En tiempos de muros, las comunidades transnacionales desafían fronteras

Equipo Deportivo de beisbol en el centro del municipio de Jerez, Zacatecas

Equipo Deportivo de beisbol en el centro del municipio de Jerez, Zacatecas  Crédito: Adrian Felix

En un remoto y acogedor rancho enclavado al pie de la sierra que envuelve al municipio de Jerez, Zacatecas, un humilde campo deportivo recibe a propios y extraños para un esperado partido de beisbol. Con escasas lluvias de temporal, el sol de julio es intenso. Las dispersas nubes de algodón dan pocas esperanzas de sombra a los espectadores—en su mayoría familias que portan cachuchas de sus equipos favoritos de las grandes ligas, Doyers y Angelitos principalmente. La banda que amenizará el evento hace su notoria llegada, en un camión que dificilmente cabe por las angostas calles de esta comunidad. Los músicos irrumpen las amenas pláticas con las infaltables notas de la Marcha de Zacatecas. Los jugadores hacen su entrada triunfal al diamante, en un ambiente de hermandad. Se entrelazan de brazos y posan sonrientes para la foto del recuerdo, algunos de ellos portando con orgullo camisetas que lucen el nombre del equipo y de su comunidad: Jomulquillo.

El Pueblo de Zacatecas un pueblo transnacional

Este no es cualquier partido de beisbol. Jomulquillo—como tantos ranchos circunvecinos de esta region—es una comunidad migrante y sus hijos e hijas ausentes (y su descendencia norteamericana) se han dado cita para una tarde de deporte, tradición y fraternidad. El juego de beis, a decir de los lugareños, es parte de una nueva tradición donde regresan los del otro lado a competir con los locales. Los jugadores “del norte” son visiblemente más robustos y corpulentos que los esbeltos jóvenes del rancho. Los ánimos se calientan al sonido de canciones como La Feria de Las Flores. Durante las próximas semanas del periodo vacacional, los migrantes retornados festejarán el estar de nuevo en su tierra, con quinceañeras, rodeos y callejoneadas por los antiguos caminos de su rancho, todo al son de la tambora. Subirán videos a sus redes sociales, dedicando canciones a familiares fallecidos. “Hasta el cielo Tío” se escucha decir a una voz en uno de ellos. Envueltos en el regocijo de su comunidad ancestral, se olvidarán momentaneamente de lo que sucede en California: temblores, redadas, Trump…de todo. No importa que los esveltos jóvenes del rancho les hayan puesto una paliza en el partido, enviandoles varias bolas hasta la Escuela Secundaria Rural Máximo Pérez Torres.

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Jomulquillo se enorgullece de sus hombres ilustres y de sus hijos ausentes. Entre sus figuras destacadas se encuentran Eleuterio Pérez, único presidente municipal de Jerez proveniente de esta comunidad en la época postrevolucionaria y, el hijo pródigo del rancho, Máximo Pérez Torres. Pérez Torres fué un campesino poeta autodidacta. Producto de la migración que caracteriza a esta región, Pérez Torres fue parte del incesante vaivén humano en la primera parte del siglo XX. Vivió en Los Angeles, donde le tocó en carne propria las repatraciones de la década de 1930. Escribió un poema titulado “Los Deportados”, que tiene una profunda resonancia con la época anti-migrante de hoy.  Pero su musa principal fue su tierra, inspirado siempre por el gran poeta jerezano Ramón López Velarde.

Capitan y Cronista David Barrios

En la actualidad, uno de los hombres destacados de la comunidad es el ex-militar David Pérez, quien salió a temprana edad del rancho y descubrió su “vocación” por una formación militar. El no pertenecer a una familia militar no le impidió incursionar en las fuerzas armadas. Pérez destacó en atletismo militar, paracaídismo, fuerza aerea y hasta sirvió en el ahora desaparecido estado mayor presidencial. Pero también le tocó ver de cerca el lado oscuro de la época autoritaria de México. Fué desplegado a campañas de contra-insurgencia en la década de 1970. Le tocó ver de lleno al México represivo. “La política corrompo todo”, me dice recordando esa época. Ahora, Pérez es cronista cívico y recorre su estado impartiendo charlas y ponencias sobre la historia local de su tierra, recibiendo reconocimientos y arrancando aplausos en cada una de sus presentaciones. En la actualidad es una de las figuras más destacadas de Jomulquillo, que significa según Pérez, “lugar donde se juntan dos ríos.”

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En Los Angeles, me epxplica Don Lorenzo Arellano—uno hijo ausente que participó por muchos años en el club migrante Jomulquillo, el cual realizó muchas obras públicas por la comunidad—que el partido de beisbol es una nueva tradición transnacional que comenzó hace un par de años. Antes de nuestro regreso a California, me invitó a caminar por el cerro donde se encuentra La Santa Cruz de Jomulquillo, “del lado donde se oculta el sol.” Cuando escalabamos el duro camino, repleto de nopaleras que marcan el panorama zacatecano, me decía que de niño fue vaquero y arriaba vacas por esa sierra. “Cada rancho debe tener su santa cruz” me dijo, santiguandose al llegar a la cima del cerro, “es la bendeción del rancho.” De ahí, se aprecia una vista de Jomulquillo y del valle de Jerez, donde por primera ves en mi vida presencié a jóvenes Hondureños pidiendo apoyo, parte de las incesantes migraciones forzadas que buscan un mejor porvenir. Y pensé en las palabras de Máximo Pérez Torres en su poemario titulado “El Dolor de La Montaña.” El dolor de la violencia. El dolor de la partida. El dolor de la separación. El dolor de la migración…

Adrián Félix es profesor de Estudios Etnicos en la Universidad de California en Riverside.  Es el autor del libro Specters of Belonging: The Political Life Cycle of Mexican Migrants.

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