Caballo ganador Obra War Horse es una experiencia fascinante

La obra War Horse, que se representa en el Teatro Ahmanson, es una lección de teatro familiar, emocionante y electrificante

Las marionetas de 'War Horse' en plena acción de batalla.

Las marionetas de 'War Horse' en plena acción de batalla. Crédito: Brinkhoff / Mögenburg

La novela de Michael Morpurgo, War Horse, publicada en 1982, entra de lleno en lo que se podría calificar como literatura juvenil.

No se trata, ni mucho menos, de menospreciarla por ello. Más bien, es un intento de delimitar sus intenciones.

Porque, consecuencia de ello, tanto la adaptación teatral -que se estrenó en Londres en 2007- como la cinematográfica -dirigida con su habitual maestría por Steven Spielberg y que llegó a las pantallas las pasadas Navidades- presentan instantáneas de una sencillez e inocencia narrativa que fácilmente podrían ser vistas como vagancia creativa o manipulación emocional.

La historia sigue a Joey, un caballo que es comprado en una subasta por Ted Narracott (Todd Cerveris), cuyo hijo Albert (Andrew Veenstra) no tarda en convertirlo en un equino extraordinario… y en su mejor amigo.

Pero la súbita llegada de la Primera Guerra Mundial -estamos en un pequeño pueblo de la campiña inglesa en 1914- obliga al padre a vender a Joey al ejército.

La separación entre este y Albert es dolorosa… hasta el extremo que el joven huye de su hogar y se alista para luchar en el continente contra las tropas alemanas.

Su intención: encontrar a Joey en medio de los campos de batalla.

Con una historia tan limitada en sus intenciones -aunque no en sus emociones-, la única opción para War Horse, la obra, era apostar por una perspectiva visual original y audaz.

War Horse tiene, sin duda, ambos elementos.

Marianne Elliott y Tom Morris fueron los directores que diseñaron una puesta en escena -replicada en el Teatro Ahmanson de la ciudad por Bijan Sheibani en el primer tour nacional de la obra-, que se sustenta en las marionetas gigantes que trotan por el escenario (siguiendo, en cierta forma, las enseñanzas de Juliet Taymor y su versión escénica de The Lion King).

Lo que resulta fascinante de War Horse no es la entrañable historia de una amistad inquebrantable, las actuaciones más que solventes de sus actores (a pesar de que en la versión angelina estos no presentan una uniformidad en sus acentos), la exquisita partitura musical de Adrian Sutton, la extraordinaria iluminación de Paule Constable o los elegantes y minimalistas decorados de Rae Smith.

En esta obra -mágica y trágica, esperanzadora y arrebatadora, ensoñadora y terrorífica- son los caballos diseñados por la compañía inglesa Handspring Puppet los que aportan el calor humano a la narración.

Sus reacciones, por qué no, dramáticas logran que el espectador sienta, ría y llore (mucho) ante unos acontecimientos sangrientos en los que fueron víctimas inocentes.

War Horse es una ocasión única para que una familia disfrute ante un espectáculo arrebatador; una oportunidad inmejorable para permitir que los más pequeños se adentren en el mundo del teatro y se dejen seducir, junto a los adultos, por una aventura que nunca podrán olvidar.

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