A-Rod y Selig: coyotes de la misma sierra
Que quede claro. Alex Rodríguez es un desvergonzado. Y si nos ponemos de acuerdo, sin mucho esfuerzo, es además un ambicioso lleno de cinismo. También ha sido un grandísimo pelotero, y posiblemente el mejor de su generación.
Bud Selig es un ejecutivo. Un talentoso “decisionmaker” muy bueno para los negocios y que actúa a nombre de los millonarios dueños de los equipos y quien debe ser, por mucho, el más grande hipócrita del deporte mundial.
De la actitud penosa de estos dos personajes nos ocupamos por estos días los columnistas y reporteros.
Selig es el hombre que cambió la moral del beisbol por los millones de los noventa. El mismo que cerró los ojos cuando el elefante pasaba por la sala de su casa y por eso no lo vio.
Y A-Rod, es el hombre que cambió su mágico universo de pelotero mejor pagado de la historia del beisbol, por la mentira.
Fue el hombre que decidió un día que 27 millones de dólares por año no eran suficientes y como quería más años y más millones, supo que para durar más tenía que estar bien fisicamente, a cualquier costo.
Por eso se dopó. y tomó lo que tomó aunque ahora lo niegue.
Lo de Selig no es menos vergonzoso. El mismo hombre que exhíbe como gran logro el hecho de facturar año tras año, 7.2 billones para la Major League Baseball, pero que puso la credibilidad del beisbol en la basura cuando Sammy Sosa, Mark McGwire, Rafael Palmeiro y aquel desfile de impresentables consumidores de esteroides llenaron los titulares de los medios y los estadios de espectadores, con un show tramposo estelarizado por un carnaval de charlatanes.
Esto es parte del legado de Bud Selig. El fruto del concubinato con la década de la vergüenza o de los esteroides, si usted lo prefiere.
Salvar el negocio cueste lo que cueste. y pase lo que pase fue su grito de batalla.
Había que hacer regresar a los fanáticos a los estadios después de la huelga de 1994. Y qué mejor que un show de jonrones. Eso le gusta al público.
Y qué mejor que un rubio estadounidense y un afroamericano latino, llamados Marc McGwire y Sammy Sosa para desbordar las estadísticas y alterar las enciclopedias con mentiras.
Para entonces Alex Rodríguez, con 20 años, bateaba sus primeros jonrones con los Marineros de Seattle.
Era noticia por bueno.
Selig era noticia por malo, por dejar corromper al deporte. Tenía todas las armas para controlar el uso de sustancias prohibidas y no lo hizo.
Fue necesario ver a un grupo de peloteros declarando ante el Congreso de Estados Unidos, que debió ocuparse del tema porque Selig no hacía nada.
Eso produjio la transformación en la actitud del Comisionado que, ya con el negocio a salvo, decidió que el mundo estaba en peligro y que él era quien podía salvarlo.
Muy poco y muy tarde, porque ya el daño estaba hecho. Ya los grandes peloteros a quienes no se les reglamentó el uso de esteroides en los 90, (y consumieron con locura), tenían sus carreras destruidas.
Lo peor es que Selig no puede borrar de las estadísticas oficiales los números corrompidos de McGwire, Sosa y Palmeiro. Para citar sólo a tres.
Y por eso mismo, falta de moral, nunca pudo señalar a Roger Clemens y Barry Bonds, dos mitos del beisbol cuyos señalamientos morales los apartan hoy del reconocimiento de la historia. No llegarán al Salón de la Fama los charlatanes y eso está bien, pero tampoco llegarán las víctimas de Selig.
Da pena esta nueva versión de Selig, el mismo que ordenó cargar contra Álex Rodríguez por tramposo y que lo sancionó con 211 partidos, el mayor castigo de la historia como si hubiera sido el peor pecador.
Hoy Selig, aunque quiera convertirse en un paradigma moral de su tiempo, no pasa de ser un pobre tipo, tan criticado o más que el mismo A-Rod.
Es cierto que A-Rod manchó su legado, pero eso lo lastima a él y a muy pocos más.
Y así lo van a recordar. Pero Selig, será recordado como el gran hipócrita que por rescatar el negocio, se alejó de la ética y puso la moral del beisbol en los socavones.