Más allá del papel

NUEVA YORK.— La primera vez que leí a Gabriel García Márquez tenía 12 años. El libro era Crónica de una muerte anunciada, una novela que debo reconocer, escogí al azar de la amplia biblioteca de mi padre, única y exclusivamente porque tenía pocas páginas, así que la inversión de tiempo sería mínima.

Al terminar de leer la última hoja no había vuelta atrás, mi romance con la literatura de mi compatriota había quedado sellado desde aquel momento, sólo para continuar fortaleciéndose cuando la siguiente semana empecé a leer Cien años de soledad, una historia que en aquel entonces muchos me dijeron que no entendería, pero que curiosamente, a mis 12 años no solo comprendí, sino que me llevó a crear visiones de aquel mundo fantástico, al cual mi maestra de español en el colegio se refería como “Realismo Mágico”.

Luego vendría el eterno amor de Florentino Ariza por Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera, después el sueño frustrado por una gran patria de Simón Bolívar en El general en su laberinto, y así sucesivamente se siguieron acumulando los títulos que devoré ansiosamente.

Cuando me mudé a los Estados Unidos, fueron muy pocas las cosas que podía cargar en mi maleta, entre ellas mi ropa, un par de discos de Carlos Vives, y por supuesto, una copia de ese primer libro que leí de Gabo, como para recordarme a mi misma cada día que permaneciera acá de dónde, y por qué venía.

Curiosamente, años después entendería que el haber pagado sobrepeso en mi equipaje no era necesario, porque García Márquez no le pertenecía solo a Colombia, era parte de la cultura mundial, y no necesitaba un libro que me recordara su existencia diariamente, sólo hubiera sido necesario prender el televisor o la radio para poder escuchar todo tipo de referencias sobre él, ya que su influencia está en la televisión, el cine, la música…

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