En la universidad del surf
SDSU crea el primen instituto dedicado a la creciente y multimillonaria industria que rodea al deporte
SAN DIEGO.- La ciudad de California que inspiró Fast Times at Ridgemont High, la comedia de 1982 que contribuyó a difundir la imagen del surfista informal, ahora es sede del primer Centro de Investigación del Surf. Y no se trata de una triquiñuela para que los estudiantes universitarios obtengan sus títulos mientras disfrutan de la playa.
Jess Ponting ya oyó todas esas bromas. Como profesor de turismo sostenible, Ponting fundó recientemente el primer instituto de este tipo en la Universidad Estatal de San Diego (SDSU, en inglés), con el objetivo de desarrollar una base de datos y difundir la conciencia sobre la evolución que tuvo el fenómeno del surf, que comenzó siendo una contracultura playera y luego se transformó en una industria mundial multimillonaria, la que tiene tanto un impacto negativo como positivo. A Ponting le sorprendió que hubiese tan pocos estudios de investigación y análisis crítico sobre la industria del surf.
“Queremos cuantificar con precisión lo que tenemos entre manos”, señaló Ponting, que en el sitio de Internet de la universidad luce un traje informal con corbata mientras sujeta una tabla de surf. “Creo que es algo mucho más grande de lo que la gente piensa, pero hasta ahora nadie se lo ha tomado con suficiente seriedad como para examinarlo”.
Hace varias décadas, los surfistas de pelo largo que buscaban picos oceánicos alejados de las concurridas playas de Australia y California, se toparon con pueblos remotos de Indonesia a América Latina y así comenzaron un fenómeno global. Hoy día, una gran cantidad de surfistas recorre el mundo en búsqueda del lugar perfecto para el surf, donde se considera uno de los principales generadores de ingresos en países como Papúa Nueva Guinea a Liberia, señaló Ponting. Incluso China creó un Ministerio de Deportes Extremos para ser parte de este gran negocio en auge.
Sin embargo, todavía no hay datos concretos sobre cuál es la cantidad de adeptos al surf ni cuánto dinero generan. Académicos como Ponting señalan que la fiebre del surf se ha propagado en más de 100 países, mientras que se calcula que la industria del surf genera solamente en EEUU unos 7 mil millones de dólares anuales, conforme a la Asociación de Fabricantes de la Industria del Surf.
Chad Nelsen, que está trabajando en su disertación en la economía del surf como parte de su estudio doctoral en ciencias ambientales en la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA, en inglés), dijo que la otra y única universidad que pudo localizar donde se ofrecía un programa forma sobre el surf es Plymouth University en Gran Bretaña, que ofrece un título y Ciencia y Tecnología del Surf. Ese programa hace énfasis en capacitar a los estudiantes en diseño, producción y marketing de productos del surf y turismo asociado al surf.
El centro de investigación de SDSU tiene programadas varias reuniones para reunir a surfistas, organizaciones ambientales, empresas del turismo y la pequeña pero creciente ola de académicos que estudian la economía del surf. Ponting está organizando viajes que llevarán a los estudiantes a lugares donde el turismo generado por los surfistas está marcando una diferencia a la hora de aliviar la pobreza y proteger el medio ambiente.
Una de las esperanzas de Ponting es que al conectar las diferentes facetas de la industria del surf, esto ayudará a los gobiernos en países en vías de desarrollo a comprender a los surfistas y a crear planes para manejar adecuadamente a las multitudes.
A la fecha, pocas personas cuestionan el impacto de los surfistas, señaló Ponting, y existen algunos planes exhaustivos sobre cómo manejar adecuadamente el turismo del surf.
Ponting, un surfista de toda la vida originario de Australia, ha viajado por el mundo corriendo olas y ha visto cómo las multitudes de buscadores de olas han cambiado algunas partes remotas del mundo, tanto para bien como para mal.
Sin planificación, muchas comunidades pobres y remotas que fueron descubiertas por los surfistas en la década de 1960 quedaron atrapadas en lo que Ponting llama “la carrera hacia el fondo”, en la que los residentes locales ampliaron sus casas y ofrecían alojamiento económico, pero tenían poca infraestructura para manejar la creciente cantidad de aguas residuales y basura, que se filtró a los entornos marinos prístinos.
Como resultado, surgieron “los tugurios del surf” en el paraíso. Ponting señala que algunos poblados musulmanes tradicionales en Indonesia debieron lidiar con los problemas de las grandes ciudades traídos por los visitantes, como el uso de drogas ilegales y la prostitución.
Por otro lado, hay lugares como Papúa Nueva Guinea, un modelo que cuenta con un plan nacional para la gestión del surf, que limita la cantidad de surfistas en los lugares más famosos y les cobra un impuesto para ayudar a pagar por el tratamiento de las aguas servidas, de los sistemas de agua y las escuelas. Papúa Nueva Guinea también les exige a los surfistas pagarle a un guía local del surf, como forma de generar empleos para sus habitantes, en vez de limitarse a ser los anfitriones de las empresas de viaje extranjeras.
Los surfistas son muy particulares ya que, a diferencia de otros tipos de turistas, con frecuencia buscan las olas sin importar lo lejos o lo difícil que pueda ser llegar hasta allí, señala Ponting. Viajan a países en medio de guerras o después de un desastre natural, lo que los convierte en un mercado resiliente para los países empobrecidos que luchan por persuadir a los turistas tradicionales para que vuelvan a visitarlos.
Eso los convierte en un mercado clave para lugares como Liberia, que se ha esforzado mucho por cambiar su imagen como lugar de disturbios civiles, pero que está surgiendo rápidamente como la próxima frontera sin explorar en el mundo del surf. Ponting está trabajando para financiar un proyecto en colaboración con una organización sin fines de lucro con el objetivo de orientar al departamento de turismo del país a fin de que los habitantes locales sean los que disfruten de los beneficios en vez de los extranjeros, que pueden entender mejor del mercado.
El centro de investigación está trabajando para crear un programa que certifique a hoteles de surf. Esta certificación garantizaría que las operaciones del establecimiento no contaminan el medio ambiente y que se invierte dinero como forma de retribución en las comunidades locales donde se ubican dichos hoteles. Hay una creciente ola de obras filantrópicas entre los surfistas que desean ayudar a los lugares que visitan.
Nelsen , que trabaja como director ambiental de Surfrider Foundation, afirma que el centro de investigación del surf le dará un impulso muy necesario a organizaciones como la suya, que trabajan para crear una industria más sostenible. Afirma que también les dará más credibilidad a los académicos que fueron desestimados debido al “prejuicio Spicoli”, refiriéndose a Jeff Spicoli, el patético personaje que con frecuencia aparecía bajo la influencia de drogas de Fast Times at Ridgemont High.
“Si tenemos información con respaldo académico, será más valorada y aceptada, pero lamentablemente, hay muy pocos datos de este tipo sobre el surf”, señaló Nelsen. “No queremos que se desestimen a los surfistas cuando tomen la palabra para participar en los consejos municipales de sus comunidades. Esto les ofrecerá herramientas para que los surfistas puedan justificar su interés por proteger áreas de surf”.
Corrine Roybal, de 21 años, estudiante de turismo y hotelería de SDSU, afirma que tenía esos estereotipos antes de tomar la clase de Ponting.
“Era una industria de la que realmente no estaba al tanto de su existencia”, dijo Roybal, después de escuchar recientemente una clase de Ponting sobre cómo los barcos que transportan a los surfistas a las olas están destruyendo los arrecifes con las anclas. “Tenía el estereotipo del surfista que está allí solo para hacer surf. “Esto sin dudas me abrió los ojos”.