Figurones del año

Como por estos días en los que diciembre deshoja las últimas margaritas de días, todo el mundo va escogiendo su personaje del año, es hora de darle ese estatus a la benemérita institución de la casa por cárcel. Se trata de una insólita concesión que el “homo ciberneticus” le hace a sus peores individuos.

Los inspiradores de la norma sobre el arresto domiciliario consideraron en su exótica sabiduría que no estaba bien tratar mal a sus mejores delincuentes. (Sólo faltó redactar un inciso en el que se les pida perdón por haberlos pillado con las manos en la masa).

No les dio pena a los legisladores que redactaron el texto faltarle al respeto a la casa que no fue inventada para albergar malevos.

Parientes cercanos del arresto domiciliario son las cárceles de alta comodidad o guarniciones militares regadas a lo largo de la aldea global. (Casos habrá en que los beneficiarios de estos arrestos se los merecen. Con ellos no es esta inocente indignación).

Por poco nos da pena con los infractores del gajo de arriba meterlos en la guandoca, uno de los alias de la prisión. No está bien -pensaríamos- que a quienes se forraron los bolsillos de plata mal habida, se les ponga a socializar con sus pares delincuentes comunes que los podrían maltratar, atracar o incomodar con sus malos olores.

¿Será que habrá que pedir perdón por abochornar a estos presos, seguramente de buena familia, que hablan inglés sin acento, tienen la pared ametrallada de diplomas de las mejores universidades y les hacen vale en restaurantes exquisitos donde los meseros les dicen: Don por aquí, don por allá, perratiando el sacrostando “don” que en el paso estuvo reservado a la gente de bien?

Los beneficiarios de esta clase de arrestos generalmente han brillado en cargos en el sector público y privado, pero decidieron aprovechar su cuarto de hora para forrarse en oro. Nada de contentarse con un salario decente que les permita comer, vivir y dormir sin sobresaltos. Y sin hacer enrojecer a la familia con sus fechorías.

En muchos casos, las familias se hacen los de la vista gorda para lucrarse del ilícito dentro del pragmático criterio de “consiga plata, mijo, como sea, pero consiga plata”. No hay duda: “Poderoso señor es don dinero”, diría el terrible Quevedo y Villegas.

En muchos casos, los que se merecen la cárcel han cometido tan discreta y astutamente sus fechorías que gozan de plena libertad. Y si la pierden, sueñan con el día en que, purgada la pena, disfrutarán de sus millones.

Los hay que prefirieron exponerse al azar de que quien toca a su puerta en la madrugada, sea la policía, no un borrachito que extravió el rumbo.

Muchos se enriquecieron primero y se “honradecieron” después, como en la metáfora de un viejo pensador que tan bien los retrata. Pero algo les falló y les cayó encima la ley.

Otra caterva de infractores de códigos lleva en los pies incómodos grilletes que van reportando dónde andan esas manos duchas en meterse en bolsillos ajenos. ¡Qué pena (¿¡) con ellos!

No pocos robaron lo suficiente para pagarse abogados expertos en toda clase de triquiñuelas jurídicas. Ya encontrarán la rendija legal por la cual sacarán a sus prominentes defendidos.

Para reducir el carcelazo, muchos escribirán libros inútiles sobre como cortarse las uñas, pasar una calle o vaciar el inodoro con arte. Si estas instituciones hechas para hacerle esguinces la ley no ameritan ser declaradas personajes del año algún día, apagá y vámonos.

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