El lugar donde guerrilleros de las FARC y soldados colombianos trabajan juntos por primera vez

orejon colombia farc

Crédito: BBC

Héctor Pérez es explosivista de las FARC, el sargento segundo Luis Fernando Sosa Guerrero es del batallón de desminado del Ejército de Colombia.

Iniciativas del gobierno y de organizaciones civiles para remover explosivos en Colombia –el tercer país con más accidentes e incidentes con explosivos del mundo detrás de Camboya y Afganistán– hay muchas.

Pero el plan piloto de desminado conjunto que desde mayo pasado se lleva adelante en la vereda (población rural) El Orejón, en el noroccidental departamento de Antioquia, es especial.

La iniciativa es parte de un acuerdo surgido de los diálogos de paz que los guerrilleros y el gobierno colombiano sostienen en La Habana desde hace tres años.

Y aquí trabajan juntos, por primera vez en más de 50 años de conflicto, militares del batallón de desminado del Ejército y miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Fabio de Jesús Muñoz Garcés

Para Fabio de Jesús Muñoz Garcés, vecino de El Orejón, ver juntos a soldados y guerrilleros ha sido una grata sorpresa, aunque dice que aún falta.

Son hombres que, hasta poco antes de iniciado este proyecto, no hubieran dudado en dispararse de cruzarse en un camino o en el monte.

Pero aquí en El Orejón están sin armas, lo que es una imagen prácticamente inédita en las zonas rurales colombianas, donde las unidades del Ejército y la Policía acostumbran andar con, por lo menos, fusiles y pistolas.

Fabio de Jesús Muñoz Garcés es un habitante de la vereda, acostumbrado a presenciar enfrentamientos continuos entre el Ejército y las FARC.

“Verlos sentados a la mesa o verlos disfrutando de una cerveza, o jugando cartas, o trabajando en el desminado, ha sido una de las ventajas grandes que hemos tenido en nuestra vereda”, le dice a BBC Mundo.

Alto Capitán

En la cima del Alto Capitán se celebraban bodas y otros encuentros sociales. También, cuentan los locales, era ahí donde comenzaban los amores, al cobijo del follaje y lejos de los ojos curiosos de los vecinos.

Pero es también un punto militarmente estratégico para la zona y por eso los guerrilleros de las FARC colocaron allí explosivos, para evitar que el Ejército colombiano tomara posiciones en ese mirador natural.

La vista desde el Alto Capitán

El Alto Capitán ofrece un punto estratégico que permite ver a grandes distancias hacia el valle.

Así fue que se acabó el Alto Capitán como espacio de reunión social.

Y no es el único lugar de El Orejón y sus alrededores que fue minado por las FARC, lo que ha representado un constante riesgo para la población.

En esta zona de producción cafetera, las casitas están repartidas en laderas de las verdes colinas, por lo que incluso visitar a un vecino puede ser peligroso.

Y según cifras de la Dirección de Acción Contra Minas del gobierno de Colombia, en el municipio de Briceño, al que pertenece esta vereda, 51 personas han sido víctimas de artefactos explosivos entre 1990 y 2015.

Perro entrenado

Para detectar los químicos en los artefactos explosivos, que muchas veces no tienen componentes metálicos, los soldados utilizan perros especialmente entrenados.

Algunos estiman que en Colombia se han sembrado unos 2 millones de minas, aunque es realmente imposible saber cuántas hay.

Lo que sí se sabe es que en los últimos 15 años las minas y otros artefactos explosivos han causado 11,225 víctimas.

Y a pesar de que existen varios proyectos de desminado, el uso de artefactos no se ha detenido.

Máquina para destruir explosivos

Esta máquina especial para destruir minas también es parte del equipo que utilizan los soldados. Para poder subirla hacia el Alto Capitán debieron abrir un sendero a pico y pala.

De acuerdo con la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersonal, las FARC han seguido colocando explosivos en diferentes partes del país, al igual que la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional y grupos armados vinculados con el narcotráfico.

Herido

Aun con la garantía de que todos estarían desarmados en la vereda, a alias Héctor Pérez le daba miedo ir a El Orejón.

“Imagine, uno desde niño en la guerra”, le dice a BBC Mundo.

Para él, las Fuerzas Militares siempre fueron el enemigo: de sus 38 años, 26 los pasó en la guerrilla; a los 16 comenzó a aprender a preparar e instalar explosivos.

Su conocimiento fue clave, porque con la información que proporcionó, el batallón de desminado supo dónde buscar y desactivar los explosivos.

Héctor Pérez

Héctor Pérez dice que logró establecer un vínculo bastante cercano con los soldados.

Cuando sus jefes de las FARC le dijeron que tenía que ir a juntarse con el Ejército para indicarle dónde estaban los explosivos que había sembrado, Pérez se preocupó, pero le dijo a BBC Mundo que la disciplina es más fuerte: “Son órdenes. Nosotros somos militares y se cumplen órdenes”.

Y cuando llegó todavía se estaba recuperando de heridas que había recibido cinco meses antes en una emboscada del Ejército: seguía rengo. Y fue así que empezó a trabajar, todavía con desconfianza, con su tradicional enemigo.

De a poco, las sospechas fueron perdiendo fuerza, dice, cuando comenzaron a conversar, a contarse historias. “A hacernos amigos”, cuenta.

“Hemos hablado como si estuvieran dos hermanos hablando“.

