Derecho a no tener plata

Una de las siete plagas de Egipto modernas sigue siendo la avalancha de correos basura con los que nos abruman a diario, proponiéndonos fórmulas para ser más exitosos, bellos, ricos, inteligentes, inmortales. Sigo respondiendo a algunos de esos correos:

“Pon fin a tus ataques de ira, mira esto, puede ser la solución”.

Respuesta: Lo que más piedra me da es que traten de aligerarme de este sentimiento que nos diferencia de los elefantes y de las tractomulas. Ni gratis tomaría cursos para hacer desaparecer de mi prontuario vital esas tres liberadoras letras. La ira bien administrada nos ahorra siquiatra y reduce el estrés. No insistan si no quieren que me les em…bejuque.

Una compañía ofrece 230 mil correos electrónicos.Respuesta: Regalado ese servicio es caro. ¿Qué haría este pecho con 230 mil correos electrónicos a cuyos titulares nunca les veré la cara? ¿Y si por dentro de sus prominentes dueños asustan? Los amigos que uno tiene en vida caben en los dedos de una mano, dijo una vez doña Carmen Balcells, la dueña de los Nobel. Yo, eterno novel, diría algo parecido de los correos desconocidos y me sobran dedos para ponerle la mano al bus.

“Aumente sus ingresos”, garantiza otro correo y promete revelar la receta.

Respuesta: Defiendo el derecho a no tener plata. Maluco también es bueno. Con san Agustín, un Bill Gates africano al revés, pienso que la fortuna no radica en tener mucho sino en necesitar poco. En uso del bienamado derecho a la contradicción, suelo coquetearle al baloto. Lo hago solo para experimentar eventualmente cómo es eso de ser rico. En la misma línea, me gustaría escribir un libro que me haga millonario. Le tengo el título: Primero la felicidad, la plata mañana. Veo a ese libro vendiéndose piratiado en el semáforo como los que escriben Jaime Lopera, señora y familia.

Promocionan taller para convertirme en “coaching para trabajar con clientes de diferentes culturas”.

Respuesta: Soy de la cultura de Montebello, un bello, faldudo y frío pueblo antioqueño de cuatro mil habitantes, sin contar los que nacieron anoche. Aunque dudo de que haya mucho paisano nuevo porque el frío alborota la disfunción eréctil. Si tienen algo distinto qué ofrecer, soy todo oídos. (A propósito, en mi pueblo no sabemos qué es un “coaching” ni con qué se come. Menos si es “coaching transaccional” que también los hay sueltos, aunque usted no lo crea).

Promocionan rayos láser para que el pelo vuelve a crecer.

Respuesta: A mi nadie me va a bajar de las cuatro mechas que me hacen monótona compañía. Procuro sacarles todo el partido del mundo. Además, dicen que los calvos -espero que también los cuasi calvos- tenemos más éxito en el catre con las féminas. Si ven a una de éstas voluntarias le pueden dar mi correo. De pronto se anima a que le haga sentir el erótico cosquilleo de los pelos que aún me acompañan con fidelidad del centenario perrito de la Víctor.

Me llueven propuestas a ejercer el oficio de voceador de periódico.

Respuesta: Me encanta ese destino. Fue tal vez el primero que desempeñé de piernipeludo. Allí se definió mi destino de aplastateclas. Procedo a llenar el formulario.

Con descuento descomunal me ofrecen set de cocina.

Respuesta: No sé cocinar, me importa un rábano el brócoli, confundo el raviolis con un policía acostado. Mi reino no es el de la olla atómica, no le rindo pleitesía a una langosta por más termidor que sea, no me desvela el oriental sushi, defiendo a rajatabla mi ignorancia en asuntos culinarios. No quiero el tal set ni para regalárselo al peor amigo ni al mejor enemigo.

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