Nace clan boxístico

Jonathan, David y Ángel Navarro tienen pinta de campeones

A Ángel Salvador (izq.), David (centro) y Jonathan Navarro les corre el boxeo por la sangre.

A Ángel Salvador (izq.), David (centro) y Jonathan Navarro les corre el boxeo por la sangre. Crédito: Foto: Aurelia Ventura / La Opinión

El ambiente en el gimnasio de Maywood Boxing Club no parece tener nada de particular. Es un día cualquiera, a mitad de tarde, y hay tres boxeadores que ultiman detalles para su práctica regular.

Hay un entrenador diligente que da trámite al ejercicio con autoridad, y varios asistentes apoyan las labores del lugar.

Los niños juegan, y dos o tres mirones observan a distancia, como en cualquier gimnasio.

Nada fuera de lo corriente.

Ahora Jonathan ataca rudamente el saco y Ángel, con esmero, ejercita sus muñecas en la pera loca. David mueve la cintura ante el saco que baila en frente suyo, lo esquiva y aterriza feroces combinaciones.

Jonathan tiene 15 años de edad; Ángel Salvador 14, y David apenas 12.

Son hermanos, y a pesar de su temprana edad se toman tan en serio el boxeo que Salvador, su papá, y Silvia, su mamá, se tienen que dedicar a darle vuelo a los sueños de sus hijos, quienes quieren abrirse campo en la vida a las trompadas.

Con 15 años y nueve de trajinar en los gimnasios, Jonathan ya tiene estampa de atleta. Tórax amplio. Brazos y piernas poderosos para moverse en el ring.

“Veía a mi tío José [Navarro, peleador profesional en las 115 libras] y me gustó… Luego mi padre nos ha apoyado siempre”, dice con mucha madurez un adolescente que ya tiene metas precisas.

“Quiero ser boxeador olímpico… quiero ganar una medalla”, agrega, mientras la voz del padre cuenta la historia.

“Desde los seis años los inicié en el boxeo. A ellos les gusta.

Tenemos parientes en el boxeo y por eso hemos estado en esto. Es un manera de mantenerlos ocupados en cosas positivas”, dice Salvador Navarro, su padre y mentor boxístico.

Su madre Silvia, como todas las mamás de los que le entran a la vida a los golpes, es más cautelosa en su juicio.

“Me gusta mucho lo que hacen mis tres hijos. Pero en ocasiones me asusta un poco por los golpes que reciben cuando ya están más grandes, pero lo entiendo y estoy muy orgullosa de mis niños”, confiesa orgullosa.

Años de camino en los tinglados para poner las bases de lo que puede llegar a ser una carrera profesional en un deporte que para los californianos y los mexicanos, como Silvia y Salvador, que llegaron de Michoacán hace 16 años, supone una motivación superior y un orgullo.

A un púgil de 12 años cuesta preguntarle algo, pero ya David está con la guardia arriba y … ¿Por qué te gusta boxear?

“Por mis hermanos. Yo los veía a ellos boxeando y también me gusta boxear”.

Cuenta que juega con los niños de su edad y comparten actividades propias de su edad.

¿Qué dicen otros niños porque tú entrenas y boxeas?

“Nada, dicen que porqué corro tanto y soy tan fuerte, y yo les digo que es porque soy un boxeador”.

Años de sacrificio. Algo que ratifica con múltiples razones Salvador Zavala, el entrenador de los niños Navarro.

“Son dedicados y muy responsables”, dice admirado. “Todos los días, entre las 6:00 de la tarde y las 8:00 de la noche, están aquí en el gimnasio para cumplir con su rutina”.

Habrá algún cuidado en la preparación de estos niños ¿Cómo cuidan su esfuerzo físico para no excederse?

“El trabajo es casi el mismo de un profesional. Disciplina y dedicación. Ya por su edad se cuidan las cargas de trabajo”, dice Zavala.

Con las vitrinas llenas de trofeos y portadores orgullosos de varios fajines de campeonatos logrados en el ámbito local, regional y nacional, los hermanos Navarro cumplen su ritual.

Termina el guanteo y la práctica del día. Entonces Salvador Navarro empieza a retirar las vendas de las manos de su hijo Ángel.

¿Cómo hace para que el boxeo, con este nivel de dedicación, no estropee la educación de sus hijos?

“Afortunadamente no tenemos ningún problema con eso, los tres niños son muy buenos en la escuela y traen notas altas siempre. Son muy responsables”, señala.

Cuenta Salvador que cumplen una rutina en la que en la mañana y parte de la tarde están en la escuela, a su regreso descansan y, después de las 5:00, se van al gimnasio. Ya cerca de las 8:00 vuelven a casa para dedicarse a las tareas y obligaciones propias de su edad escolar.

Ángel, de 14 años, reconoce que su motivación tiene que ver con su hermano mayor y, como él, también siente admiración por Óscar de la Hoya, un nativo del Este de Los Ángeles que ha sido sinónimo de encumbramiento deportivo y empresarial después de su medalla de oro olímpica ganada en Barcelona ’92.

“Admiro a De la Hoya y quiero ser antes que todo un boxeador olímpico”, dice, al tiempo que reconoce que el boxeo es lo más importante ahora mismo, y admite sin reservas su debilidad por la comida mexicana.

“Me gustan los frijoles y como tacos de birria”. Un pecado menor que despierta risas entre los presentes en el gimnasio.

A todo esto David recibe toda la atención de Salvador Zavala, su entrenador. Y no por un capricho o porque sea el menor del clan Navarro.

Hay otras razones.

“Voy a participar en los Silver Gloves y vamos a viajar a Kansas City”, dice con una voz tan leve que cuesta pensar que es un deportista de competición el que está enfrente.

Y sí, el benjamín de la familia tiene un compromiso marcado en su agenda.

“El miércoles [ayer] viajamos a Kansas City para estar este jueves, viernes y sábado en el National Silver Gloves Tournament, que para mí hijo es la competición mas importante en la que pueda participar. Y esperamos ganar”, confirma su padre, un hombre flexible en el rigor y quien admite que apoyará a sus hijos para que lleven a cabo su sueño, pero que aún no permite que los empresarios del boxeo se acerquen para comprometerlos con algún vínculo profesional.

“No. Eso todavía no, están muy pequeños”.

A pleno, la familia Navarro, de Maywood, mexicanos inmigrantes que se avientan el compromiso de sacar adelante no a uno ni a dos, sino a tres boxeadores en la familia. Suerte.

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