“Quiero que mis hijos vayan a la escuela y sean personas de bien”
Gabriela Hernández escapó de su ex marido y las pandillas para las que él trabajaba en Honduras. Aunque teme que la separen de Jonathan, de 2 años y Omar, de 4, no vió más opción que unirse a la caravana migrante.
“Lo que más temo es que me separen de mis hijos; ese es el temor que más ando”, dijo a La Opinión la señora Gabriela Hernández momentos antes de entrar con sus dos pequeños, de dos y cuatro años de edad, a la garita peatonal PedWest que une a Tijuana con San Diego.
“Vamos a ver, nos ponemos en manos de Dios”, dijo con lágrimas en el rostro instantes después de despedirse con besos de su pareja sentimental y padre del embarazo de tres meses que lleva en el vientre al cruzar por primera vez la línea que demarca la frontera estadunidense.
La señora de 27 años de edad, con notable cansancio, fue una de las primeras 50 personas de unas 350 de la llamada “Caravana Viacrucis Migrante”, que fueron elegidas para cruzar primero la frontera en busca de asilo este fin de semana.
En horas de la tarde se informó que Gabriela fue una de las pocas personas a las que se permitió pasar por el proceso de asilo este lunes.
Por años fue víctima de violencia conyugal, pero desde hace unos meses también fue amenazada de muerte, por unos excómplices del que fuera su marido.
Los abogados estadunidenses de migración que en los últimos días asesoraron a la caravana “piensan que tengo posibilidades de que me den el asilo”, comentó.
“A mí me escogieron porque tengo un embarazo de alto riesgo; como tuve una infección cuando veníamos en el camino para acá, tuve consecuencias y tengo que cuidar mucho al bebé”, platicó.
El bebé fue gestado aproximadamente al mismo tiempo que la señora Gabriela tuvo que comenzar a huir por su vida y las de sus hijos.Su exesposo, un mecánico automotriz, arreglaba vehículos para una pandilla dedicada a actividades criminales en Honduras.
“Lo que pasó es que él cayó preso, y luego de que estuvo un tiempo en la cárcel lo dejaron salir y fue a esconderse en un pueblo. Entonces llegaron a buscarlo y como no lo encontraban la agarraron conmigo y con mis niños”, platicó.
Los pandilleros llegaban a su casa armados, tiraban cosas y le advertían a gritos que ella tenía que localizar a su exesposo o la pagaría con su vida y las de sus hijos.
Como pudo y sin recursos, la familia huyó por Honduras, cruzó la frontera guatemalteca y luego la mexicana para unirse a la caravana, que habían escuchado que partiría con cientos de centroamericanos en busca de asilo en Estados Unidos, una distancia considerable para que ni el exesposo ni los delincuentes la alcanzaran.
Pero hace poco más de tres semanas, cuando la caravana ya recorría territorio mexicano, la señora enfermó y los médicos que la revisaron en estaciones del camino le advirtieron que tenía que cuidarse mucho.
“Pues, me dieron medicinas y me recetaron reposo, pero viniendo en ‘la bestia’, embarazada y con niños pequeños, es difícil descansar”, resumió. Tampoco podía detenerse. Avanzado el recorrido por México, sin la caravana le sería cerca de imposible continuar.
La situación de la familia, y la de cientos de migrantes, cambió al llegar al norte de México. En Mexicali, en la frontera con Calexico, por fin abordó un autobús cómodo, incluso con aire acondicionado, durante unas tres horas rumbo a Tijuana.
Luego en el refugio Juventud 2000, al norte de Tijuana, asignaron una tienda de campaña pequeña, pero suficiente para que la familia se alojara en una estructura techada y cuidada entre voluntarios.
Siguieron pláticas con abogados, sin invitar a la prensa. Luego nuevamente reuniones con abogados de California.
Tras asistir con todos los integrantes de la caravana a una actividad de solidaridad simultánea en Playas de Tijuana e Imperial Beach, California, y vuelta al centro de la ciudad para los últimos preparativos para marchar a la garita, la señora Hernández por fin se formó para avanzar hacia la garita Pedwest.
Mientras tanto, la portavoz de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), Jacqueline Wasiluk, advirtió en San Diego en comunicado que su agencia solo atendería de acuerdo con su capacidad. Más tarde indicó que la capacidad se había alcanzado y CBP dejaría de atender a quienes carecieran de documentos.
La caravana marchó de cualquier manera a la garita, donde momentos antes de ingresar a territorio estadunidense la señora Hernández reveló a La Opinión sentirse “muy nerviosa”.
Sin poder contener el llanto alcanzó a comentar que “la verdad, no quiero que me separen de mis niños; (los abogados) me prepararon para lo peor pero ahorita ya no sé si voy a tener fuerzas, pero sí recuerdo todo por lo que llegamos hasta aquí”.
Platicó que entendía que nadie puede saber cuánto tardará la revisión de su caso, “pueden ser de una horas, a unos días, semanas o meses”.
Un momento antes de irse, la señora Gabriela dijo como para sí misma: “quiero que vayan a la escuela y sean personas de bien”. Luego avanzó con Jonathan de dos años en un brazo, y Omar, de cuatro, tomado de la mano.
Lo último que dijo con voz entrecortada en territorio mexicano fue que se sentía cansada, y entró finalmente con lágrimas en los ojos a Estados Unidos.