¿Foto juntos? Con autorización

El general retirado Rafael Colón tuvo que ayuda para concretar la foto entre Héctor Pérez y el sargento Sosa.

Fue llamativo, entonces, que cuando BBC Mundo quiso tomar una foto de Héctor Pérez con un soldado del batallón de desminado, este último dijera que no, que no estaba autorizado.

Hubo que pedirle permiso al general retirado Rafael Colón, quien dirige este proyecto de desminado de parte del gobierno, para poder tomar la foto.

En ella se ve al explosivista de las FARC y al sargento segundo Luis Fernando Sosa Guerrero, comandante del pelotón del batallón de desminado humanitario que trabaja con 42 hombres aquí.

Es extraño verlos juntos.

Rafael Colón y Pastor Alape

Pero fue fácil tomar una foto del general retirado Rafael Colón y Pastor Alape, del secretariado de las FARC en La Habana, porque en la visita a El Orejón estaban conversando constantemente y coordinando la organización del día. Además tenían prevista una reunión importante acerca del proyecto.

Y aunque hoy se los ve cómodos el uno con el otro, también fue extraño para ellos al principio.

“Sargento, ¿cómo está?”

A Sosa le tocó estar en enfrentamientos con las FARC. Cuando supo que iría a El Orejón, se preguntó: “Cuando llegue allá, ¿con quién me voy a encontrar, cómo va a ser? ¿Me van a saludar o no cuando yo les extienda la mano?“.

Y sí, lo saludaron. “Sargento, ¿cómo está?”, le dijeron.

Dice que tras varios meses de trabajo “la convivencia es buena”.

Sargento Luis Fernando Sosa Guerrero

Al sargento segundo Luis Fernando Sosa Guerrero le tocó pasar de enfrentarse en varias ocasiones con las FARC a trabajar y convivir con guerrilleros.

“Es como entre civiles”, dice de la relación otro miembro del batallón de desminado, el cabo Gustavo Loaiza Buitrago,.

“Entonces, si en el futuro se encuentran tras un posible acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC, ¿se saludarán con cordialidad?”, le pregunta BBC Mundo.

“Sí, claro, hay que saludar, un saludo no se le puede negar a nadie, más con alguien que uno lleva 6 meses viéndose casi todos los días”, responde.

O sea, ¿cambia la visión del enemigo tras toda esta convivencia?

Loaiza Buitrago se detiene unos instantes a pensar. Luego contesta: “No”.

La muerte del soldado

Hasta que el conflicto no se termine y pase mucha agua bajo el puente, esas percepciones seguramente perdurarán.

Como todavía perdura la violencia y las minas antipersonales en El Orejón.

Cruz que marca el lugar donde sufrió el accidente el soldado Wilson de Jesús Martínez

En la subida al Alto Capitán una cruz que marca el lugar donde sufrió el accidente el soldado Wilson de Jesús Martínez.

Ni siquiera aquí, con todo el cuidado de un proyecto como este, faltaron los problemas.

El más grave: la muerte del soldado Wilson de Jesús Martínez, quien el 15 de julio activó un artefacto explosivo mientras realizaba labores de desminado.

En el camino que sube al Alto Capitán una cruz marca el lugar donde ocurrió el accidente, que obligo a detener el trabajo por cierto tiempo.

De izquierda a derecha: Matías Aldecoa (FARC); sargento Sosa y teniente Willington Benítez (batallón de desminado); Pastor Alape (FARC)

Otra imagen que dejó la visita a El Orejón: los miembros del secretariado de las FARC Matías Aldecoa y Pastor Alape comparten con el sargento Luis Fernando Sosa y el teniente Willington Benítez, del batallón de desminado, un minuto de silencio en memoria del soldado Wilson de Jesús Martínez.

Otro hecho que amenazó al proyecto fue la presencia de militares armados en la zona, que hasta que no fue resuelto preocuparon a las FARC.

Faltan zonas por desminar

También está la presencia de otros grupos armados.

Los vecinos advierten que no sólo son los guerrilleros los que que representan un peligro, sino también las que el gobierno llama bandas criminales, o bacrim, calificados por las FARC como paramilitares.

Ellos también han puesto minas, ellos también han minado el territorio, entonces cómo iremos a quedar si unos dicen dónde están y los otros las van a poner”, le dice a BBC Mundo Fabio de Jesús Muñoz Garcés.

Habitantes de El Orejón

La comunidad todavía mantiene un cierto nivel de preocupación, porque dice que no se ha terminado de desminar la zona y por la presencia de lo que el gobierno llama bandas criminales y las FARC paramilitares.

Y por más que tanto el gobierno como las FARC muestran con orgullo la tarea realizada en El Orejón, los habitantes del lugar insisten en que han dejado zonas sin desminar y eso hace que el peligro no haya desaparecido.

Para evaluar cómo responder al reclamo de que han quedado zonas sin descontaminar el gobierno y las FARC sostuvieron una reunión en El Orejón.

Y si deciden continuar con el desminado –algo que podría obligar a postergar el inicio de un proyectos similar en el departamento del Meta, en el este del país– seguramente recibirán el agradecimiento de la población.

Mientras esperan, y sabiendo que el peligro de las minas sigue latente, por lo menos los vecinos podrán volver a subir al Alto Capitán, para enamorarse, para casarse, para disfrutar de este espectacular paisaje antioqueño y de la promesa de la paz.

Por lo pronto el proyecto ha logrado devolverle el Alto Capitán a la comunidad.

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