Vía crucis de una familia sin hogar

La familia López duerme en una iglesia, se asea en un apartamento junto a otras personas y recibe alimentos gratuitos

Carlitos, el segundo de los tres hijos de la familia López, juega en el salón de la iglesia donde duerme hace meses.

Carlitos, el segundo de los tres hijos de la familia López, juega en el salón de la iglesia donde duerme hace meses. Crédito: J. Emilio Flores / La Opinión

A simple vista nadie nota que Carlitos López, un estudiante de tercer grado con excelentes calificaciones, se levanta todos los días a las cinco de la mañana en un salón vacío y frío de una iglesia, su único refugio para pasar la noche, el cual comparte con sus padres y sus dos hermanas.

Aunque dormir en catres con un par de cobijas en Glendale Methodist Church no es el mejor lugar para descansar por las noches, esto es mejor que dormir los cinco dentro de su auto en alguna calle de la ciudad, en un refugio para indigentes o en un hotel de paso, como esta familia lo había venido haciendo desde diciembre del año pasado, cuando Jaime, el padre, perdió su empleo.

Al quedarse sin ingresos para pagar la renta de su apartamento, la familia de Carlitos fue desalojada y terminó literalmente en la calle.

Pero aunque viajan más de seis millas desde la iglesia a un modesto apartamento en la ciudad de Burbank, al que Carlitos, de 8 años, y sus hermanas, Karina, de 7 y Mari, de 13, llegan a las seis de la mañana con los ojos entrecerrados por el sueño y corriendo al interior para resguardarse del frío de la madrugada, es el lugar donde se bañan, desayunan y se preparan para ir a la escuela.

Este apartamento que les provee una organización caritativa lo comparte la familia de Carlitos con otras dos familias que están en su misma condición. En total son diez personas y sólo entrar al baño se convierte en todo un reto. Mientras unos desayunan otros se dan un baño que no puede pasar de cinco minutos.

La vida para estos niños ha cambiado drásticamente desde que perdieron su hogar.

Al apartamento sólo pueden llegar por la mañana para asearse, desayunar y lavar su ropa, pero no les está permitido quedarse a dormir. Cada una de las familias es asignada a un salón en la iglesia para que pase ahí la noche.

Según el National Center on Family Homelessness, uno de cada 50 niños en Estados Unidos no tiene una casa donde vivir..

“No tengo hambre, tengo sueño”, se quejaba Carlitos hace varios jueves cuando La Opinión fue testigo de la odisea que viven estas tres familias que no tienen un hogar donde vivir.

El niño ha perdido ocho libras porque desde hace meses ha perdido el apetito.

Leonor, la madre, explica que al parecer la comida que les regalan no le cae bien, incluso a causa de estos alimentos ha terminado en el doctor. “Esta cruda y sabe feo”, interrumpe Carlitos, quien en vez de desayunar prefiere tirarse al suelo y leer su libro de matemáticas y ciencias, sus materias favoritas. Desde ahí le pide a su mamá que le cocine un huevo.

“Luego se les antoja a los otros cinco y no puedo darles a todos”, dice la madre, quien opta por hacer caso omiso de la petición del niño.

Mientras tanto, Karina, de 7 años y con una discapacidad visual, no quiere tomar una ducha porque “tiene mucho frío”, tampoco quiere probar el desayuno que le preparó su madre que consiste de un plato con cereal.

Para entonces, María, la hija mayor de los López, que asiste al séptimo grado, ya se bañó y está lista para irse a la escuela.

Seema Gaur, especialista del Programa Homeless de la Oficina de Educación del Condado de Los Ángeles (LACOE), explica que en la región hay unos 55,000 niños en las condiciones de los hermanos López que asisten a alguna escuela pública del condado en los grados K-12.

Jaime, de origen guatemalteco, vivía con su familia en un cómodo apartamento en Azusa hasta que perdió su empleo como supervisor en una bodega. “Tuvimos que tomar nuestras cosas, ponerlas en el carro y dormir en el auto por varias noches”, recuerda Jaime.

“Aunque no lo parezca, aquí estamos mucho mejor”, señala Jaime, refiriéndose al programa Family Promise of East San Fernando Valley, una organización que ofrece un centro de día y refugio en iglesias por las noches para que en un periodo de tres meses las familias que eligen cuidadosamente tengan techo y comida mientras reciben ayuda para encontrar el trabajo que les permita volver a tener un hogar.

“Las familias que llegan aquí son familias muy normales y comunes que un día tuvieron la mala suerte de perder sus empleos y se quedaron en la calle”, destacó Jackie White, directora ejecutiva del programa Family Promise que comenzó a operar en 2010 y desde entonces se mantiene con un presupuesto anual de 250,000 dólares al año compuesto solo de donaciones.

“Solo podemos ayudar a familias que pasan un estricto chequeo de sus antecedentes, que no tengan ninguna felonía en su pasado y que no tengan problemas de adicción o mentales”, destacó White y enfatizó que no importa el tamaño de las familias, pero en total solo pueden admitir a diez personas, incluyendo niños.

“Tuvimos suerte de llegar a aquí”, resaltó Jaime con justificada razón, ya que es una suerte no tener que pasar una noche más en alguna calle del Condado de Los Ángeles, donde los albergues para indigentes no son suficientes para proveer un techo a los más de 51,000 personas, que de acuerdo con la organización United Way no tienen un hogar en este condado.

“Odiamos los fines de semana, porque no tenemos los medios para hacer nada. No puedo ni llevarlos a un McDonald’s”, dice López.

“Pero no me puedo dar por vencido, voy a sacar de este lugar a mis hijos. Tengo esperanza de que así va a ser”, expresó el padre con voz cortada mientras se dirige a recoger a sus hijos pequeños del Boys & Girls Club, el lugar donde pueden realizar sus tareas escolares.

Alrededor de las cinco de la tarde, se disponen nuevamente a regresar a la iglesia en donde pasaran una noche más.

“Yo tenía una casa bien bonita y tenía un Wii y mi escuela me gustaba mucho”, recuerda Carlitos con nostalgia porque por ahora no tiene su espacio, ni la comodidad de tener un hogar propio. Y no será así hasta que su padre consiga el trabajo que ha estado buscando diariamente por los pasados tres meses.

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