Boris Izaguirre: “En Venezuela sólo hemos sabido derrochar, no generar”

En su reciente novela autobiográfica, "Tiempo de tormentas", el escritor venezolano relata el despertar sexual de un adolescente gay en Latinoamérica, con la historia reciente de Venezuela de fondo

Boris Izaguirre es parte del programa del Hay Cartagena.

Boris Izaguirre es parte del programa del Hay Cartagena. Crédito: Getty Images

Cuando Boris Izaguirre aprendió a leer fue un hito. No había sido fácil conseguirlo. Ocurrió en un sitio inesperado, el auto familiar recorriendo las calles de su ciudad, Caracas. Un cartel en la avenida. Fue un logro, una sorpresa. Todo a la vez. La primera derrota visible a la dislexia que combatió desde niño junto a su madre, la bailarina Belén Lobo.

Ella es la inspiración de su reciente novela autobiográfica, “Tiempo de tormentas”, que se inicia con su muerte y luego viaja hasta el terremoto de 1967, cuyas réplicas, tal vez, continúan hasta hoy en su país. La historia reciente de Venezuela corre de fondo en la narración.

Después de una decena de obras publicadas, como “Azul Petróleo”, “Villa Diamante”, “Fetiche” o “Morir de glamour”, Izaguirre (1965), que es parte del programa de Hay Cartagena, cuenta ahora sus episodios más íntimos.

También desnuda sentimientos de impotencia y fortaleza, pasión y dolor, frivolidad y agudeza. Relata el despertar sexual de un adolescente gay en Latinoamérica; el amor, el deseo, la violencia.

Habla de lo que le duele su país, “la tormenta de su vida”, y de cómo apoya la juramentación de Juan Guaidó como “presidente encargado” aunque lo ve como “una gesta valiente y decisiva”.

Y explica su salida de Venezuela, la vida nueva en España, la radio, la televisión. El éxito que logró a pesar de la dislexia, el histrionismo, la pluma.

Tal como le dijo Belén al padre de Boris: “Rodolfo, siempre será diferente, es así, vino con esta diferencia y se marchará con ella y tenemos que defenderlo de todos los que quieran cambiarlo”.


Muy temprano te das cuenta de que eras objeto de comentarios y “la palabra maricón empieza a rondar… pato, pargo, regalo, lacito, pájaro, mariquita, marico, mari, mariposón, mariposa”. Así lo cuentas...

Es brutal ese párrafo, sobre todo porque no tenía la fuerza física para defenderme. Pero yo sabía que iba a ser muy exitoso. Incluso me di cuenta de que ese éxito era mi fortaleza. Probablemente me lo dijera continuamente a mí mismo, en silencio, y a lo mejor mi mamá también detectó eso y por eso estuvo tan de acuerdo en apoyarme. Pienso que era un objetivo, para algún día, acabar con todos esos insultos.

¿Una especie de revancha?

Sí y luego, cuando sucede que has superado esos insultos, te siente aliviado y preocupado de otras cosas. Yo ahora estoy muy preocupado de estar delgado y muy bien vestido. Y pienso que me va a durar bastante tiempo.

Además de la relación con tu madre, Belén, otro rol clave lo juega Gerardo, amigo, primer amor, pero tu violador a la vez.

Quería escribir en primera persona sobre esa violación de la que fui víctima en la adolescencia, pero no sabía que el principal violador iba a ser el eje de la novela. Gerardo no es un personaje real, lo expulsó la propia historia y es lo contrario que Boris.

Es oscuro, tiene que ocultar su sexualidad, se engaña a sí mismo y su madre no lo libera de la presión de estar en el clóset. Sin embargo, se han enamorado y el amor los ha unido para siempre.

Y así lo escribes: “Gerardo me sujetó obligándome a dejar entrar esos penes en mi boca. Alcancé a morderle y el bofetón fue todavía más fuerte. Empecé a sentir gusto… ese mismo gusto que me incitaban los ojos del obrero detrás de la reja. Ese mismo gusto que cuando otros me miraban por ser tan afeminado, tan torpe, tan bello. Gusto. Y dolor. Un poco de amor, todo mezclándose en esa habitación, dejando que Gerardo entrara y saliera de mí”.

Hubo sobre todo privación de la libertad, sometimiento, ellos me encerraron en ese sitio y hacían imposible que me pudiera marchar y escapar del horror. Uno de mis amigos vino muy perturbado con esa escena, me decía “lo siento tanto por ti”, me agarraba la mano. “Sí, pero ya fue”, le dije.

