Entre narco estados y estados fallidos

Los factores de inequidad, de exclusión y de pobreza en México se exacerban en la cotidianidad de Guerrero

Ha sido algo horrendo. De esos hechos que siendo tan pavorosos, amenazan con provocar en nosotros una reacción que va desde ver para otro lado —desde no querer ver- hasta la indiferencia más genuina, como un mecanismo para adaptarnos a estas realidades tan lacerantes.

Se trata de acontecimientos que nos invitan recurrentemente a acostumbrarnos horriblemente al mundo. Y por supuesto, no debe ser así. Si aún existe esperanza de mejora, es con base en nuestro compromiso de innovación, al menos de dar alivio respecto a las tragedias que nos acechan.

Se sabe ahora que han sido asesinados y quemados los cuerpos, de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa en Guerrero, México. Quiero creer que no los quemaron vivos. Sin embargo, en esta espiral de violencia tan indetenible como de crueldad extrema, todo puede esperarse.

De conformidad con las informaciones últimas, la policía estatal capturó a los estudiantes que “con sus bullicios pretendían dañar una fiesta”. La celebración era organizada por la esposa del gobernador de Guerrero. Una señora que aspiraba a continuar con el poder político de la familia.

La policía habría entregado los estudiantes a los mandamases de la agrupación de narcos: “guerreros unidos”. Los sicarios se encargaron del resto. El clamor de la sociedad no se ha hecho esperar. La gente soporta, demuestra paciencia, pero las cosas tienen un límite. Las protestas han provocado incluso, que se llegue a quemar la puerta del palacio presidencial en el Distrito Federal.

Y es que los factores de inequidad, de exclusión, de pobreza en México, se exacerban en la cotidianidad de Guerrero. Según lo ha publicado muy recientemente Enrique Krauze, director de la revista Letras Libres, más del 90% de la producción de amapola surge de este Estado, en el cual el 70% de la población subsiste en condiciones de pobreza. En Guerrero, la tasa de homicidios es cuatro veces la que corresponde a todo el país.

¿Cómo se pudo llegar hasta este punto? ¿Y el ejército, que tiene una importante base militar en ese Estado, que hizo? ¿Qué hizo la policía? Es evidente que las mafias del narcotráfico han penetrado las estructuras de las organizaciones mediante las cuales un gobierno puede ejercer el uso legítimo de la fuerza.

Desde ya se dice que Guerrero no es todo México. De acuerdo. Pero con esas técnicas de avestruz los problemas ni se enfrentan, ni, en consecuencia, se solucionan. En la actualidad, tal y como ocurre con otros países latinoamericanos, tales los casos de zonas de Colombia y Venezuela, en Honduras, El Salvador, Guatemala o el mismo México, se está pasando de narco-estados, a estados fallidos.

Uno de los factores esenciales que está detrás de estas desgarradoras realidades, es la debilidad institucional que tienen regiones particulares o bien países completos.

En especial desde inicios de la década de los ochentas, siguiendo la lógica neoliberal de que el mercado lo solucionaba todo –un mundo de fantasía con presencia casi exclusiva en modelos matemáticos- los estados se vieron disminuidos, los gobiernos se presentaron como un mal necesario: mientras menos, mejor. Por supuesto que la corrupción muchas veces endémica de las entidades públicas no ayudaba mucho a otro tipo de interpretaciones. Pero también es de decirlo: la corrupción es de vía a vía y de ella también han salido favorecidas, y lo continúan siendo, amplios sectores de la empresa privada.

Con todo, las instituciones de los diferentes gobiernos se redujeron. Con ello la capacidad pública de asumir compromisos que son esenciales, tales como la administración de justicia, la presencia de autoridad que pueda dirimir conflictos, y organismos de orden público, como la policía. Ante ello, faltaba más, se crearon cuerpos privados de seguridad. Varios de ellos en las zonas rurales, en lo que fue la formación de grupos paramilitares.

Este fenómeno emergió en los años ochenta en Colombia, pero ya tenía una presencia añejada en El Salvador, Guatemala y Brasil. En todos esos casos, sin excepción, grupos que surgieron de iniciativa privada para contrarrestar la falta de presencia del Estado, se transformaron en verdaderos escuadrones de la muerte. Uno de sus signos distintivos es que nadie tenía ya control sobre ellos. Se representaban a sí mismos y sus altos niveles de crueldad han estado a la vista de todos.

Este es también el caso de los estudiantes de Guerrero. Estas tragedias se nutren de la exclusión, de la pobreza —que es otra forma de violencia- de la falta de presencia institucional y de la demanda de la droga que imparablemente se mantiene, sin que los índices de consumo evidencien ningún debilitamiento

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