Rousseau en Colombia

Las matanzas son causadas por el conflicto entre el Estado y las FARC, cuya ideología marxista ha sido lacerada por el narcotráfico, los secuestros y la criminalidad

El ministro de Defensa de Colombia, Juan C. Pinzón (izq.), habla con el secretario de Interpol (cen.) y el director de la Policía de Colombia.

El ministro de Defensa de Colombia, Juan C. Pinzón (izq.), habla con el secretario de Interpol (cen.) y el director de la Policía de Colombia. Crédito: Archivo / EFE

POLITICA

Históricamente Colombia ha sido un país inmerso en el conflicto. Las guerras familiares y regionales fueron documentadas con tono exagerado en Cien Años de Soledad, obra seminal de Gabriel García Márquez, pero también con apego a la realidad de este país.

El conflicto armado en Colombia es un mal inseparable de su vida política. A inicios del período republicano —García Márquez describe como nadie en sus novelas—, la guerra civil se configuró alrededor de conservadores y liberales.

Hoy, las matanzas nacen de un conflicto del Gobierno del Estado (capitalista por naturaleza) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), cuya ideología marxista ha sido lacerada por el narcotráfico, los secuestros y la criminalidad.

En 1964, Manuel Marulanda Vélez o “Tirofijo” y un grupo de insurgentes resolvieron crear las FARC.

Su objetivo principal ha sido eliminar completamente el Estado, diseminar a sus instituciones político-económicas y erigir una sociedad sin clases, sin ricos ni pobres, sin corrupción y sin todas esas bajezas que aparentemente se desprenden del capitalismo. Muy bonito como para ser cierto.

Desde inicios de 1960, más de 220 mil colombianos perecieron en esta guerra de marxistas y capitalistas. Otras víctimas del conflicto son los desplazados, niños sin educación y una sociedad —a pesar de su desarrollo económico radiante— flagelada por el narcotráfico, el secuestro y la extorsión.

Recientemente, el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC decidieron darle otra oportunidad a la paz a través del diálogo.

Como en otras oportunidades, la hipocresía domina este proceso. Mientras los representantes de las partes ponen las cartas sobre la mesa en La Habana, el Gobierno de Santos, dirigentes de los partidos políticos y los jefes de las FARC se han dado “mazotes” en la cabeza y muchos “cuchillazos” en la espalda. El único que pierde es el pueblo colombiano.

El ex presidente Álvaro Uribe y el sector conservador, al igual que las premisas de dos filósofos clásicos, Nicolás Maquiavelo y Thomas Hobbes, insisten que el camino a la unión, el orden y la paz proviene de la fuerza. En este sentido, las FARC y cualquier grupo disidente debe ser aniquilado.

Por otra parte, Santos y los liberales ofrecen las premisas de John Locke. De acuerdo a esta versión, Santos se siente erróneamente, como el rey en tiempos de Locke, con la autoridad y legitimidad de toda la población colombiana. Por supuesto que eso no es cierto.

Los camaradas de las FARC persisten con la idea marxista de que la revolución armada y la fundación del comunismo es el único camino a la resurrección de Colombia. Puras palabras.

La realidad a la Paz colombiana está más cerca por el camino que trazó Jean Jacques Rousseau en su obra fecunda el Contrato Social.

Colombia necesita de un gobierno de la Voluntad General; es decir, un gobierno distinto al que se tiene hoy, uno más representativo y legítimo.

Los colombianos claman por una democracia participativa e incluyente.

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