Migrantes en Maywood y sus familias en Guerrero sueñan con reforma
Se calcula que la mitad de los habitantes de Dos Arroyos, un pueblo de Guerrero, ha emigrado a los EEUU y su gran mayoría a la ciudad de Maywood

Las ausencias de quienes se fueron a EEUU si bien parecieran necesarias, duelen a la mayoría de habitantes de Dos Arroyos, quienes cada fin de semana esperan sus llamadas y el afecto enviado en las remesas. Crédito: Bernardino Hernández | Impremedia
DOS ARROYOS, Guerrero.— En este pueblo, donde la pobreza sólo se disimula con el olor a tierra mojada y la calidez de su gente, ya perdieron la cuenta del tiempo en que dejaron de escuchar la risa de doña Lilia, la plática de la señora Gloria o el sonido del azadón de Cosmen.
Ya han pasado 30, 22, 17 años y ellos —como muchos otros— no han regresado del norte, de la glamurosa ciudad de Los Ángeles que perciben los de aquí. Son ausencias que, si bien parecieran necesarias, duelen en este lugar que cada fin de semana espera ansioso sus llamadas y ese afecto enviado en las remesas.
“Yo de corazón quisiera estar con ellos, pero ya ve que no se puede”, dice resignada Luisa Binalai, de 77 años y quien sufre por la falta de dos hijos, ambos en Los Ángeles. Porque aquí las madres —y allá los hijos— siguen haciendo “de tripas corazón” para no soltar el llanto a media conversación telefónica.
Su hija, Tomasa Hernández, de 50 años, tuvo la misma suerte: desde hace 13 años no ve a su hijo mayor y desde hace siete al más pequeño. También partieron tras el “sueño americano”. Por eso quiere que su hija Maricruz, de 20 años, deje de pensar en cruzar la frontera, una ilusión común entre los jóvenes del poblado. No quiere terminar como tantas otras mujeres sin hijos, sin nietos, sin nada.
“Se siente el vacío”, comenta Hernández al recordar a los suyos y a otros que no han vuelto. “A mí me encantaría que ellos tuvieran papeles, porque vendrían, porque uno ¿cómo va para allá?”.
Dos Arroyos, parte del municipio de Acapulco y ubicado a un costado de la carretera de cuota que conduce a la Ciudad de México, tiene las necesidades a flor de piel: calles de tierra sustituyen al alcantarillado, hay perros reducidos a los huesos y niños desnudos andan por ahí sin espantar a nadie.
Pero en este lugar no esperan más de la reforma migratoria que se está planteando en Estados Unidos que poder abrazar a sus seres queridos. Se calcula que la mitad de su gente ha emigrado a este país, la gran mayoría a la ciudad de Maywood, en el Sur de California.
Román Hernández es uno de los hijos ausentes de doña Luisa Binalai. Tiene 54 años, vino en 1991 a EEUU “por la necesidad de vivir un poco bien” y ahora se dedica a colocar alfombras y pisos, uno de los oficios más golpeados por la crisis. Con él viven los dos hijos de su hermana Tomasa.
“Cuando se puede mandamos dinero porque aquí los ‘biles’ no esperan, la renta no espera, y a veces los trabajos escasean”, expresa este acapulqueño que sólo anhela ver a su madre anciana. “Yo la dejé joven, ahora la veo viejita”, comenta después de observar imágenes de doña Luisa en una computadora.
No hay un conteo preciso de los oriundos de Dos Arroyos que radican en Maywood. “Aquí vive medio pueblo”, aseguran muchos. Algunos de ellos se unen para hacer kermeses y bailes con el fin de reunir dinero y tratar de resolver las necesidades más apremiantes de su comunidad.
“Muchos vienen porque les mandan dinero, pero no alcanza para vivir”, explica doña Lilia Castillo, de 72 años con 18 viviendo en Maywood.
Como Castillo, muchos llegan a Maywood, la ciudad con más latinos de todo el país, traidos por sus familiares. Leticia del Carmen, de 35 años y con tres hijos nacidos en este país, cruzó la frontera en 1997, a la edad de 15 años. Un año después se trajo a su mamá, Gloria Loeza. Siempre ha trabajado en talleres de costura, pero desde hace tres años –por la recesión- está desempleada.
La última vez que Leticia fue a su pueblo, en 2002, la seguridad en la frontera no era tan estricta. Dice que volvería si construye una casa en el terreno que compró hace unos años, que hoy tiene una vivienda en ruinas. “Mi ilusión es que vayamos todos al pueblo, qué bonito sería ¿verdad?”, menciona.
Lo poco que les alegra el corazón es ver los videos de la feria de San Felipe de Jesús que traen los que sí tienen papeles; el resto reconoce que si va no regresaría por tanto peligro y vigilancia en la frontera.
Hace tres años, a doña Gloria y a su hermano, Cosmen, les avisaron por teléfono que su padre, Fladio Loeza, había fallecido. Tenía 85 años. Ninguno de los dos pudo ir al entierro. “Mucho me dolió no verlo por última vez”, lamenta doña Gloria, de 59 años. Se consoló enviando dinero para el sepelio.
Esta tarde, su hermano Cosmen, de 56 años, ha visto por primera vez una foto de la tumba. Es una de las situaciones más difíciles por las que ha pasado desde que vino a EEUU, en la década de 1980. A casi 2 mil millas del lugar donde nació, él resume su dolor en esta frase: “siente uno bien feo”.