capaces de reaccionar igual frente a los mismos obstáculos. Lo que para unos es un reto para otros puede significar una experiencia negativa. Esto se puede ver, por ejemplo, en las diferentes adaptaciones de los propios hijos, familiares o amigos. Las variables son muchas porque no sólo depende de las características del país de acogida sino también de aspectos propios: personalidad, experiencia, creencias, autoestima, etc. En ocasiones conocemos personas que se van a otro país y acaban regresando a casa por no poder adaptarse o parejas que emigran pero uno de los dos no consigue ser feliz.
De acuerdo al modelo propuesto por el profesor de Psicología John Berry de la Queen’s University, existen cuatro formas de adaptación a una nueva cultura. La primera de ellas y la más negativa es la marginación, que es lo que ocurre cuando el inmigrante, por diversas razones, no puede mantener rasgos de su cultura de origen pero tampoco adquiere la del país de destino, convirtiéndose así en un grave problema al no estar integrado en la sociedad. La marginación, por tanto, no supone en sentido estricto una forma de adaptación.
A continuación estaría la separación, que es cuando el individuo mantiene su cultura materna pero no muestra interés por la de acogida. De esta manera intenta llevar una vida lo más parecida posible a la que dejó en su lugar de origen pero dentro de una nueva sociedad con la que no se interrelaciona, bien por miedo o falta de interés.
En la tercera forma, asimilación, el inmigrante hace lo contrario a la separación. Esto es abandonar su identidad propia para reemplazarla totalmente por la nueva. Aunque esta forma de adaptación podría ser una forma rápida de integración se considera que no es la más apropiada pues supone perder contacto con las raíces.
La mejor forma de adaptación, en cambio, sería la integración, mediante la cual el inmigrante es capaz de disfrutar de su herencia cultural a la vez que participa de lo que le ofrece la nueva sociedad, quedándose en muchos casos con lo mejor de cada una. La adaptación implica aprender el idioma, las costumbres, los valores y los comportamientos para poder vivir dentro de la sociedad de una forma activa y plena.
La tarea desde luego no es fácil y puede necesitar tiempo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera, de hecho, que los inmigrantes pueden padecer estrés de adaptación sociocultural al enfrentarse a tantos cambios. Si este estrés se convierte en crónico se le denomina Síndrome de Ulises, de acuerdo a un estudio de Joseba Achotegui, psiquiatra y profesor de la Universidad de Barcelona. El nombre proviene de la figura de la mitología griega, quien tras la Guerra de Troya se encontró con tales impedimentos que tardó diez años en volver a su hogar. Los inmigrantes, al igual que Ulises, pueden sentir esa tristeza, culpabilidad, irritabilidad, insomnio y llegar incluso a la depresión. Para evitar este síndrome y superar el estrés se recomienda hablar frecuentemente con los seres queridos para calmar la soledad y ser optimistas, pues los pensamientos positivos mejoran la autoestima y la confianza. En caso de necesitar más ayuda es recomendable acudir al médico o al psicólogo.
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