“Que se vayan los centroamericanos” piden vecinos de albergue en CDMX

El primer refugio para adolescentes que se dicen víctimas de la violencia en sus países y buscan refugio en México provoca rechazo en la colonia El Recreo, aunque también algunas muestras de solidaridad.

Una vecina de la colonia El Recreo, en la Ciudad de México, pasa por el albergue para Adolescentes Migrantes .

Una vecina de la colonia El Recreo, en la Ciudad de México, pasa por el albergue para Adolescentes Migrantes . Crédito: Gardenia Mendoza. | Impremedia.

MÉXICO.- Martha García mira detrás del cristal que divide su negocio, una peluquería muy conocida en el barrio El Recreo de la capital mexicana, y se encoje en el sillón que comparte con su hija y Sara Takagui, una vecina del lugar que en los últimos días se ha perturbado por un hecho inédito: la apertura del Albergue para Adolescentes Migrantes que buscan refugio en el país.

“Míralos, míralos”, dice mientras señala con el dedo a tres muchachos morenos que pasarían inadvertidos como cualquier otro jovencito de la colonia, de no ser porque caminan levantando más los talones, fuman en grupo, van con radios al pecho y los celulares a la vista.

“Ni yo tengo celular: aquí en México hay mucha pobreza, ¿por qué quieren que mantengamos a los que vienen de fuera? ¿por qué quieren que tratemos bien a los migrantes y a los migrantes de nosotros los matan en la frontera?”, se pregunta.

Un grupo de adolescentes al interior del albergue "Adolescentes en el Camino".
Un grupo de adolescentes al interior del albergue “Adolescentes en el Camino”.

Hace días, el sacerdote Alejandro Solalinde, Premio Nacional de Derechos Humanos y fundador de este albergue, visitó a Martha, porque ella es la principal opositora, la que junta firmas para que se vayan a “otra parte” las dos docenas de muchachos que piden oficialmente refugio al gobierno de México.

Ella escuchó los reclamos de solidaridad del religioso y le replicó: ¡No les voy a dar ni un peso!, ¿por qué no se los lleva a su casa?, recuerda con el entrecejo fruncido y agrega: “Aquí no vamos a ser candil de la calle y oscuridad de la casa”.

Martha sabe que no está sola. Decenas de lugareños alebrestados han manifestado ya su inconformidad porque “no quieren” volverse la versión capitalina de municipios del Estado de México como Tultitlán y Lechería, donde el paso de migrantes ha provocado pleitos y hasta la muerte de tres hondureños bajo sospechas de xenofobia en los últimos años.

Por eso el sábado pasado, en El Recreo, los inconformes se liaron a golpes con activistas proinmigrantes que defendían la inauguración del refugio para los salvadoreños y hondureños que se dicen victimas de la violencia en sus países, perseguidos por los pandilleros de la Mara Salvatrucha o las extorsiones del crimen organizado.

Lejos de esas realidades, la colonia El Recreo, ubicada al norte de la Ciudad de México, ha sido un lugar familiar donde todos se conocen y cuidan sus parques. Si bien toleraban algunos “pellizcos” de la delincuencia como uno que otro robo o la presencia de marihuaneros en la calle, tenían bien identificados quiénes eran.

En cambio ahora, replica Laura Marcela Martínez, madre de tres niños de ocho, 10 y 11 años, “no sabemos que mañas traigan” y “son un peligro” porque la casa donde se albergan los centroamericanos está al lado de la escuela privada de sus hijos, que era la más prestigiosa del lugar.

Uno de los migrantes más jóvenes del albergue, es hondureño y tiene 14 años.
Uno de los migrantes más jóvenes del albergue, un hondureño de 14 años.

Laura Marcela dice que el jueves pasado los estudiantes alcanzaron a ver desde la primaria en el lado del refugio a unas muchachas haciéndose fotos en biquini, “¿puede creerlo?”.

La mayoría de los opositores reconocen que temen a los desconocidos porque no se les informó cuánto tiempo van a estar ahí, quién los vigila, ni qué hacen. “Hay una desorganización total”, observa Takagui, quien vive en la colonia desde que nació.

“Los que no se quejan aquí es porque de alguna manera piensan en sus hermanos, tíos y otros  familiares que se han ido a Estados Unidos y dicen, ‘ay, pobrecitos’ esto mismo deben estar pasando allá”.

Ricardo Ramírez no es uno de ellos. No tiene parientes en Estados Unidos y desde su negocio de videojuegos ubicado justo frente al albergue no tiene quejas: “Aquí vienen y juegan videojuegos, recargan sus teléfonos y están siempre tranquilos y respetuosos”.

Opinión similar tiene Graciela Calderón, “mis padres viven aquí a lado y no se quejan, al contrario, creemos que está bien tener la oportunidad de ser un pueblo solidario: no siempre se puede hacer eso”, comenta mientras camina por la calle solitaria, porque ahora ya ni vecinos ni migrantes se asoman a las ventanas.

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