Remesas más allá de las familias 2: ¿Por qué los migrantes envían dinero a desconocidos en México?

El Banco de México reportó en su última contabilidad del mes de junio que, pese al COVID-19, los emigrantes remitieron poco más de $19,000 millones de dólares en remesas entre enero y junio de 2020, parte de este dinero fue para actos filantrópicos

Genoveva Balbuena exhibe las bolsas que venderá en Facebook Live.

Genoveva Balbuena exhibe las bolsas que venderá en Facebook Live. Crédito: Genoveva Balbuena | Cortesía

MÉXICO – Con el ánimo mejorado después de tratar sus problemas de ansiedad, Genoveva  Balbuena, oaxaqueña de 37 años, tomó el teléfono y marcó a la estación de radio que escuchaba desde un año atrás. Su afición por ese programa no tenía una explicación más que el gusto por el contenido; por lo demás, no tenía ninguna experiencia migratoria en Estados Unidos, como sí la tenían la mayoría de los escuchas.

Timbró dos veces y, contrario a otras ocasiones en que nadie contestaba, esta vez escuchó la voz de Luis García, e el locutor… ¡al aire! Ella estaba en vivo y no se lo esperaba, sintió miedo. Agradeció las lecciones que le dio un sicólogo invitado a la estación porque así venció los ataques de pánico.

Una vez que dominó los nervios y empezó a hablar no hubo quién la detuviera. Fue como una catarsis. Habló tanto de su convulsa vida que, después de una hora, el raiting de Radio Mojarra seguía a la alza.  No cualquiera se atreve a hablar de los abusos, incluyendo sexuales, en su niñez.

Del lado del auditorio estaba Guadalupe Acosta, en Chicago. Tomaba notas mentales sobre lo que tendría que hacer para ayudar a esa mujer quien, en su tormentoso relato había pasado de contar su infancia y su fallido matrimonio que remató con el abandono de la pensión de su exmarido en plena pandemia.

Guadalupe Acosta
Guadalupe Acosta

“Cuando estás de este lado, ves con mucho dolor la necesidad de la gente”, dice Gudalupe Acosta, oriunda de la Ciudad de México y gerente de limpieza y alimentos en un hotel de Illinois. “Y lo más sorprendente es que casi nadie pide a pesar de todos los problemas que tengan”.

Genoveva Balbuena no llamó para pedir ayuda, sino como un desahogo y sin saber que pronto se convertiría en una receptora de remesas muy especial: blanco de la ayuda filantrópica desde Estados Unidos a México que explica parte del incremento de los envíos de dinero en medio de la pandemia.

El Banco de México reportó en su última contabilidad del mes de junio que, pese al COVID-19, los emigrantes remitieron poco más de $19,000 millones de dólares en remesas entre enero y junio de 2020, lo que representó un aumento de 10.55% respecto al mismo periodo de 2019  para posicionarse como el segundo grupo de divisas sólo por detrás de los automóviles.

Los migrantes lo explican de manera más sencilla y así coinciden: en tiempos de crisis la solidaridad es un deber y una disciplina. Guadalupe Acosta siempre ha destinado el 10% de sus ganancias a las donaciones, ¿por qué no iba a hacerlo ahora con Genoveva Balbuena si, en algunos detalles le recordaba a su madre por su capacidad de trabajo, de levantarse temprano para comprar cosas en la Central de Abasto y luego revender?

Aunque, pensándolo bien, la historia de Genoveva Balbuena esta teñida de más sin sabores, según contó.

Fobias y miedos

¿Cómo olvidarlo? Llevaba una faldita morada y vivía en Mariscala. Fue mucho antes de mudarse a Huajuapan de León, ahí mismo, en el estado de Oaxaca. Debió de tener unos cinco años cuando la atacó sexualmente su primo; luego su abuelo paterno y un adolescente que no debía de tener más de 15.

Su vulnerabilidad tenía una explicación bastante simple: el trabajo infantil. Los padres la enviaban sola al campo, a pastorear los chivos y así quedaba a merced del machismo rampante, de los pedófilos, violadores, ociosos, borrachos o de quien quisiera. Nunca dijo nada. Tuvo miedo.