Y hubo un momento determinado en que me gustó, como lo dice el propio personaje, que se da cuenta que también le gusta todo ese espanto, esa mezcla.

Boris Izaguirre en la feria del libro de Madrid.

Getty Images
En su novela, Izaguirre desnuda sentimientos de impotencia y fortaleza, pasión y dolor, frivolidad y agudeza.

¿Entonces Gerardo no es un completo antagonista?

No, porque ha sido un gran amor. Antes de conocer a Rubén (Nogueira, su marido), intenté muchas relaciones y todas fueron equivocadas, conflictivas. Los chicos de mi entorno se negaban a tener una relación conmigo, porque les daba pánico lo evidente que yo era.

Durante muchos años se los tuve en falta, pero luego entendí. Pobres, no podían cambiar la estructura que otros habían decidido para sus vidas, que es lo que yo he hecho.

Todo el mundo te pedía que fueras discreto, Boris: tu hermano cuando lo mirabas desnudo, tu mamá repetía que no llamaras tanto la atención ¿lo intentaste o no era una opción?

Es que me daba cuenta de que llamar la atención era algo muchísimo más fascinante que no hacerlo, sin embargo, la frase de mi mamá tiene lógica “no llames la atención, porque ya llamas la atención”.

La redundancia es un error, pero creo que mi histrionismo me ha llevado a sitios increíbles. A los espectadores de los programas en los que he hecho gala de eso, les ha parecido un mensaje de coraje y de rebeldía muy bien encauzada.

¿Cuál dirías que es la gran tormenta de tu vida?

Yo creo que Venezuela, porque en el fondo es el personaje principal de la novela, en la que hago una reflexión de los 50 años de mi vida, en los que el país se ha desnudado a sí mismo hasta quedar completamente desasistido.

Parte de mis logros han sido gracias a dejar Venezuela, pero eso no ha conseguido que yo resuelva los sentimientos con mi país, es una historia de amor obsesiva, fracasada y al mismo tiempo vigente. Es dolorosa, pero también inspiradora.

Es oscura, pero permite momentos de gran lucidez. Es la tormenta de una persona que nace en un sitio en el que tiene una serie de privilegios y una serie de tragedias y mientras más se separa de él, más crece. Es una tormenta que no tiene fin.

Boris Izaguirre en la fiesta del orgullo gay de Madrid.

Getty Images
Boris Izaguirre dice que ni el chavismo ni la oposición tienen alguna política LGTB.

¿Te duele haber tenido que salir para brillar como querías?

Hay un diálogo entre Belén y Boris y ella le dice: te tienes que marchar. ¿Y esa es la solución, que me vaya? Para mi generación el fracaso de Venezuela duele más, porque fue en torno a nosotros que se generó la idea de un país que podía ser próspero, punta de lanza de su zona y al final era una gran mentira, una colosal estafa.

Había cosas más importantes: alfabetizar a una gran cantidad de la población, erradicar el hambre, otorgar calidad de vida a mucha gente que lo merecía, porque convivía con otros, muy pocos, que estaban llenándose de dinero y sacándolo del país, gracias a los precios del petróleo.

Si pudieras reescribir esta historia, ¿cómo sería?

No hubiera permitido la primera reelección de Chávez, ahí todo fracasó. Pero si recuerdas, la oposición pidió no presentarse, creyendo que iban a hacer falta y fue uno de sus principales errores.

En “Tiempo de tormentas”, hay un grupo de amigos de mis padres que pertenecen a una ideología bastante de izquierdas y en el momento que llegan al poder, empiezan a robarse unos a otros.

Esa es mi opinión de lo que han sido estos años, y lo cuento de manera desgarrada porque estaba viéndolo. Ha sido un error grande no ver que el chavismo llegaba para quedarse, porque hay un tejido en el país, que se ha hecho delante nuestro, sin que pudiéramos darnos cuenta.

¿Apoyas que Guaidó se haya proclamado “presidente encargado”?

De momento me exijo cautela. Creo que la gesta iniciada por Guaidó requerirá tiempo, paciencia, prudencia, sobre todo para evitar más violencia, ¡más muertes! Pero sí creo que es una gesta valiente y decisiva. Y apoyo completamente su proclamación porque está demostrando que es la manera de hacer reaccionar al régimen de Nicolás Maduro, desnudando que es un régimen, porque está apoyado por los altos mandos militares. Pero también ha hecho reaccionar a importantes países miembros de la comunidad internacional.

¿El país no supo repartir?

Nunca, más bien ha sido un país que ha creído en cosas totalmente ficticias, ha creído en la fábrica de las misses universo, ha creído ser un lugar donde sale infinidad de talento, pero que no se queda en el país, que se marcha.

