Hienas con sed de sangre

De todos lados salen enemigos del proceso de paz

Hacer la paz en Colombia con tantos enemigos es una misión casi imposible.

Frente a la iniciativa del presidente Juan Manuel Santos de comenzar a dialogar con guerrilleros de las FARC, los pesimistas, viendo las opiniones hostiles, temen que el proceso pudiera haber nacido muerto.

Las críticas e insultos en las redes sociales y las amenazas de sabotearlo son una carga pesada para quienes se han echado a cuestas esa responsabilidad.

La paz tiene enemigos incrustados en el propio Estado, políticos desconfiados y otros perversos como el expresidente Álvaro Uribe, astuto y guerrerista, a quien sus críticos acusan de haber fomentado la guerra con el fin de prolongarla y no para acabarla.

También hay enemigos en el frente de batalla como ciertos militares a quienes les conviene avivar violencia porque reciben prebendas. Asimismo entre los guerrilleros que acumulan riqueza narcotraficando y secuestrando, abanderando una ideología muerta, quienes han sido tramposos y mentirosos en el pasado. Por eso entiendo a los escépticos.

El primer proceso de paz con las FARC fue en 1984. Hubo amnistía e indulto y ciertos sediciosos, junto a miembros del Partido Comunista, crearon la Unión Patriótica (UP), participando en política; así ganaron curules en el Congreso y alcaldías, pero, fuerzas oscuras (léase: militares corruptos aliados con narcotraficantes y autodefensas) asesinaron a más de 3,500 militantes de ese grupo, lo cual incitó a los rebeldes a seguir la lucha.

El segundo intento fue en 1998, en el gobierno de Andrés Pastrana. Casi 4 años después, con fallidos encuentros y fraudes, se rompió el diálogo. Las FARC no tenían intención de firmar la paz, pero dilataron para fortalecerse militar y económicamente, enviando toneladas de cocaína en aviones que salían desde la zona que se les cedió como una república independiente.

Después de ocho años de Uribe y las efectivas acciones de Santos, las FARC han sido acorraladas pero no diezmadas y por eso piden a gritos platicar. Ven su futuro “con temor y desesperanza” como dijo el ministro de defensa.

¿Deben confiar los colombianos? Hay que darle oportunidad al diálogo. Sin embargo, no se puede bajar la guardia, porque esos “angelitos rebeldes” pudieran estar fingiendo buena voluntad con el fin de vigorizarse como en la época de Pastrana.

A las FARC hay que exigirles que paren las balas; que entreguen cultivos de coca, laboratorios de cocaína, rutas del narcotráfico y a sus aliados en Cuba y México, en especial al cartel de Sinaloa. Deben ser juzgados quienes cometieron delitos atroces, incluyendo el secuestro.

El proceso de paz está bajo amenaza desde antes de comenzar. Los colombianos deben prepararse para la agresión criminal de la ultraderecha, que desde sus cuarteles ordenará muerte y destrucción en venganza por la osadía de abrir esa puerta de esperanza.

Santos no puede permitir que los guerreristas estropeen el proceso. No sería justo con los miles de desplazados por la violencia; con los muertos de esa guerra inútil prolongada por más de 50 años; con los hijos y nietos que merecen un futuro prometedor y en paz, un derecho universal del ser humano.

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