Un pueblo para centroamericanos

Migrantes hallan en Ecatepec un hogar irregular

José Julián Videl, un imigrante hondureño que vive en Ecatepec y se siente muy mexicano.

José Julián Videl, un imigrante hondureño que vive en Ecatepec y se siente muy mexicano. Crédito: <copyrite>La Opinión - </copyrite><person>Gardenia Mendoza< / person>

ECATEPEC, México.— José Julián Videl observa a sus hijos corretear por la sala de su casa en alquiler. Son cuatro niños de cabellos rizados tan sanos como la familia que el padre formó apenas tres meses después de dejar Honduras para vivir en México.

Videl jugaba fútbol en la calle en este municipio de 1.6 millones de habitantes, cuando vio pasar a Tania Vázquez, una mexicana rubicunda de anchas caderas de quien se enamoró como si cupido realmente le hubiera lanzado una flecha.

“De aquí soy”, dijo a sus amigos aquel verano de 2001.

Cortejó a la mujer sin importar sus profundos planes a futuro (EEUU), su estatus migratorio (indocumentado) ni las escasas posibilidades de volverse rico en un cinturón de miseria donde el 90% de sus habitantes son oriundos de otros estados y son la mano de obra barata de la capital.

No se arrepiente. El catracho se siente tan mexicano como cualquier aficionado a las Chivas, el equipo de Guadalajara, o cualquier seguidor de la Santa Muerte o como muchos deportistas que coleccionan en la pared los títulos de “campeón goleador” en torneos ganados durante años.

” Soy todo esto y más”, dice.

La desventaja es que el país le recuerda a cada rato que es indocumentado. Para inscribir a sus hijos en el registro civil, por ejemplo, tuvo que sobornar al juez para que no lo delatara ante el Instituto Nacional de Migración (INM).

En otra ocasión, no pudo levantar una denuncia por robo a mano armada porque en el ministerio público le advirtieron “que no se metiera en problemas por ser extranjero”.

Tampoco ha podido naturalizarse por tener hijos mexicanos. Sin papeles, no tiene trabajo, salvo con algunos conocidos, y el dinero no alcanza para pagar a un abogado.

“Hay cientos de vecinos en condiciones iguales”, lamenta Tania, la mujer.

Los Videl supieron que cohabitaban Ecatepec con otros centroamericanos porque en los partidos del club de fútbol donde juega José Julián era conocido como “El Honduras”.

Las autoridades, en cambio, no la tienen tan fácil a pesar de que el municipio se declaró en 2009 Santuario Migrante; es decir, que nadie puede ser perseguido por ser migrante.

“Se esconden porque creen que los vamos a deportar”, explica Tassio Ramírez, presidente de la Comisión de Vinculación y Cooperación Internacional, quien desde julio pasado encabeza un censo para contabilizar a los centroamericanos en el municipio.

Y las redes sociales que han formando son un aliciente para otros como Walter Jiménez, de 28 años, que emigró desde San Pedro Sula.

Walter tomó el tren de carga de manera clandestina para unirse a sus compañeros. En el camino lo asaltaron y le quitaron sus identificaciones. Sin ellas, hoy no puede aspirar a la regularización en México, aunque tenga dos niños de 7 y 3 años nacidos aquí.

“No es nadie, no existe”, dice Ana Laura desde su casa de lámina de dos metros cuadrados decorada con una cortina rosa.

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