Una situación recíproca

Los republicanos deben revelar el bluff de los demócratas y aprobar una propuesta migratoria que ellos deban sabotear

Inmigración

Cuando se trata de insultos en el debate de la inmigración, los republicanos pueden repartirlos a diestra y siniestra. Pero no pueden aceptarlos.

Haciéndoles el juego a los nativistas, los republicanos han dicho que los inmigrantes propagan enfermedades, se llevan puestos de trabajo, cometen delitos, rebajan el valor de las propiedades, hacinan las prisiones, perjudican el medio ambiente, destrozan las escuelas y conducen a la ruina general de la civilización.

Sin embargo, además de ser necios, parecen ser también susceptibles.

Hace unas semanas, se encolerizaron cuando Jeb Bush, posible candidato presidencial para 2016, instó al Partido Republicano a bajar el tono de su retórica sobre la inmigración.

Ahora están enojados con John Boehner. El presidente de la Cámara de Representantes recientemente se burló de sus correligionarios republicanos por evitar el asunto de la inmigración porque es muy difícil.

Al dirigir la palabra al Middletown Rotary Club de Ohio, Boehner se burló de sus colegas por carecer de fibra.

“Ésta es la actitud”, dijo. “‘Ohhhh. No me haga hacer esto. Ohhhh. Es demasiado difícil’. Debieran oírlos. Ya saben, nos eligen para que tomemos decisiones. Nos eligen para resolver problemas, y resulta curioso, a mi parecer, cuántos de mis colegas no quieren tomarlas… Toman el camino de la menor resistencia”.

Ah, ¿sí? Lo que es curioso es que, después de servir 23 años en el Congreso, Boehner esté finalmente admitiendo que sus colegas se resisten a emitir un voto que pueda poner en peligro sus cómodos puestos. Los legisladores han evitado, durante mucho tiempo, conversaciones difíciles sobre cómo reformar Medicare y el Seguro Social, recortar los gastos del Gobierno y reducir la deuda nacional.

En los comentarios a sus electores, Boehner expresó que ha estado trabajando más de un año tratando de que se apruebe la reforma migratoria en la Cámara.

“Me han disparado ladrillos, bates y flechas por este asunto, solo porque yo quise abordarlo. No dije que sería fácil”, expresó.

¿De verdad? Aparentemente, el presidente de la Cámara tiene una idea generosa de lo que significa “abordar” un tema. El presidente Obama tiene la misma costumbre, insistir que ha intentado promover la reforma migratoria, cuando lo único que está promoviendo es el número de deportaciones.

Una o dos veces durante el año pasado, Boehner ha hecho referencia, al pasar, a la necesidad de tratar la inmigración. Eso es un liderazgo lite. En un momento determinado, Boehner estableció principios que guiarían toda iniciativa de reforma del Partido Republicano. Después, unos días más tarde, se retractó porque, dijo, no se podía confiar en Obama con respecto a la inmigración.

No me diga. Los activistas de izquierda comprendieron eso hace tiempo, lo que explica por qué hay manifestantes haciendo huelga de hambre frente a la Casa Blanca.

Boehner tuvo razón al señalar que sus correligionarios republicanos carecen de valor cuando se trata de la inmigración. Pero no fue suficientemente lejos en su acusación. Los republicanos no son los únicos que temen aprobar una reforma significativa, que legalice a millones de inmigrantes indocumentados.

Los demócratas fingen querer una reforma, pero son solo palabras. Pueden decir lo que quieran, porque saben que siempre pueden contar con los republicanos para que torpedeen toda legalización.

En verdad, los demócratas temen tanto una reforma como los republicanos. Entienden lo que el ex representante Rahm Emanuel, demócrata por Illinois, comprendió en 2005, cuando hizo lobby con 36 demócratas para que apoyaran la draconiana Ley para la Protección Fronteriza, el Antiterrorismo y el Control de la Inmigración Ilegal —más conocida como “la propuesta de ley Sensenbrenner” por su principal autor, el representante F. James Sensenbrenner, republicano por Wisconsin. La ley hubiera convertido en delito mayor la presencia no-autorizada en los Estados Unidos y hubiera criminalizado el acto de ofrecer caridad a los indocumentados.

Emanuel comprendió que si la percepción era que el Congreso era de alguna forma indulgente con los inmigrantes ilegales, la culpa salpicaría a su partido. En la opinión de gran parte de la población, los demócratas son el “partido de la amnistía”. Por tanto, si hubiera alguna vez otra legalización en masa, los demócratas podrían tener algunos minutos de gloria, pero varios ciclos electorales de penurias. Eso explica por qué los demócratas ayudaron discretamente a que no se aprobaran las iniciativas de 2006 y 2007.

Incluso la propuesta de ley del Senado del año pasado, que se aprobó en su mayor medida con votos demócratas y unos pocos republicanos, es marcadamente severa. Duplicaría la Patrulla Fronteriza, y agregaría más cercas en la frontera. Son puntos fáciles de vender. Aún así, se calcula que esa medida daría la oportunidad de obtener categoría legal a solo la mitad de los 11 millones de inmigrantes ilegales en los Estados Unidos.

Esta semana, Boehner negó haberse burlado de sus colegas y afirmó que “solo se toma el pelo a los que uno ama”.

Los republicanos deben superar las cosas. También deben revelar el bluff de los demócratas y aprobar una propuesta migratoria que el partido opositor deba sabotear. Eso proporcionaría el ingrediente más necesario en este debate: claridad.

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