Por portar un arma, batalla para lograr la residencia en EEUU, pero lo consigue

Recomiendan a inmigrantes abstenerse de poseer armas y lanzar disparos

Martín Godínez muestra contento su tarjeta de residencia junto a su esposa Lidia Quiroz. / foto: Aurelia Ventura.

Martín Godínez muestra contento su tarjeta de residencia junto a su esposa Lidia Quiroz. / foto: Aurelia Ventura. Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia/La Opinión

Por sentirse muy valiente y ponerse a lanzar disparos al aire, Martín Godínez le sufrió para obtener su estadía legal en los Estados Unidos, pero un perdón lo ayuda a convertirse en residente permanente del país al que emigró hace 36 años en busca de una vida mejor.

A Martín, un abogado de Las Vegas le cobró 8,000 dólares para limpiarle su récord y borrarle el error de poseer un arma. “Lo único que hizo, fue limpiarme mi cartera. Nunca hizo nada y me hizo perder dos años”, platica. 

La moraleja de la historia de Martin, dice el abogado en migración Alex Gálvez, es que si eres indocumentado nunca debes poseer ni portar armas ni ponerte a lanzar tiros al aire. 

El abogado en migración Alex Gálvez le entrega a Martin Godínez su tarjeta de residente permanente.Lidia Quiroz, esposa de Martín funge como testigo. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Sin bien, en países como México es una cuestión cultural disparar al aire en señal de celebración en épocas como Navidad o Año Nuevo, en Estados Unidos es completamente penado.

Un inmigrante indocumentado nunca debe hacerse de una arma ni portarla, y muchos irse al cerro a lanzar disparos. Los fines de semana largos, muchos inmigrantes indocumentados van a los cerros y al bajar, ahí están los oficiales de los bosques esperándolos para detenerlos”, enfatiza el abogado Gálvez.

“Lo máximo que pueden hacer, es ir a un centro de tiro donde te rentan un arma para disparar dentro, pero ahí te piden una identificación”, destaca.

Con su tarjeta de residencia en la mano, Martín no cabe de la felicidad, pero lanza una advertencia a los inmigrantes.

No se metan en camisa de once varas. Somos inmigrantes y venimos aquí a trabajar y a contribuir. No a hacer destrozos”, dice Martín, un inmigrante de Guanajuato, México. 

Martín se metió en líos con la justicia norteamericana cuando se le ocurrió comprar un arma para espantar a los coyotes que acosaban a las borregas que cuidaba en un rancho en Colorado. 

“Un día que me sentí muy valiente. Me puse a lanzar disparos al aire. Así que me llevaron a la cárcel, me acusaron de posesión de armas y me tuvieron detenido un día”, dice.

Martin Godínez logra el sueño de ser residente de los EE UU> (Aurelia Ventura/La Opinión)

Con el paso del tiempo se presentó la oportunidad de que él y su esposa Lidia Quiroz pudieran arreglar su estatus migratorio debido a que años atrás, un hermano había hecho una petición de residencia para ellos y su turno en la lista de espera ya les había llegado. Además su propio hijo Martin ya había cumplido los 21 años y solicitó también su residencia. 

“Yo pude obtener mi residencia sin ningún problema en 2016, pero a mi esposo le dio miedo por el antecedente del arma”, cuenta Lidia.

No fue sino hasta que se encontró con el abogado Gálvez de Los Ángeles, quien sin necesidad de limpiar sus antecedentes, consiguió la residencia. “Cuando es posesión de arma se ve feo en papel, pero hay una excepción a la ley cuando uno se hace residente, la posesión  de arma no es un delito grave. Eso sí tuvimos que pedir perdón, pero le ayudó a Martín que tiene muy buena conductora moral y muchas cosas a su favor, como su hijo ciudadano, su esposa residente, pago puntual de impuestos, un buen trabajo. La única manchita en su pasado, era la posesión de arma“, observa.

“No tomo ni fumo. Nunca lo he hecho. Jamás he pedido asistencia social al gobierno. Cuando vine a Estados Unidos, seguí el consejo de mi papá, trabajar y ser honrado. Mi único error fue comprarme un arma y ponerme a disparar al aire. Estoy muy arrepentido”, reconoce Martín. 

El jueves 19 de septiembre de 2019, Gálvez le entregó su tarjeta de residente permanente.

Martin Godinez recomienda a los inmigrantes indocumentados no portar armas porque eso puede retrasar su acceso a la residencia permanente en los EE UU. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Como si fuera ayer

Este inmigrante de Pénjamo, Guanajuato recuerda como si fuera ayer, el día que llegó a Los Ángeles cuando tenía 16 años.

“Entré a los Estados Unidos como todos. Pagué 250 dólares a un coyote para que me trajera hasta Los Ángeles y llegué aquí el 10 de marzo de 1983. Tenía un hermano en Fresno, unos primos en Los Ángeles y dos hermanos en Colorado”, recuerda.

Martín trabajó un tiempo en Fresno en el cultivo de la naranja. Más tarde sus hermanos que vivían en Colorado vinieron por él para llevarlo a Colorado.

“Me metieron a trabajar con un ranchero que tenía borregos”, recuerda. De inmediato, se puso a estudiar inglés. “Estaba convencido de que la única manera de salir adelante era si hablabla inglés”, dice.

Lamentablemente perdió la oportunidad de obtener la residencia durante la Amnistía de Reagan, aunque por algunos años tuvo acceso a un permiso de trabajo, lo que le permitió viajar varias veces a México a ver a sus padres.

Martín Godínez y su esposa Lidia Quiroz cuando se casaron en México. (Aurelia Ventura/La Opinión)

En uno de esos viajes, conoció a su hoy esposa Lidia. “Sus papás tenían un restaurancito en Pénjamo y eran muy amigos de los míos, pero yo no sabía”, dice.

Martín fue a comer al lugar y conoció a Lidia. Quedó prendado de su guapura y simpatía. “Le dije que si se quería venir conmigo a Estados Unidos. Me respondió que papelito, hablaba. Se refería a que no se vendría conmigo si no había matrimonio de por medio”, recuerda riendo.

Antes de regresar a Estados Unidos, le pidió su número de teléfono. Y así pasaron un año entre amorosas llamadas telefónicas hasta que el 14 de junio de de 1993, a menos de un año de haberse conocido, se casaron en su pueblo.

“Yo siempre quise casarme con una mexicana. Mi padre decía que “para las yeguas de Jaral, los jinetes de ahí mismo”, cuenta fascinado.

Martín sí tenía manera de regresar de manera legal a los Estados Unidos, pero su esposa Lidia no.

“En esa ocasión pagué 500 dólares para que cruzaran a mi esposa”, recuerda.

Martín Godínez con su único hijo que lleva su nombre. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Martín y Lidia tuvieron a Martín, su único hijo en los Estados Unidos. El muchacho tiene 25 años.
Con la tarjeta de residente de los Estados Unidos, este inmigrante mexicano de 55 años no podía estar más contento.

Es una gran felicidad. Gracias a mi esfuerzo, tengo mi casa propia, muy buen trabajo, mi familia, pero me sentía atado porque aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión cuando eres indocumentado”, dice Martín quien trabaja muy duro como supervisor en una compañía de construcción en Las Vegas.

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