Qué es el “efecto cobra” (y cómo demuestra que a veces es peor el remedio que la enfermedad)

Ni las mejores intenciones aún acompañadas por ideas aparentemente buenas aseguran un final feliz y, en muchos casos, aquello de que "la intención es lo que cuenta" no es suficiente

¡Aterradoras!

¡Aterradoras! Crédito: Getty Images

La historia nos ha demostrado que a menudo ni las mejores intenciones acompañadas de ideas aparentemente buenas aseguran un final feliz y que, en muchos casos, aquello de que “la intención es lo que cuenta” no es suficiente.

Piensa, por ejemplo, en una de las medidas que varias ciudades del mundo han tomado a lo largo de los años para lidiar con el problema de la contaminación ambiental.

El caso de Ciudad de México quizás te sea familiar.

A finales de la década de 1980, los gobernantes de la metrópoli, cuya calidad de aire era tan preocupante que se llegó a describir como “la antesala de un Hiroshima ecológico”, decretaron que cada día de invierno -cuando la polución es peor- el 20% de los autos no podría circular.

Lo que determinaba qué vehículos quedaban inmovilizados eran los últimos dígitos de las placas.

El programa conocido como “Hoy no circula” entró en vigor el 20 de noviembre de 1989 con dos propósitos claros:

  • Reducir los niveles alarmantes de contaminación
  • Reducir el tránsito vehicular

¿Y entonces?

La capital mexicana cuenta con el Sistema de Monitoreo Atmosférico de la Ciudad de México que reporta la calidad del aire según un índice llamado IMECA (las siglas de índice metropolitano de la calidad del aire).

El IMECA emplea 5 categorías que alcanzan la de “extremadamente mala” cuando se superan los 200 puntos.

Pues en 8 días de 1991 y 11 días de 1992, con el programa “Hoy no circula” ya en vigor, se reportaron los niveles de contaminación más críticos históricamente registrados con valores de 300 puntos.

México con smog

Getty Images
México sigue batallando contra la polución

Y es que resulta que las necesidades de la gente no cambian por órdenes del gobierno.

Por más que la población quisiera un aire más limpio, también necesitaba llegar al trabajo, ir al colegio y demás.

Así que la reacción al “Hoy no circula” no fue la que los legisladores anticiparon: aunque algunos sí compartieron autos o viajaron en transporte público, como se esperaba, otros tomaron taxis, que eran más contaminantes que los carros promedio.

No sólo eso: hubo un grupo que compró otro auto y, en muchos casos, ese segundo vehículo era de peor calidad y por ende arrojaba contaminación al aire de la ciudad a un ritmo mucho más alto.

Era todo lo contrario a los dos propósitos de “Hoy no circula”.

Por supuesto que ese no fue el fin de la historia: el programa fue modificado y sigue en pie hoy en día.

Pero esa primera fase no sólo es un ejemplo de esas consecuencias no deseadas tan comunes en la vida (y la economía), sino también de un tipo específico de ellas: las que ocurren cuando la solución propuesta termina empeorando el problema que se pretendía resolver.

No es simplemente un resultado negativo sorpresa, sino que es lo contrario de lo que se pretendía.

El fenómeno a veces se bautiza con el término de “incentivos perversos” pero los economistas tienen otro nombre para ese tipo de consecuencia no deseada aún más rotundo: el efecto cobra.

Historia con moraleja

El término fue acuñado por el economista alemán Horst Siebert en su libro de 2001 del mismo nombre, inspirado por un episodio ocurrido en India cuando todavía era “la joya en la corona del Imperio británico”.

encantador de serpientes

Getty Images
… al fin y al cabo, es la tierra de los encantadores de serpientes.

Su capital, Nueva Delhi, sufrió una infestación de cobras, un problema que claramente necesitaba una pronta solución dado que, entre otras cosas, podía ser mortal.

Al gobierno colonial se le ocurrió una solución: ofrecer una generosa recompensa por cada cobra muerta que la gente entregara.

¡Brillante!

La oferta provocó una cacería que efectivamente redujo el número de esas serpientes venenosas.

Solo que, después de un tiempo, hubo algo que empezó a extrañarle a las autoridades. Ya no se veían cobras deslizándose por la ciudad y, sin embargo, seguían pagando tantas o hasta más recompensas.

Lo que había ocurrido es que cuando se volvió más difícil encontrar serpientes en la ciudad, la gente se volvió más emprendedora.

Comenzaron a criarlas en sus hogares, para poderlas matar y seguir recibiendo el dinero que el gobierno ofrecía.

Cuando las autoridades se enteraron de lo que estaba pasando, suspendieron los incentivos.

Como las serpientes ya no tenían ningún valor, los criadores las soltaron y Delhi se vio una vez más invadida por las peligrosas serpientes… sólo que en números más altos.

¿No parece una de esas historias que se cuentan para enseñar una lección?

La moraleja: el pensamiento lineal es limitado y nunca debes subestimar la complejidad de un sistema o el ingenio humano.


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