La reforma congelada

El dicho de Boehner confirma el desdén que los republicanos de la Cámara Baja tienen por la iniciativa del llamado "grupo de los ocho"

El presidente de la Cámara, el republicano John Boehner (c).

El presidente de la Cámara, el republicano John Boehner (c). Crédito: EFE

Política

La frase de John Boehner, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y quien en la práctica controla la actividad legislativa en esa instancia, ha sido lapidaria: él y los legisladores de su partido no tienen ninguna intención de conciliar con el Senado la iniciativa de reforma de inmigración elaborada, de modo bipartidista, en la Cámara Alta.

Las palabras de Boehner también tienen una resonancia al interior de su partido: de cara a las elecciones legislativas de 2014, tanto las primarias como las generales, el tema de la inmigración, altamente divisivo y controversial para ciertos estamentos políticos y grupos de votantes conservadores y de derecha, estaría fuera de su agenda, al menos en lo que respecta a la legalización de los indocumentados.

Con ello no solamente se cierran las posibilidades de que este año se registren avances en el tema migratorio, sino que, finalmente, se han quitado las caretas y diluido las ambigüedades que aún existían en la materia. El dicho de Boehner confirma el desdén que los republicanos de la Cámara Baja tienen por la iniciativa del llamado “grupo de los ocho” y con ello ratifican su rechazo a la posibilidad de conceder a los indocumentados una vía a la legalización y la ciudadanía, al menos en los términos planteados en la iniciativa senatorial.

La disfuncionalidad legislativa federal, por su parte, ha operado también para sepultar la propuesta de ley del “grupo de los ocho” pues es dudoso que la Casa Blanca, maltrecha por las recientes tribulaciones del Obamacare y con críticas negociaciones financieras y presupuestales inminentes, tenga la intención y el peso para descongelar la iniciativa senatorial o para proponer, al menos en el corto plazo, una alternativa. Tendría a su alcance medidas de distensión administrativas, como un freno efectivo a las deportaciones, pero no está claro que exista la voluntad de abordar el problema migratorio de esa manera.

Es lamentable que los republicanos en la Cámara de Representantes hayan optado por la cerrazón y el radicalismo, pues la iniciativa del Senado, con todas sus imperfecciones, sus durezas y sus medias tintas, era un punto medio de encuentro para comenzar a reparar el roto sistema de inmigración del país y para empezar a corregir sus muchas injusticias.

En este contexto, es ya inocultable que ni siquiera los rudos filos de la iniciativa senatorial, como la exacerbación de la seguridad en la frontera, la imposición de multas o el condicionamiento del otorgamiento de la ciudadanía a indocumentados a la verificación legislativa del cumplimiento de criterios de control fronterizo, son suficientes o aceptables para los representantes republicanos. Así, esta actitud sería un freno a las posibilidades de legislar de modo bipartidista, con la búsqueda de consensos y el otorgamiento de concesiones mutuas por ambas partes.

Es también una señal que debería ser escuchada y enfrentada en las urnas por los grupos de votantes —entre ellos los hispanos, pero no solo ellos— que entienden que la reforma de inmigración es necesaria y urgente en términos humanos, económicos, sociales y políticos para el país. La necesidad de que vía el voto la sociedad estadounidense (muchos republicanos incluidos) exprese esa convicción y modifique el actual y disfuncional reparto de fuerzas legislativas resulta patente y tendrá en noviembre de 2014 una prueba de fuego.

Con todo, Boehner y la bancada republicana están en su legítimo derecho de rechazar las propuestas ajenas y de optar por el desinterés, la inacción o, quizá, la formulación de sus propias iniciativas en materia de inmigración. Pero el golpe que le han asestado a la propuesta del “grupo de los ocho” afecta también la viabilidad en sí del diálogo político en materia de inmigración en general, pues mientras subsistan los actuales balances de fuerzas políticas la reforma migratoria quedará como una vía hacia ninguna parte, al menos desde el punto de vista legislativo.

Más allá de este año, es poco probable que la iniciativa del Senado llegue a ser conciliada con la Cámara de Representantes en la primera parte de 2014, encrucijada electoral y laboratorio de pruebas para 2016. Y aunque existe alguna posibilidad de que las aguas republicanas se sosieguen tras los comicios primarios, si es que de ellos no surge una nueva oleada de candidatos republicanos radicales y del Tea Party, para abrir una nueva oportunidad al trabajo bicameral y bipartidista, es aún muy pronto para saberlo.

Así, parece que solo un amplio vuelco político en noviembre podría darle oxígeno al actual proceso de reforma de inmigración, si bien no está claro si su continuación retomará o reformulará la congelada iniciativa del Senado.

En tanto, si bien es cierto que hay desilusión y erosión de fuerzas en el movimiento pro inmigrante y en la comunidad hispana en general porque una vez más se habría alejado la posibilidad de una reforma, eso no debe ser causa de inacción o conformismo. Por el contrario, ante el fracaso del diálogo en el ámbito legislativo, toca a la sociedad y a los votantes reafirmar la noción de que la reforma migratoria es justa y necesaria y que es el diálogo, y no la cerrazón, la vía apropiada para propiciar el desarrollo nacional en esta y en otras materias.

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