Móviles y Watts

Christopher Watts en corte.  RJ Sangosti - Pool/Getty Images

Christopher Watts en corte. RJ Sangosti - Pool/Getty Images Crédito: Getty Images

Los teléfonos celulares se han convertido en el testigo favorito de los fiscales de las cortes. Son incluso mejores que el ADN.

Ahora resulta que gracias a ellos no tan solo sabemos lo que hacen las personas sino además nos enteramos qué se esconde detrás de sus intenciones con hora exacta, santo y seña. Y es que este aparatito se ha convertido en el segundo cerebro y receptáculo además de escriba fiel de su dueño, quiéralo o no. Tienen una memoria fotográfica. Son rastreadores excelentes. Guardan datos del banco, de la música, de los lugares que uno frecuenta.

De nada sirve el silencio a los malhechores y bienhechores del planeta. Ahí van los teléfonos: negros, amarillos, Samsung, Android, iPhone, inocentemente perchados desde nuestros bolsillos, listos para dar la talla y desenmascarar a cualquiera que tenga la clave y abra las esclusas a la escabrosa vida que uno lleva.

Nadie está exento a menos que no tenga un teléfono inteligente o a menos que haga esfuerzos para no dejar rastro. Alguien me contó de un amigo que se juraba hetero, hasta que se quedó dormido con su celular abierto con miles de fotos de hombres en cueros que. ¿Cuál hetero busca fotos de hombres en cueros? Pues ninguno.

Y es que, a diferencia de las personas, los celulares no mienten. Tampoco editan. Guardan las rampante búsquedas de una noche en vilo, la pornografía, los mensajes de texto que se usaron para concertar citas clandestinas, las cuentas de banco, la agenda, la música y hasta las compras que una escondió del marido. No me extrañaría que alguien pudiera investigar a través de la música que uno escucha nuestros fluctuantes estados de ánimo. El celular sabe de uno más que uno mismo.

Hay casos extremos. Chris Watts, asesino en serie de su familia en Colorado, fue recientemente procesado por la muerte de su familia completa gracias a su teléfono inteligente. Hace unas semanas que se vació para escrutinio público el folio de su caso, incluyendo cada uno de los mensajes de texto, videos, declaraciones, videos, compras, cuentas de banco, los pings de donde estuvo y hasta la música que escuchó tras aniquilar a su familia de cuatro personas para comenzar una nueva vida con su amante.

Los datos celulares revelaron asimismo un caudal de problemas detrás de una familia que se proyectaba idílica por los medios sociales. El folio es interminable. Da para que uno se pregunte cuántos datos uno arroja al vacío en un solo día. Humanos somos. Aunque se mienta a si mismo y se cuente otra película, la mente asesina de Watts quedó al descubierto gracias a su propio celular que carece de facultades para negar.

Conforme buscaba a su esposa, Shannan Watts y a sus dos hijas, Bella y Cici, este sufrido marido fue desenmascarado por la ristra interminable de datos salidos de su celular: fotografías, mensajes de texto a su amante, búsquedas de viajes de vacaciones. Todo parece indicar que la muerte de su familia fue un evento fríamente calculado por este padre del año para liberarse de su familia y, vaya inconveniente, su nuevo hijo en camino.

Aquel domingo, cuando llevó a sus hijas a una fiesta de cumpleaños, el fornido adonis y operador de la compañía petrolera concibió el plan. Su búsqueda del Mar Muerto durante la fiesta de cumpleaños revelan que probablemente trataba de saber qué pasa con los cuerpos cuando se lanzan a un líquido espeso. El mensaje de texto para su compañero de trabajo con el ofrecimiento de supervisar los tanques de petróleo temprano al día siguiente, deja en cuenta que el flamante marido ideaba su horroroso crimen ahí mismo, en la fiesta. Si las lanzaba dentro del tanque, aunque flotaran, no quedaría rastro.

La gracia de la amante es incluso más reveladora. La confesión inocente de Nicole Kissinger quien dice”estaba ayudando a Watts a volver con su esposa” es desenmascarada por su búsqueda de vestidos de novia en su celular. Como sucede con el hetero buscando hombres en cueros, es que no hay mujer que no busque vestidos a menos que quiera casarse. Ahí está el teléfono inteligente admitiendo lo que el ser humano niega.

Son miles de folios que dan cuenta del affair de Watts y Kissinger. Así también hay miles de folios que revelan los intentos de Shannan, embarazada de unos pocos meses, para salvar su matrimonio.

Antes, cuando éramos indocumentados de virtualidad, el papel que aguantaba todo precisaba del acto volitivo de tomar un lápiz y colocarse a escribir. Pero el teléfono celular es diferente, es compulsivo, instintivo y revelador y lo aguanta todo.
Está más que comprobado que detrás de un celular se esconde el contenido claro y el contenido más oscuro del corazón.

“Uno ve caras, pero no ve corazones”, decía mi madre. Ahora resulta que es “Uno ve caras pero no sabe qué hay al otro lado de la clave”.

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