Cruceros “engañosos” no dejan dinero en el Caribe

El dinero que llevan los turistas a destinos como Jamaica se esfuma tan pronto como llegan al lugar, pero en compras en puertos dominados por cadenas internacionales

Royal Caribbean aplaza sus viajes hasta finales de julio.

Royal Caribbean aplaza sus viajes hasta finales de julio. Crédito: Archivo / Reforma

FALMOUTH, Jamaica – Cientos de turistas emergen del gigantesco crucero de 16 cubiertas en el puerto turístico más nuevo del Caribe. Los enceguece el sol jamaiquino, observan con curiosidad a un grupo de gente del lugar detrás de un cerco de hierro y se alejan en una caravana de autobuses con acondicionadores de aire.

Algunos compran unas pocas camisetas, artículos de madera o toallas para la playa en las decenas de puestos a lo largo del muro o visitan los edificios de la época colonial de esta antigua ciudad. Pocos se aventuran más allá del puerto, a menos que lo hagan en uno de los autobuses turísticos, ignorando a vendedores y taxis.

No es la experiencia que esperaban tener los residentes del puerto azucarero de Falmouth.

Cuando propusieron la construcción de un puerto de $220 millones, las autoridades jamaiquinas y la empresa de cruceros Royal Caribbean Cruises Ltd. dijeron que multitudes de personas visitarían la histórica ciudad en busca de una “experiencia integral, no como la de (el pueblo colonial de Williamsburg, en Estados Unidos), sino una enriquecida por la calidez tradicional de los jamaiquinos”. Se dijo que cada turista podía gastar hasta $100.

Pero desde que comenzaron a llegar los cruceros más grandes del mundo a principios del año pasado, los dólares de los visitantes han tenido poco contacto con la calidez de los jamaiquinos.

“Nos dijeron que podríamos mostrarle al turista la herencia jamaiquina, venderles nuestras artesanías. Pero la mayoría de los turistas no tienen contacto con la gente de la zona”, afirmó Asburga Harwood, guía turística independiente e historiadora de la comunidad. “Al final, salimos perdiendo”.

Organizaciones comerciales afirman que los cruceros dejan unos $2,000 millones anuales en las economías del Caribe, el principal destino mundial de los cruceros. Pero hay quienes dicen que los turistas hacen muy poco por las economías locales porque la gran mayoría comen y compran recuerdos a precios inflados en el mismo barco o en las tiendas de cadenas internacionales en los muelles.

El Banco Mundial estimó en el 2011 que el 80% de las ganancias que genera el turismo en Jamaica no se quedan en esa nación, en lo que describió como una de las tasas de “filtración” más altas del mundo.

“En los hoteles del Caribe con todo incluido es normal que apenas el 20% de los ingresos llegue a la economía local. En el caso de los cruceros, es mucho menos. Tal vez no más del 5%”, expresó Victor Bulmer-Thomas, profesor emérito de la Universidad de Londres experto en las economías de América Latina y el Caribe.

Un nuevo informe encargado por la Asociación de Cruceros Caribeños y de la Florida dice que los pasajeros gastaron $1,480 millones en los puertos que visitaron en la temporada del 2011-2012. El informe abarca 21 destinos regionales, incluidos algunos puertos de Sud y Centroamérica sobre el Caribe.

Pero 583 millones fueron gastados en relojes y joyas en puertos dominados por cadenas internacionales como Colombian Emeralds y Diamonds International. Otros 270 millones fueron destinados a excursiones por la costa, que generalmente son organizadas por los mismos cruceros. Apenas 87 millones fueron invertidos en artesanías y recuerdos, según el informe.

Esta dinámica no se da exclusivamente en Jamaica. Hay algunos puertos caribeños pensados para impedir el contacto del visitante con la gente del lugar.

En Haití, la nación más pobre del Hemisferio Occidental, los turistas del Royal Caribbean visitan la playa de Labadee, en la costa norte. Pero se tropiezan con cercos que restringen sus movimientos y tienen prohibido salir del sector propiedad del crucero, que incluye playas de arena blanca y una de las tirolesas más largas del mundo.