“Mi mamá tenía un carácter muy fuerte”, recuerda en entrevista con este diario. “Un día encerró a mi hermano en un cuarto ahumado con chile para castigarlo por algo”.

A los 19 años se casó y tuvo dos hijos. No es que ella estuviera enamorada ni muchos menos, sino para complacer a su abuelo materno que había sido el más decente de todos los hombres en su historia. El esposo resultó ser buena persona y a ella le hubiera gustado tener otra historia para mirarlo con otros ojos, más libidinosos, menos tristes. Pero no.

Cada día tenía más miedo a salir a la calle y no se explicaba por qué hasta después de ocho sesiones con el psicólogo entendió que sus problemas de infancia habían derivado en el pánico, en relacionar la muerte con salir de casa. El reto a mitad de la terapia fue ir a hacer compras a Aurrerá.

Camino al supermercado se encontró con un señor que había sido su cliente cuando ella vendía frutas picadas negocio por negocio. Él le preguntó si estaba bien. Ella dijo que sí, pero en su interior quería echarse a llorar y pedirle que la acompañara hasta la tienda  porque no podía ir sola.

De eso hacía cinco años y todo contó Guadalupe en la radio. Pasado y presente. Porque una vez que superó sus miedos se separó del esposo y la vida siguió, él se desatendió de los niños y ella volvió a hacer comercio, a vender alfarería, platos, vasos cazuelas de barro hasta que, por el COVID-19, las autoridades le impidieron vender en los tianguis de Huajuapan.

—No tengo ni para comer —dijo al locutor.

Y Guadalupe Acosta escuchó y organizó una colecta con su propio dinero, con el apoyo de otros radioescuchas que se sumaron: Eduardo Aguilar, Marco Sánchez, JuanMa Mendoza, Medardo Rendón, Luz Adame, Carlos Montiel, J José Gutiérrez, Malena Fuentes, José Tornero, Irene Osorio y Gerardo Arcos. A cada uno los recuerda Genoveva Balbuena porque en agradecimiento a esos $480 dólares recopilados, ella les bordó una servilleta.

Ella usó un poco del dinero para comer y el resto lo ahorró. Esperó al semáforo verde para reanudar sus actividades, pero como éste no llegaba se movió de nuevo a la CDMX y compró ropa usada y bolsas. Ahora las vende en Facebook live y…  ¡con mejor suerte!

Acciones urgentes 

De las historias narradas a la radio surgen muchos actos filantrópicos, según reconoce Luis García. De otras empresas de hispanos, también se ha hecho costumbre enviar dinero a México como filantropía aunque después esas donaciones no puedan deducirse en EEUU porque tendrían que canalizarse a apoyos en el mismo país.   

“Nosotros sabemos que lo que enviamos no deduce impuestos, pero queremos seguir donando a las personas más necesitadas en México”, resume el guerrerense Abath Ramírez, asesor del despacho de abogados en Atlanta Ramírez y Asociados. “El total del 10% que la empresa canaliza a la beneficencia va para allá”

Abath Ramírez (izq) con uno de los abogados de Ramírez y Asociado
Abath Ramírez (izq) con uno de los abogados de Ramírez y Asociado

Cada primero del mes, un grupo de personas seleccionadas cuidadosamente reciben un depósito de Ramírez Asociados. Gente como Minerva, quien perdió las manos cuando era niña y ahora vende chicles en los semáforos de la capital mexicana. O como Jessica Monserrat quien, mientras  cuida a sus niños como mamá soltera, ayuda a recolectar comida para perros callejeros.

O como Arcángel, un joven que quiere ser reportero en Cuernavaca. Hace poco, se graduó otro de sus protegidos como abogado y muchos muchachos se mantienen alejados de las drogas por el apoyo que reciben para mantenerse calzados con tacos y uniformes en equipos de futbol soccer.

Abath Ramírez, el más pequeño  de seis hermanos y uno de los que emigraron a EE.UU. cuando tenía 17 años cuenta, al igual que Guadalupe Acosta, que ayudan a desconocidos  porque en su momento hicieron lo mismo por ellos. Los que vinimos a EE.UU. sufrimos de alguna manera  aquí y alla, concluyen.

“Y aquí estamos”.

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