Una bióloga que llega al corazón de las ratas

La bióloga Teresa Arias realiza estudios cardíacos con roedores en el hospital Mount Sinai.

La bióloga Teresa Arias realiza estudios cardíacos con roedores en el hospital Mount Sinai. Crédito: Silvina Sterin Pensel

Teresa Arias anuda unos piolines detrás de su cuello y otros en su cintura para que el traje amarillo y estirilizado quede en su lugar. Luego se calza una gorra azul, fundas en cada uno de sus zapatos y guantes quirúrgicos del mismo tono. El tapabocas es opcional, explica, pero como nos estará contando la dinámica de su trabajo, decide no usarlo.

“No creas que todas estas precauciones son para protegernos a nosotros”, afirma la bióloga; “aquí, los reyes son ellos”. Teresa se refiere a los miles de roedores que forman parte del animalario del hospital Mount Sinai, sus compañeros de rutina en los 4 años que lleva haciendo su postdoctorado en diagnóstico cardíaco por imágenes.

Batallones de ratas, ratones y conejos viven en los subsuelos del edificio más nuevo de esta mega institución médica y científica ubicada sobre la Avenida Madison entre las calles 101 y 102.

Como algunos neoyorquinos ilustres, estos roedores viven en algo que se parece muchísimo a un hotel. Después de descender en un gran elevador utilizado solamente para transportar a los animales y protegerlos de gérmenes y bacterias que puedan portar los humanos, Teresa va flanqueando barreras. “Es por aquí”, indica, mientras de un movimiento pasa su credencial por un dispositivo e ingresa un código en otro. Un letrero señala que los ‘animal holdings’ del 201 al 217 se encuentran a la derecha y del 218 en adelante, a la izquierda. Las puertitas metálicas, una al lado de la otra, parecen no tener fin. “Tras cada puerta hay otros múltiples cuartitos llenos de roedores. Esto está repleto tía”, dice dejando salir toda su idiosincrasia madrileña.

En cajitas especiales cerradas al vacío y equipadas con su propio sistema de oxigenación conviven a veces cinco ratones. Los hay grises de orejitas rosadas y negros. Las ratas, a veces agrupadas de a dos o con su cría, son blancas o una combinación de blanco y negro. Los únicos que no tienen ‘roommate’ por su masivo tamaño son los conejos, blanquísimos y de ojos carmín, un tanto rasgados. “Así como los ves, de ese blanco almidonado, son muy fuertes y pueden ser agresivos”, apunta Teresa quien, a lo largo de su carrera, ha sufrido alguna que otra mordida.

Hay muchísimos técnicos al servicio de estos roedores de ‘pura sangre’ o de ‘pedigree’, concebidos en criaderos con un linaje genético particular. Mantenerlos cuesta millones de dólares y tienen personal que los limpia, alimenta y monitorea constantemente. Pero Teresa y otros biólogos, médicos y físicos los usan para, eventualmente, encontrar curas a aflicciones humanas. “Para ello”, afirma esta bióloga educada en Pamplona, “primero debemos enfermarlos”.

A los ratones se les provocan ataques cardíacos, a las ratas se les insertan células tumorales para estudiar aspectos del cáncer de mama y a los conejos se les hacen angioplastías. “Lo que desarrollamos aquí se denomina ciencia básica”, explica; “experimentos con animales y con células para, en un futuro, poder tratar antes y de manera efectiva a la gente”.

Teresa es experta en estudios de imagen del infarto. Para ello procesa muestras y a menudo le toca ‘sacrificar’ roedores y dividir su corazón para estudiar qué rol tuvo una proteína o cierta enzima. “Lo hacemos todo bajo estrictos criterios éticos y nos aseguramos que el roedor sufra lo menos posible”, acota. También somete a ratones a resonancias magnéticas. “Es muy complejo porque el corazón del ratón late muchísimo más rápido que el de un humano, a 600 latidos por minuto, y además no deja de moverse”. El grupo sólo cuenta con un scanner y a veces toca hacer los experimentos por la noche: “Hay que ser bastante valiente porque a las 6 p.m. se apagan todas las luces para que los ratones descansen. Ellos tienen, como nosotros, ciclos circadianos, es decir que duermen de noche y están activos durante el día. No se les puede molestar. Ahí voy pues, con la luz del Iphone, y se escuchan los ruidos que hacen las ratas y los ratones. Definitivamente”, agrega, “puedo decirte que mi trabajo me ha hecho una neoyorquina más resistente: Veo las caras de horror de la gente en el subway cuando aparece una rata y yo, simplemente sonrío”.

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