Ancianos migrantes tienen un duro retorno a su tierra
México recibe a una población sin seguridad social y problemas médicos.
ZAPOPAN, México.- Lucio González lustra con esmero un zapato usado. Pasa el trapo con suavidad por la desgastada piel del tacón como si volviera el tiempo en que acarició por primera vez a su prometida porque eso es lo que representa para él esta tienda de segunda mano: una apuesta por empezar otra vez en su país, a los 58 años.
El calor parte piedras en las calles de la colonia Mesa Colorada, la zona más pobre de este municipio del estado de Jalisco; de vez en cuando un aire intempestivo entra por la pequeña puerta del negocio de cuatro metros cuadrados que este migrante abrió hace dos años al regresar de Estados Unidos, harto de maltratos y soledad.”Ahora tengo dificultades para el dinero, pero llevo una vida más feliz”, comenta con un suspiro al acomodar en el estante el calzado abrillantado con sus manos y toma otro, tal vez más viejo.
“Yo sentía que vivía como un perro en Oakland: vivía en un tráiler que me rentaba un gringo y no me acomodé a compartirlo con otros migrantes porque eran llevados y mejor me la pasaba solo y trabajando”.
De sus últimos 10 años en California tiene dos grandes símbolos en la cabeza: una gorra con las letras impresas y la certeza de que por su trabajo como albañil y maestro de obra le pagaban 30 veces más que en su tierra, donde lo esperaban su esposa, cuatro hijos y una nieta.”Regresé porque quise, pero ahora la tienda sólo me da para ir saliendo con la comida”, confiesa como uno más de los 20,000 adultos mayores que regresaron a Jalisco por voluntad, deportados o forzados por situaciones sociales y económicas en la Unión Americana entre el año 2005 y 2010.
De ellos, los mayores de 50 años representan el 40% del total de migrantes de retorno en ese periodo en la entidad según el último Censo Nacional de Población y Vivienda, que registra un gradual incremento del regreso de paisanos para restablecerse.
En 1990 reportó la reintegración de 12,500 jalicienses; en el 2000, 26,700 y en 2010 regresaron 50,000 de los 122,000 que emigraron.
La Secretaría de Salud reconoció en el informe Envejecimiento y Migración, que las comunidades expulsoras de mano de obra a EEUU reciben de vuelta a una población con problemas relacionados a la falta de servicios médicos y seguridad social por los años de trabajo sin documentos.
Sin un programa de atención especial, los problemas los resuelven de acuerdo a sus posibilidades económicas.
Lucio González, tiene por ahora sólo un problema bucal, pero lo tortura todos los días desde dos flancos: su aspecto personal y alimenticio. Sin dos dientes prefiere sonreír a medias y comer de lado, con tímidas mordeduras que pretende mejorar en una clínica del gobierno donde practican estudiantes de odontología.”A ver cómo me va”, dice nervioso porque en unas horas hará la visita.
Su mujer entra por una puerta que conecta al interior de la casa que habitan a la tienda de ropa. Dice la hija no regresa de la calle y “alguien” tiene que cuidar al nieto de seis meses mientras ella cocina.
– ¡Tómalo!- le ordena al marido.
El hombre recibe al bebé y éste se entretiene con una blusa de exhibición que mete en su boca.”Hace medio año quise regresar a Estados Unidos como trabajador temporal- confiesa- pero las empresas que hacían las contrataciones aquí no me aceptaron porque ya estaba viejo; mis sobrinos sí fueron porque ellos están muchachos”.
Los adultos mayores que fueron migrantes compiten por la fuerza de trabajo con los jóvenes en el estado, con resultados disímiles: en algunas empresas locales los hacen a un lado, pero en otras son más “valorados”.
Daniela Jiménez, investigadora del tema migratorio para la Universidad de Texas y el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social en Guadalajara, explica que ese reconocimiento de las habilidades no significa mayores sueldos, si no simplemente mayores posibilidades de recontratación.
“La fortaleza para reinsertarse otra vez en el mundo laboral de sus comunidades va a depender mucho de sus redes familiares, de cómo la familia pueda recomendarlos o no”, precisa. “Es el secreto del éxito o fracaso del retorno”.
Prisciliano González, de 82 años y padre de Lucio que vive a unos pasos de distancia, cuenta que cuando regresó de Pomona hace 20 años un tío lo recomendó para trabajar en el hipódromo de Guadalajara para cuidar caballos como en California: alimentarlos, limpiarlos, criarlos.”Ya no quise volver a Estados Unidos porque había comprado un terrenito para salirme del pueblo de Yehualica, donde nací, y venirme a la ciudad para hacer lo que me gusta”.
Construyó su pequeña casa con un portal donde puso unas mecedoras para sentarse a ver pasar a la gente, aunque últimamente no le gusta lo que ve: hombres en camionetas blindadas que suben y bajan entre arrancones y pandilleros que se pelean en la calle: su colonia es un centro de venta de droga.
Hace poco uno de sus siete hijos, no volvió. “Me lo mataron”, comenta en voz baja, casi inaudible, como si lo fueran a escuchar. “Dijeron que era de una pandilla, pero yo no sé, nunca lo vi haciendo cosas raras”.
Prisciliano bebe un trago largo de cocacola. “Bendito sea Dios por lo demás estoy bien: estoy sano y en México”, agrega. con una sonrisa que después se vuelve mueca cuando recuerda las razones por las que no ha sacado su cartilla para los adultos mayores: “Es que luego le hacen cara a uno para darle la ayuda, como si fuera uno limosnero”.