“Se murió la muerte”, dicen del fallecimiento del exgeneral Luciano Benjamín Menéndez, reconocido en Argentina como el más cruel y despiadado líder del golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976. Un golpe que instauró el terrorismo de estado con grupos de tarea y campos de concentraciones secretos en los que hombres, mujeres, ancianos y hasta adolescentes eran secuestrados, torturados y, en el caso de 30,000, desaparecieron para siempre.
El general Menéndez era el poderoso jefe del IIIer Cuerpo de Ejército, con sede en Córdoba y jurisdicción sobre 10 provincias, quien como un dios brutal decidía sobre la vida y la muerte de sus prisioneros.
Por mi activismo estudiantil, en la Universidad Nacional de Córdoba, y mi trabajo sindical, en IKA-Renault, fui arrestado y torturado en el Departamento de Informaciones 2 y, de allí, llevado a la Unidad Penitenciaria 1 (UP-1), en donde se concentraba a los presos políticos cordobeses. A fines de 1976, sin saber si iba a la muerte, me trasladaron en un avión Hércules al penal de la remota prisión de Sierra Chica, en el sur de la provincia de Buenos Aires, y más tarde a la UP-9, en La Plata. Después de cuatro años a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, y tras ser adoptado como Prisionero de Conciencia por Amnistía Internacional, finalmente me permitieron salir del país y, en abril de 1980, me fui a Canadá como refugiado político.
De todas mis tristes experiencias en ese tiempo de terror, mi paso por la UP-1, en Córdoba, fue lo que me dejó las cicatrices más profundas que, en muchos sentidos, siguen definiendo mi vida. En ese infernal 1976, por órdenes del general Menéndez, 31 compañeros que estaban detenidos conmigo en la UP-1 fueron ejecutados por sus soldados. Algunos, en la misma unidad penitenciaria; a otros, aplicándoseles la Ley de Fuga.
A Raúl “Paco” Bauducco le golpearon en la cabeza durante la requisa del 5 de julio y, al no poder levantarse, el cabo Miguel Ángel Pérez le pegó un tiro en la cara, delante de todo el pabellón. A Miguel Hugo Vaca Narvaja, Higinio Toranzo y a dos hermanos, Eduardo y Gustavo De Breuil, los sacaron del penal el 12 de agosto. El teniente primero Osvaldo Quiroga dirigió el fusilamiento de tres de los prisioneros en las proximidades de la localidad de Chateau Carreras. Antes habían tirado la moneda para seleccionar a uno de los hermanos para que sobreviviera. El beneficiado del sádico proceso fue Gustavo, a quien enviaron de regreso a la UP-1 para que nos informara cuál sería nuestro destino. A Pablo Balustra dos suboficiales lo golpearon enceguecidos y obligaron a que lo arrastráramos de los cabellos hasta la celda en donde quedó hemipléjico. El 11 de octubre fue retirado de la enfermería del penal por el teniente primero Nicolás Neme y fusilado, junto a otros cinco detenidos, a pocas cuadras de la penitenciaría.
Treinta y cuatro años más tarde, cuando ya prevalecía la democracia en Argentina y el presidente Néstor Kirchner le dio prioridad a los derechos humanos y reinició acciones judiciales contra los represores de la década de 1970, asistí emocionado al juicio de 2010 en el que se juzgó a Luciano B. Menéndez y a otros 28 cómplices por los asesinatos de la UP1. Entre los acusados estaba el expresidente y exgeneral Jorge Rafael Videla. A Videla y a Menéndez los condenaron a cadena perpetua. Para Menéndez sería una de 14 cadenas perpetuas que recibiría.
Uno de los testimonios más espeluznante sobre la crueldad de Menéndez lo dio el arriero José Solanille quien solía cuidar los caballos del general. En uno de los juicios, en 2013, Solanille dijo: “Estaba con otro compañero en la Loma del Torito… Habíamos visto la fosa cavada. Unos cuatro metros por cuatro. Tenían a toda la gente en dos filas. No sé, eran muchas personas. Como cien. Algunos vestidos, otros totalmente desnudos. Estaba Menéndez. El había llegado en un (Ford) Falcon blanco. Yo lo había visto. Sabía que se venía algo grande. Y ahí estaba, con su fusil. No lo vi disparar. Pero él dio la orden. La gente estaba encapuchada o vendada o tenían unos anteojos… Los que no tenían nada, los que podían ver, gritaban. Unos hasta corrieron. Pero los mataron por la espalda. Ahí nos rajamos con mi amigo. Estábamos cagados de miedo. Nos habíamos arrastrado hasta arriba de la loma, pero bajamos corriendo. Después se ve que los quemaron. Tiraron explosivos. El humo con ese olor espantoso se vino para mi casa. Era insoportable”.
A pesar de tanto horror, de la evidencia de la inmensa crueldad inhumana de los Menéndez de este mundo, algunos en Argentina insisten en que se hable de reconciliación. Martha Minow, profesora de la Universidad de Harvard y autora de Between Vengeance and Forgiveness: Facing History After Genocide and Mass Violence, dice que “…sólo el individuo que sufrió el daño tiene la autoridad para perdonar… Forzar a una víctima a una determinada decisión es revictimizarla… Es importante que las personas tengan la posibilidad de negarse a perdonar. El Estado puede juzgar, pero sólo el individuo puede perdonar”. Menéndez nunca se arrepintió de los crímenes de lesa humanidad que él personalmente cometió ni de los que comandó en los infiernos que ayudó a crear. Por eso, para mí, no se merece la reconciliación ni el perdón que algunos sectores de la administración del presidente Mauricio Macri y líderes religiosos conservadores han estado sugiriendo y que beneficiaría a los represores de la década de 1970. Sin arrepentimiento, sin el esclarecimiento de qué es lo que hicieron con los 30,000 desaparecidos, sin aclarar en dónde están los 500 bebés que expropiaron, no hay posibilidad de abrir el capítulo de la reconciliación.
* Néstor Fantini es profesor de sociología en Rio Hondo College.
INVITACIÓN: El Proyecto Memoria de Los Ángeles invita al lanzamiento de 31 palomas/globos al cielo en homenaje a los 30,000 desaparecidos argentinos y, más específicamente, para recordar a los 31 prisioneros ejecutados por los soldados del general Luciano B. Menéndez, en la UP-1, entre marzo y diciembre de 1976. El evento tendrá lugar el sábado 24 de marzo de 2018, al mediodía, en el Northridge Recreation Center, 18300 Lemarsh Street, Northridge, CA 91325. Para mayor información, por favor, dejar un mensaje en 818-832-5000.