Las más pobres

Debíamos nacer con una etiqueta de alerta: Ser mujer es un peligro para su salud.

Hace unos días se conmemoró por primera vez en la historia el Día Internacional de la Niña. Aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el pasado diciembre, tiene como objetivo reconocer los derechos de las niñas, los problemas excepcionales que estas confrontan en todo el mundo y concientizar a los gobiernos y la población sobre la importancia de fomentar iniciativas que brinden mejores oportunidades de desarrollo a las niñas.

Aunque hace mucho que existe un Día Internacional de la Mujer y un Día Internacional del Niño, ninguno de estos días reconoce los desafíos únicos para las niñas como el grupo más marginado y discriminado del planeta.

De ahora en adelante, cada Día de la Niña tendrá un tema específico. El de este año se centrará en el matrimonio en la infancia, que según la ONU, “es una violación fundamental de los derechos humanos y afecta todos los aspectos de la vida de la niña”.

“El matrimonio en la infancia deniega a las niñas su infancia, interrumpe su educación, limita sus oportunidades, aumenta el riesgo de violencia y abuso, pone en peligro su salud y por lo tanto constituye un obstáculo para el desarrollo saludable de la sociedad en general”, asegura la ONU.

Ojalá que este día se convierta de ahora en adelante en un siglo de indignación y acción que logre cambiar la realidad y la vergüenza que ignoramos: Las niñas constituyen el 70% de los 130 millones de niños que no asisten a la escuela. Las dos terceras partes de los 960 millones de adultos de todo el mundo que no saben leer son mujeres. Cerca de 900 millones de niñas y mujeres viven con menos de un dólar al día.

En ciertas culturas, las mujeres embarazadas abortan al saber que la criatura es hembra. En otras, someten a las niñas a mutilación genital. En otras las obligan a esconderse detrás de velos y mantas. En otras les prohíben aprender a leer y escribir y las que se atreven a ir a la escuela pueden ser asesinadas o desfiguradas con ácido. Y en otras las obligan a casarse a los 12 años.

No debe extrañarnos que todas esas sociedades estén retrasadas en todo sentido, ya que mantener a la mitad de su población esclavizada y abusada las condena al estancamiento económico y cultural. Peor aún, no habrá paz hasta tanto las mujeres participen como iguales en la vida política de sus países.

Pero aún en culturas desarrolladas como la nuestra, donde las mujeres tienen todo tipo de oportunidades, las niñas y adolescentes son víctimas de acoso sexual, violación, consumismo sexualizado que conduce a un alto índice de embarazo de adolescentes, como el que sufrimos en nuestra comunidad latina.

Debíamos nacer con una etiqueta de alerta: “ser mujer es un peligro para su salud”.

El cambio comienza por casa. Con las madres y padres (si es que están presentes) que enseñen a sus hijas a respetarse a sí mismas e inculcarles que ellas también pueden ser presidente o astronautas o nadadoras olímpicas.

Podemos empezar con algo más simple, como cambiar el lenguaje. Los padres no deben decir “¡Otra chancleta!” cuando nace una hija. Una chancleta es un zapato desvalorizado. Lo más cerca del suelo que puede haber. Eso dijo mi propio padre cuando nací yo, su primera hija. Eso volvió a decir cuando nació, la segunda. Y la tercera. Y murió esperando el hijo varón.

Basta ya. Somos la mayoría del mundo. Breguen con eso.

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