El diccionario que tardó 101 años en terminarse

Investigadores de la Universidad de Oxford acaban de poner fin a una labor épica, el Diccionario de Latín Medieval de Fuentes Británicas. Lo empezaron en 1913.

Después de más de un siglo registrando palabras, los autores del Diccionario de Latín Medieval de Fuentes Británicas finalmente lo han dado por terminado.

La culminación de los 17 volúmenes llegó después de que se escribiera la definición de su última vocablo, “zythum”, un tipo de bebida de malta fermentada.

El editor, Richard Ashdowne, de la Facultad de Clásicas de la Universidad de Oxford (Reino Unido), dijo que un proyecto tan laborioso y de tan largo tiempo no podría ser lanzado en la actualidad.

“Algunos de verdad dudaban que jamás llegáramos a terminarlo”, dijo Ashdowne.

El proyecto se inició cuando el historiador Robert Whitwell le escribió una carta al diario The Times pidiendo voluntarios para ayudarle con la investigación del diccionario.

El plan era producir un equivalente en latín medieval del popular diccionario de inglés de Oxford.

Tras 101 años, el Diccionario de Latín Medieval de Fuentes Británicas fue finalmente dado por finalizado.

La obra viene a llenar un nicho académico que Whitewell ya había identificado antes de la Primera Guerra Mundial.

El latín había sido el idioma de los archivos judiciales de la Edad Media, así como de la religión, ciencia y política, pero los investigadores académicos todavía tenían que encomendarse a un libro de referencia publicado en el siglo XVII.

Ashdowne dice que se trataba de un mundo académico distinto, en el que muchos de los expertos llamados para ayudar eran aficionados y no tanto profesionales de universidades.

Esta temprana manera de “crowdsourcing” dependía de un diverso espectro de voluntarios, incluido un clérigo, un héroe de la guerra y un comisionado colonial en Birmania que tenía reputación por haber seguido con sus estudios mientras montaba sobre un elefante.

La compilación del diccionario también ofrece píldoras de cómo era la vida en la Edad Media.

Al definir la palabra latina para “bozal”, se encontró un registro de 1252 que señalaba que hubo que hacer un bozal para un oso polar que era mantenido en la Torre de Londres y que tenía que ser controlado cuando era llevado a pescar en el río Támesis.

El vocablo para “chimenea”, “caminus”, fue obtenido de una descripción de un terremoto que afectó a Inglaterra en la década de 1340 y que derribó numerosas chimeneas.

También hay extrañas historias de jueces de instrucción, como el relato de un gato que tratando de cazar un ratón cayó a un pozo y luego una mujer se ahogó tratando de rescatarlo.

Ashdowne es el tercer editor. Se unió al proyecto en 2008, cuando el diccionario iba por la letra “s”.

Tras completar la tarea, expresó su “enorme sentimiento de satisfacción”, pero también un reconocimiento para los muchos que contribuyeron.

Un proyecto con tal carácter épico sería un emprendimiento muy poco probable en la actualidad, comenta. Sobre todo porque los fondos para proyectos académicos siempre van para el corto plazo.

Ashdowne reconoce que la incorporación de las nuevas tecnologías hizo posible que se acelerara el ritmo de trabajo en los últimos años.

Las entradas eran inicialmente ensambladas a mano muy cuidadosamente. El proceso de impresión era también mucho más lento.

La informática también hizo posible que los investigadores pudieran recopilar el material mucho más rápido cuando los documentos habían sido digitalizados.

La edición final tiene unas 4.000 páginas con más de 100.000 acepciones diferentes y 400.000 citas.

Publicado por la Academia Británica por unos US$1.000, también hay planes de publicación electrónica.

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