Por qué entré en Santuario: ​​La lucha ​para parar ​mi​ deportación​

Nunca soñé con irme de mi país a otro lugar, y si no hubiera sido víctima de la violencia organizada, yo allí estuviera ahi todavia porque es mi tierra

Miles huyen a EEUU desde Centroamérica. John Moore/Getty Images

Miles huyen a EEUU desde Centroamérica. John Moore/Getty Images Crédito: John Moore | Getty Images

Mi nombre es Alirio Gámez y estoy en Santuario porque tengo derecho a la vida.

En El Salvador, sufrí de la violencia que se vive allá. En mi país los delincuentes exigen que las personas cometan actos ilícitos, y el negarse a hacerlo lo pone a uno entre la vida y la muerte. Esta fue la razón que tuve que emigrar a los Estados Unidos, porque llegué a este lado entre la vida y la muerte.

Por esta razón no puedo regresar a El Salvador: fui perseguido, y delincuentes me querían quitar la vida. Me avisaron que me iban a matar y en este momento yo hice el viaje y salí de mi hogar.

Tengo esposa y dos hijos, mi hija de 19 años y mi hijo de 10 años. Nadie quiere separarse de su familia y para mí, como para ellos, fue difícil.

En El Salvador, el trabajo que yo tenía era digno, y el sueldo que ganaba no estaba tan mal. Nunca soñé con irme de mi país a otro lugar, y si no hubiera sido víctima de la violencia organizada, yo allí estuviera ahi todavia porque es mi tierra. El Salvador es la tierra que me vió nacer y eso jamás se puede olvidar, allí tenía mi casa, mi trabajo, y mi familia, que son lo más importante para mí.

Lo más terrible fue decirles, “Ya me voy, no voy a estar con ustedes porque ya no puedo estar aquí.” Me sentí triste saber que me alejaba de ellos, pero también sabía que ellos no querían que yo dejara de vivir. Aún estoy lejos ellos saben que estoy vivo, que es lo que les da consuelo, que aunque no estemos juntos, yo sigo con vida.

Cuando me fui huyendo, pasé por la frontera de El Salvador y Guatemala, luego hice todo el recorrido por Guatemala hasta llegar a la frontera de México. Tuve que cruzar todo México, y me tomó un mes.

​​Crucé toda la frontera de los Estados Unidos a pie con un grupo de personas. Es bastante difícil cruzar la frontera porque te encuentras nuevamente entra la vida y la muerte. A veces lo que pasa es que te quedas sin agua porque la verdad no te alcanza, y en esos momentos uno se arrepiente de hacer el viaje. Pero inmediatamente te acuerdas de lo que vienes huyendo y el riesgo que hay y eso te lleva a decidir que tienes a seguir luchando, y como decimos nosotros los salvadoreños, dispuesto a vivir o a morir, pero no a que otros me maten. Creo que El que me dio la vida es el único que me la puede quitar.

En el camino, nos detuvo la patrulla fronteriza y nos llevaron a unos cuartos fríos, allí nos trataron peor todavía. Estaba muy frío, y la comida era congelada, y ellos bajaban aún más la temperatura cada vez que hicimos bulla. Nos trataron mal para que nos arrepentiremos de venir y no volvieramos a regresar.

El oficial allí me dijo, “Te guste o no te guste, te vas para tu país” y puso mi nombre donde yo tenía que firmar para regresar a El Salvador. El oficial me gritó muy fuerte por no firmar, pero yo le dije, “Si no me cree, está bien, ya le dije todo lo que tenia que decir.”

Después de como cuatro días me llevaron a un centro de detención, y luego a otros dos. Estuve en varios centros de detención, uno en Tejas y dos en Nueva Jersey. Fue un viaje muy largo, cinco horas en avión lo cual es más distancia que entre El Salvador y los Estados Unidos. En el avión nos trataron mal y nos dieron comida que no se podía comer. Nos dijeron que si habia un accidente, de arriba bajaría algo para flotar en el agua, pero estaba encadenado de los pies y con una cadena alrededor de la cintura, y estaba esposado de las manos. ¿Cómo uno va a levantar las manos para poder agarrar un flotante de arriba? No se puede. Ellos tratan a la gente peor que tratan a un delincuente en mi país.

En el centro de detención, nos miraron como que fuéramos algo sin valor. Un oficial nos dijo una vez que no servimos ni para barrer el piso. Es difícil porque en estos lugares uno tiene que hacer lo que digan. Ellos actuan como que son los dueños de este país y nos odian.

Pero nosotros somos ser humanos y tenemos derecho a la vida, igual que ellos. Somos personas luchadoras que contribuimos mucho a este país. Ningún oficial nos puede decir quienes somos ni quitarnos nuestros derechos y dignidad.

Después de unos meses, salí del centro de detención bajo fianza. Luego de eso pasé por el proceso legal que este país me requirió. Fui a la corte de San Antonio pero mi caso fue negado. Luego el abogado que tenía mi caso metio una solicitud a la corte de apelaciones por asilo, y me dijo que tenía 99% de probabilidad de poder ganar mi caso. El juez me dijo que él me creía, pero que no estaba obligado a darme nada. También me negaron la apelación, y desde allí, el proceso se terminó y recibí una orden de deportación.

Aunque extraño a mi familia y a mi país, yo sé que no puedo regresar, porque salir del área del aeropuerto ya sería un riesgo para mí. La verdad me conformo con que paren mi deportación. Como yo tengo derecho a vivir, estar aquí es la única manera de estar a salvo. Pido que los oficiales de Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) me dejen quedarme aquí con vida.

Así es como yo estoy aquí en Santuario. El 5 de noviembre voy a cumplir dos meses de estar aquí públicamente. Mi caso es un ejemplo de que podemos luchar contra las deportaciones bajo esta administración. Para todos los que tienen casos pendientes como el mío, necesitamos resistir unidos y fuertes. Tenemos que proteger nuestras vidas.

Ojalá primero a Dios, ésa es la lucha. Para parar la deportación. Para sobrevivir.

Alirio Gámez es un activista comunitario con sede en Austin, Texas.

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