“Deberían permitir que los turistas vayan a la ciudad. Eso ayudaría a la economía local”, afirmó Jean Cherenfant, alcalde de la vecina Cap-Haitien. “La mayor parte de la gente (de Cap-Haitien) no siente la presencia de los turistas ni de Royal Caribbean”.

Pero cada pasajero que llega a Labadee paga un impuesto de $10 al gobierno haitiano, que genera $6 millones anuales, una cifra interesante en esta empobrecida nación.

En las Bahamas, los barcos de la Disney Cruise Line paran en una isla privada, propiedad de la empresa, llamada Castaway Cay, donde los nativos trabajan como masajistas, bartenders, en limpieza y en otras tareas relacionadas con el turismo.

John Issa, exdirector de la asociación de hoteleros de Jamaica, dijo que los cruceros tienen ventajas injustas sobre los comercios en tierra porque los gobiernos de la región temen que los barcos decidan irse a otras islas. “Cuando abres un hotel, quedas cautivo”, manifestó.

En un caso famoso, Carnival Cruise Lines dejó de visitar Granada en 1999 por una disputa en torno a un impuesto de 1,50 dólares por persona.

“A los gobiernos les asusta pedir cosas”, dijo Bulmer-Thomas.

La industria de cruceros sostiene que los barcos llevan a los puertos grandes cantidades de turistas que gastan dinero allí.

Si bien los lugareños quieren tener más contacto con los turistas, a los visitantes a menudo no les interesa explorar las realidades a veces descarnadas del Caribe.

“A la gente que hace un crucero con Royal Caribbean generalmente no le interesa darse un baño de cultura o de historia. Lo que quieren es ir de compras, ir a la playa y beber”, declaró Heidi Barry Rodríguez, bibliotecaria de Cary, Carolina del Norte, que recientemente visitó Falmouth en un crucero y no supo de ningún pasajero que haya explorado la ciudad.

En una mañana reciente en el puerto de Falmouth, los turistas desembarcaron del Allure of the Seas, un barco de Royal Caribbean con capacidad para 5,400 pasajeros, sala de cine en 3D, pista de patinaje sobre hielo, un casino y numerosos bares y restaurantes. La mayoría de los pasajeros abordaron autobuses que los llevaron a complejos turísticos que quedan a una hora de manejo.

Una mujer que ofrecía hacer peinados con los cabellos trenzados cerró los ojos, elevó sus manos y miró hacia el cielo, rogando por que alguien contratase sus servicios.

Ni siquiera los pasajeros que desistieron de ir a los paseos organizados se aventuraron por la ciudad, limitándose a pasear por la zona cercada del puerto y evitando el contacto con los vendedores del otro lado de las vallas.

“No hacemos fuerza para que nuestros huéspedes no vayan a la ciudad de Falmouth, pero nuestros clientes eligen Royal Caribbean porque quieren ver algunas de las mejores playas y atracciones”, comentó H.J. Harrison Liu, ejecutivo de Royal Caribbean.

El alcalde de Falmouth Garth Wilkinson dijo que su ciudad “no está viendo los beneficios de ser un puerto para cruceros”.

Según William Tatham, vicepresidente del servicio de transportes de Jamaica, eso se debe a que la ciudad todavía se está adaptando a su nueva condición de destino turístico. Señaló que casi todos los negocios están pensados para captar la clientela local, no al turista.

“El problema en Falmouth es que los residentes no saben atraer al turista”, declaró Tatham en una entrevista telefónica.

Paul Davy, un hombre con dos hijos que vende estatuillas de madera de gallos, peces y otras criaturas en las afueras del puerto, dice que los residentes de la ciudad están cada día más molestos.

“Habrá un estallido si las cosas no cambian”, manifestó Davy, quien trabajó en la construcción del muelle y desde hace un año y medio hace artesanías. “¿Por qué la gente de la zona no puede vivir también de los cruceros?”.

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