Los desamparados y el coronavirus: cuando lavarse las manos es una misión imposible

A los miles de personas que viven en las calles les resulta una tarea casi imposible cumplir con lavarse las manos y quedarse en casa

La ordenanza contra los campamentos de desamparados en las banquetas, no resuelve el problema de la población sin hogar. (Archivo/La Opinión)

La ordenanza contra los campamentos de desamparados en las banquetas, no resuelve el problema de la población sin hogar. (Archivo/La Opinión) Crédito: Archivo/Ciro Cesar | La Opinión/Impremedia

SAN FRANCISCO – La consigna es clara y directa para todo el mundo: hay que lavarse las manos a conciencia para prevenir infectarse de coronavirus. ¿Sencillo, verdad? En absoluto. Para las personas sin techo, uno de los grupos más vulnerables a la pandemia, encontrar agua corriente y jabón puede ser una misión imposible.

Se calcula que más de medio millón de personas viven sin hogar en Estados Unidos, de las que aproximadamente 200,000 duermen en la calle y el resto lo hacen en refugios habilitados para pasar la noche, pero donde las condiciones sanitarias, en muchos casos, distan de ser óptimas.

La mayoría de las familias, hombres, mujeres y niños que no tienen un lugar seguro para vivir están en California, Nueva York, Florida, el estado de Washington y Massachusetts.

Los mismos baños y duchas donde a veces no hay jabón

“Todo el mundo tose y estornuda y vuelve toser y a estornudar, y mucha gente no se cubre la boca”, se queja  Smokey, un hombre blanco mayor, de trato calmado y muy simpático, que durante el día toma el sol sentado en su silla de ruedas frente al Ayuntamiento de San Francisco y de noche va a dormir a un refugio cercano.

Ese centro para indigentes es Next Door, situado entre las calles Geary y Polk, en pleno corazón del Tenderloin, el barrio más deprimido de la urbe californiana, y que está gestionado por la red de servicios del Episcopado.

En él duermen cada día en torno a 150 hombres y 150 mujeres en largas habitaciones equipadas con literas metálicas separadas por espacios tan estrechos como, indica Smokey con las manos, la anchura de su silla de ruedas.

“La gente está preocupada. Usamos todos los mismos baños, las mismas duchas… no siempre hay jabón y, aunque tenemos surtidores de gel desinfectante, no hay el suficiente para 150 hombres”, explica inquieto pero sin perder nunca la sonrisa que le acompaña junto a la barba canosa, la gorra oscura y unas grandes gafas que le cubren el resto de la cara.

Plan de choque para proteger a indigentes en San Francisco

Consciente de la extrema vulnerabilidad de este grupo poblacional, el Ayuntamiento de San Francisco -que al mismo tiempo se enfrenta a una crisis de pobreza extrema y drogadicción cada vez más aguda- anunció esta semana un plan de choque de cinco millones de dólares para proteger a los desamparados del coronavirus.

El dinero se destinará a mejorar la calidad y la frecuencia de la limpieza de refugios y espacios públicos usados como alojamiento para personas con pocos recursos, así como a incrementar las entregas de comidas a estas personas -especialmente los mayores- para evitar que tengan que salir a la calle.

Pero todas estas medidas no mitigarán el riesgo para gente desamparada que viven en las calles, como Jason, un afroamericano de mediana edad que vive en la calle y duerme en una tienda de campaña plantada en la acera junto a otras varias que conforman un “campamento” de indigentes.

“Durante el día uso los baños públicos que hay al final de la calle”, dice mientras señala con la mano una estructura de color verde con la palabra “toilet” en la parte superior, a la que se llega tras atravesar el campamento entero, donde duermen decenas de personas.

Un baño público para indigentes cerrado a las 8 de la noche

El problema es la noche, puesto que el baño público cierra a las 8 de la tarde y a partir de entonces si Jason quiere lavarse las manos, o hacer sus necesidades, no le queda más remedio que encontrar algún restaurante en el que le dejen usar el aseo.

“Me gustaría que pusiesen más baños públicos. Y que los dejasen abiertos durante la noche. Si no, ¿cómo quieren que me lave las manos para protegerme del virus?”, explica a Efe sin separar la vista de su bicicleta y ataviado con una sudadera naranja y chaqueta de aviador.

A unos metros escasos del campamento en que reside Jason, que ocupa casi la totalidad de la calle Myrtle en el Tenderloin, un funcionario municipal, equipado con mascarilla, guantes de látex, botas y un mono de trabajo blanco, desinfecta la acera con una manguera a presión.

Solo un poco más abajo, un cartel escrito a mano y pegado en una farola alerta sobre qué hacer para prevenir la infección por coronavirus.

¿Las cuatro primeras medidas? Cubrirse la cara al toser, lavarse las manos con agua y jabón, no tocarse la cara y quedarse en casa si se está enfermo.

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