¿Qué les dirías a los que no están de acuerdo con el chavismo y no han sido capaces de generar el cambio?

Que pidan perdón y se marchen, que dejen lugar a otros. Han estado 20 años repartiéndose el “yo quiero ser presidente”. Deben pedir perdón a las familias de quienes salieron a manifestarse en 2017. Aún no les han dicho: “lo siento mucho por tu familiar fallecido manifestándose por nosotros en las calles”.

Y luego decir: “Nos marchamos, porque no hemos sido capaces de cambiar el curso de esta historia”, pese a que todo el mundo los ha seguido. Las manifestaciones fueron un peregrinaje diario, semanal, mensual en apoyo a unas ideas que no funcionaban. Lo que te demuestra claramente que no somos una democracia. No fuimos cuando creíamos que lo éramos y tampoco lo somos ahora.

Protestas de 2017 en Venezuela.

Getty Images
Venezuela vive años convulsos.

¿Por qué dices en el libro que Caracas es la capital de las bodas?

Caracas era profundamente frívola, veía la frivolidad como una manera de exponer su ganancia y un grupo muy pequeño acumuló muchísimo dinero, tanto que tenía que inventarse celebraciones sauditas e infinitas, porque lo único que hacía era gastar.

Solo hemos sabido derrochar, no generar. Siempre he visto ese despliegue como el causante de nuestra desgracia. Fuimos incapaces de hacer un país de abajo hacia arriba y lo hicimos desde arriba a la mitad. La economía está basada en un solo producto. Un aparato picando la tierra hasta que por fin da con un pozo y sale el petróleo, que se envasa y se vende.

Y a propósito de bodas, presentas un programa sobre trajes de novia, ¿qué has descubierto en ¡Sí, quiero ese vestido!?

Que el vestido de novia provoca una emoción única que supera cualquier cursilada, como también cualquier convencionalismo y prejuicio que puedas tener.

Es algo único y extraordinario. Es un arma que tienen las mujeres, sean intelectuales, letradas o feministas y funciona para cada uno de esos tipos de mujer. También descubres que no escoges el vestido, el vestido te escoge a ti, y ese fenómeno me encantó, porque me entretienen ese tipo de sorpresas y de magias.

¿Tú por qué te casaste, Boris?

Me casé en 2006, con la ley de matrimonios igualitarios que se aprobó en España en julio de 2005.

Fui a la votación en el Congreso, no nos dejaban aplaudir, entonces Pedro Zerolo, que fue uno de los grandes impulsores, nos dijo que podíamos utilizar el lenguaje de las personas con problemas auditivos, que mueven los dedos como en una especie de centelleo y eso fue lo que hicimos, fue muy emocionante.

¿Lo sentiste como una conquista?

Yo tengo una amiga muy antimatrimonio, que nos veía a aburguesándonos. Tuve que explicarle, todo lo calmadamente posible, que para nosotros significaba terminar con una vida de siglos condenados a la marginalidad.

¿Para algunos era entrar el juego de la heteronormatividad?

Yo creo que significó ser legales. A los más jóvenes hay que hacerles ver que un grupo de personas homosexuales no convivía nada bien con la obligación de hacer las cosas a escondidas.

En Caracas, yo tenía que salir con gente estrictamente para tener sexo, estaba condenado a una anormalidad, cuando a mí me apetecen muchísimo las cosas normales: hacer una vida, construir una casa, una familia, una aventura en común.

¿Cómo viven los gays en Venezuela?

Ni el chavismo ni la oposición tienen alguna política LGTB. Ellos insisten en que sí, pero yo no las veo. Luego oigo de la oposición que hay cosas más importantes de las que preocuparse. Quien condena estos avances no es la sociedad civil, sino la religión. Todas tienen en común que son homófobas, consideran la homosexualidad como una aberración.

Escribiste una columna sobre declaraciones del Papa que alertaban sobre que la homosexualidad fuera una moda en la Iglesia. ¿En otros tiempos se mostraba más acogedor?

Cuando está en el avión papal es super gay friendly, debe ser algo que pasa en la atmósfera cuando vuela. Luego, cuando llega al Vaticano, es completamente reaccionario y antigay.

Es uno cuando está en tierra y otro cuando está en el aire, pero me imagino que eso le debe pasar siempre a un papa, pues precisamente tiene que conciliar ambos estadios. Yo le hice llegar mi respuesta por Twitter, porque lo sigo. Le hice ver que la moda también es una religión.

* Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombiana entre el 31 de enero y el 3 de febrero de 2019.


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