Festejo de una herencia familiar
WASHINGTON, D.C.- Horarios incómodos, ritmo frenético, noches sin dormir. ¿Por qué periodismo? Es una pregunta que me hacen a menudo sobre la carrera que elegí.
Antes de contestar, pienso en periodistas como Rubén Salazar, de Los Angeles Times. Fue un pionero, un buscador de la verdad, y el primer mexicano-estadounidense en cubrir noticias de latinos en los principales medios. Lo mató en 1970 un asistente del Sheriff del Condado Los Ángeles mientras cubría una marcha contra la guerra de Vietnam.
El pasado mes de julio, el Consejo Nacional de La Raza (NCLR) otorgó a mi abuelo, Ignacio E. Lozano, Jr., el premio Rubén Salazar por dedicar su vida profesional a ofrecer una visión positiva de los latinos en los medios.
Fue editor del diario La Opinión en Los Ángeles durante 33 años. El diario fue fundado por mi bisabuelo, que huyó de México en 1908 para escapar de la agitación política de la revolución.
Primero fundó un pequeño diario, llamado La Prensa, en 1913, fuera de San Antonio. En la década de 1920, el gran flujo de inmigrantes hacia el norte creó una demanda de noticias desde el sur. La respuesta fue la fundación de La Opinión el 16 de septiembre de 1926, el Día de la Independencia de México.
Mi abuelo hizo que La Opinión llegara a ser el mayor diario en español del país y uno de los pocos medios que cubre noticias de latinos desde dentro.
Hoy La Opinión celebra su 85º aniversario. El diario ha dedicado estas ocho décadas a dar voz a una comunidad que no tenía voz.
“Si se cuenta la historia con exactitud y de una manera efectiva, la gente puede entenderla. Se plantean argumentos válidos”, dijo Félix Gutiérrez, amigo de la familia y profesor de periodismo en la Universidad del Sur de California. “Eso es lo que defendió Rubén Salazar y eso es lo que la familia Lozano ha defendido durante todos estos años”.
Cuando mi abuelo ocupó el cargo de editor en 1953, era considerado un caso raro. Como dijo alguien cuando lo presentaron en la conferencia de NCLR, era “el único latino que tenía el poder de interactuar con los poderes que había en Los Ángeles”.
Eso ocurrió en una época en que los mexicano-estadounidenses eran considerados ciudadanos de segunda clase.
Mi abuelo recuerda conducir por la zona Suroeste con mi abuela, Alicia, y detenerse en un restaurante para cenar. No les permitieron entrar; los mexicanos no podían cenar con los estadounidenses.
A pesar del clima social tenso, mi abuelo era inquebrantable.
Mi tía y actual directora de La Opinión, Mónica, recuerda un incidente en la década de 1970 cuando el Servicio de Inmigración y Naturalización llevaba a cabo redadas en el Este de Los Ángeles y el diario envió a un fotógrafo para cubrir la historia. Los agentes de inmigración le confiscaron la cámara, destruyeron la película, y cuando vieron para quién trabajaba, exigieron ver sus documentos. El fotógrafo regresó a la sala de redacción conmocionado y sin saber qué hacer.
A mi abuelo se le ocurrió una respuesta sencilla: Demandar al Servicio de Inmigración y Naturalización por restringir a la prensa.
“Eso nunca pasaba, que alguien en los medios en español se pusiera de pie y dijera, ‘No vamos a dejar que nos lleven por delante mientra intentamos hacer algo que es nuestro derecho constitucional’”, dice.
“Ese era mi padre, con ese profundo sentimiento de que este país está basado en principios y que debe honrar esos principios”.
Mi abuelo dice que su fuente de inspiración es su padre, Ignacio. Se hizo cargo del diario a los 26 años, después de graduarse de la Universidad de Notre Dame, y tomó como guía al fundador.
“Mi padre fue mi ejemplo de un hombre justo, trabajador y apasionado en su vocación”, dijo.
La pasión debe ser genética.
No solo la heredó él, sino también el resto de los Lozanos. Mi tía Leticia ocupó el cargo de co-editora desde 1976 hasta 1984 con mi padre, José, que fue director desde 1986 a 2004. Mi tío Francisco fue el gerente nacional de ventas durante muchos años.
Pero fue mi abuelo quien desarrolló el diario que la gente reconoce hoy. No se trata solo de un “diario mexicano publicado en Los Ángeles, sino un diario estadounidense que se publica en español”, le gusta decir.
Durante su discurso de aceptación en la conferencia de NCLR, mi abuelo habló de que había sido contemporáneo de Rubén Salazar. Los dos formaban parte de un grupo muy pequeño de latinos con influencia que “podían contarse con los dedos de una mano”.
“Necesitábamos su opinión en ese momento y necesitamos esas voces ahora”, dijo el martes de noche.
Pienso en eso, también, cuando la gente me pregunta por qué no me importa trabajar los días feriados o antes de que salga el sol. Es porque soy periodista.