La guerra comercial rompe mercados, presupuestos y precios

La guerra comercial abierta por EEUU llegará a los bolsillos de consumidores y productores

Illinois, Iowa y Minnesota son los tres estados en los que más soja se produce en EEUU. Aunque en las zonas rurales de estas zonas el voto se decantó mayoritariamente por Donald Trump, ahora el presidente les está dejando muy preocupados por las consecuencias de su política comercial proteccionista.

Y un cheque de $12,000 millones que sale de las cuentas públicas ha generado más críticas que alivio.

China ha tomado represalias contra EEUU e impuesto fuertes tarifas a la importación de productos como la soja o el cerdo, entre otros, después de que la Casa Blanca decidiera gravar con aranceles la producción de 1,333 productos chinos por un valor equivalente a $34,200 millones en abril. Muchos de estos productos ahora penalizados son intermedios y se usan en EEUU para fabricar otros bienes. Estos productos “Made in USA” saldrán ahora más caros.

El precio de la soja y el maíz ha caído por la escalada de la guerra comercial pero lo peor no son estos vaivenes de lo que se paga por este producto, sino el hecho de que para muchos agricultores se les cierra un mercado muy lucrativo. Al mercado chino venden un tercio de su producción.

China puede sustituir su compra de soja americana con la de Brasil o Argentina y por ello los agricultores temen quedarse durante años sin sus clientes asiáticos. Y hay más consecuencias indeseadas. Negociar el seguro de sus cosechas, que suelen proteger de caídas de precios, va a ser más complicado y más caro.

Los $12,000 millones que Trump dijo la semana pasada que dirigirá a la protección de los agricultores no han sentado bien, porque no se quiere depender de ayuda del Estado sino de un comercio robusto como el que había.

“Esta asistencia puede contrarrestar una parte importante de las pérdidas directas que los agricultores sufrirán pero no podrá acabar con el factor de la incertidumbre”, explica el equipo del analista jefe de Oxford Economics, Gregory Daco.

“Este plan representa un riesgo muy elevado al comercio global pues apunta a que la Casa Blanca está considerando una estrategia de tarifas y subsidios en el medio plazo que va en contra del deseo de libertad de mercado y las reglas de la Organización Mundial de Comercio”, explican en esta firma de análisis.

En la revista de Política Exterior, del Center for Foreign Affairs, se señala que las tarifas a las importaciones de lavadoras, de acero y aluminio mundial y ahora otros productos chinos con la posibilidad de que sean afectadas todas las transacciones de este país “desorganiza los mercados y eleva precios para los consumidores además del orden basado en las reglas”.

Es decir, todo costará más caro para los consumidores y en una primera fase habrá una mayor inflación. Eso sí, el consumo puede caer por ello y entonces puede incluso que haya presiones deflacionistas (caídas de precios) porque los productores tengan que deshacerse de inventarios a cualquier precio.

Luchar contra la inflación es difícil y doloroso porque hay que subir tasas de interés. La lucha contra la deflación es más difícil y las economías no crecen cuando esto ocurre.

Por eso, los expertos de esta organización creen que la guerra de tarifas no solo deprimirá el comercio y el crecimiento sino que dañará el sistema que ha dado base a la expansión global del comercio desde la II Guerra Mundial. Un orden, por cierto, que EEUU fue instrumental en construir.

Pero Trump sigue considerando que el déficit comercial de EEUU es el resultado de políticas nacionales injustas contra el país y aunque es cierto que con China hay agravios legítimos, él ha optado por la vía de la penalización arancelaria que puede extender hasta prácticamente el resto de las exportaciones del país para solucionarlo en vez de la negociación o la alianza con otros socios comerciales a los que también está marginando.

“Trump está en lo cierto al decir que los pactos que gobiernan el comercio internacional necesitan actualizarse y que algunos países, China en particular, han tomado ventajas injustas. Pero la cura de Trump es peor que la enfermedad”, explican los economistas de Oxford Economics.

La buena noticia de la semana es que los temores de una escalada de la guerra comercial con Europa se matizaron después del encuentro que mantuvo Trump con el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker.

Aunque las primeras tarifas al acero y el aluminio (25% y 10% respectivamente) han afectado a Europa, ambos líderes acordaron negociar dejarlo ahí y seguir hablando en vez de que EEUU impusiera tarifas a la importación de carros y componentes. No hay ningún acuerdo aún y Juncker prometió que Europa compraría soja a EEUU, pero la UE no es una economía centralizada y esa promesa es un poco vacía. Se comprará más soja si los clientes europeos quieren comprarla y tienen necesidad de ello.

Aunque la cordialidad es simbólicamente positiva, “las perspectivas de una tranquilidad sostenida geopolíticamente no son positivas dada la historia volátil de la Administración de Trump con respecto al comercio”, dice el equipo de Daco.

Desde la Cámara de Comercio, donde tradicionalmente se han apoyado las políticas republicanas de desregulación y rebaja de impuestos, no salen más que advertencias de lo cara que está costando la guerra comercial a los negocios. Una guerra que empezó con apenas algunos aranceles sobre China, pero que escaló con los del acero y el aluminio.

En la siderúrgia de EEUU trabajan menos de 150,000 personas, pero las empresas que usan esta materia prima dan trabajo a millones de personas. La subida de precios no va a ayudar mucho a estas empresas, entre ellas la construcción que tantos empleos da a los latinos del país.

La Cámara de Comercio explica que hay 6,300 cerveceras en el país y solo las artesanas (craft) contribuyeron con $68,000 millones a la economía del país en 2016 según la Brewers Association. Las tarifas del aluminio afectan al 62% de toda la cerveza hecha y vendida en EEUU y desde el Beer Institute se estima que los cerveceros harán frente a un costo de $347 millones al año por las latas que compran.

En cuanto a los agricultores, desde la Cámara se explica que pueden perder este año $624 millones dependiendo cuánto tiempo se mantengan los aranceles o la posibilidad que tengan de encontrar nuevos mercados.

Mientras el Gobierno se felicitaba el viernes por el crecimiento del 4.1% de la economía, los economistas de IHS Markit al hablar de la economía global citaban esta semana los cada vez mayores riesgos que pueden hacer retroceder el crecimiento: “altos precios del petróleo, la potencial guerra comercial y la incertidumbre política”.

Los economistas de esta organización han revisado a la baja el crecimiento de EEUU, el Reino Unido, China, India y Brasil. El crecimiento del PIB global no será del 3.3% en 2018 sino del 3.1% según sus cálculos y del 2.9% en 2019.

“Nunca hay un buen momento para una guerra comercial pero éste especialmente malo”, explican.

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